En Lucas 19:45-48 se cuenta la historia de Jesús cuando echó a los mercaderes del templo de Jerusalén porque la habían convertido en “cueva de ladrones”. Es una historia que los cuatro evangelios lo cuentan (Mateo 21:12-17; Marcos 11:15-19; Juan 2:13-22), lo que indica que tuvo un gran significado para los evangelistas como para las primeras comunidades cristianas.
Hay quienes al leer ese relato enfatizan el significado político que pudo tener para los revolucionarios de esos días y para la clase religiosa. Otros, a la luz de Juan 2:15 deducen que Jesús usó de “violencia” (no de “fuerza justa y profética”), y otros le niegan historicidad al relato porque -dicen éstos- ese acto no pudo suceder debido a la presencia de una guarnición romana ubicada en el lugar. Se trataría entonces de un cuento, nada más.
En Marcos 11:11 se dice que Jesús junto con sus discípulos estuvo en el templo un día antes mirando cómo funcionaba todo el aparato mercantil. Es decir, hizo un análisis cuidadoso de cómo llevaría a cabo lo que ya sabemos. Porque eso de echar a los mercaderes no fue un arrebato del momento, movido por el impulso o la ira, sino fue claramente un acto profético en la línea del profeta Jeremías (Cf. Jeremías capítulo 7).
Jesús sabía que su vida peligraba al hacer eso, pero a pesar de ello tenía que dar una señal profética de lo que en realidad era el templo de Jerusalén. Éste sería destruido (Lucas 19:41-44 y 21:5-6). El templo espiritualmente estaba podrido, había perdido su razón de ser. Antes de ir a la cruz -porque para eso fue a Jerusalén- dejó esta lección profética. Había que “purificarla”, o sea limpiarla de la suciedad que había en ella, había que quitarle lo extraño a su naturaleza.
Más allá de lo que sucedió en lo concreto -una revuelta que de seguro tomó por sorpresa a todos-, en el mismo hecho Jesús el Cristo citó a dos profetas (Isaías 56:7 y Jeremías 7:11) para recordar a todos los que estaban en ese momento en el templo, que éste era “casa de oración”, es decir lugar de encuentro con el Dios misericordioso que escucha el clamor de su pueblo.
Los comerciantes -apoyados por la clase religiosa- debían dejar de robar abusando de “lo sagrado”. La casa de Dios es “casa de oración” no “cueva de ladrones”. Jesús usa ese término con precisión, porque la cueva le sirve a los ladrones tanto para ocultarse ellos como para ocultar lo robado. ¿El templo se había convertido en eso? Sí. Esto explica la acción de Jesús. Marcos 11:19 cuenta el final del relato con más dramatismo: “al llegar la noche Jesús salió de la ciudad”, es decir esperó la oscuridad para escapar de sus enemigos.
A Jesús querían matarlo no sólo porque les malogró el negocio del día a la clase religiosa y sus operadores económicos. Querían matar a Jesús porque los desnudó ante todos lo que en realidad eran: unos idólatras del dinero que instrumentalizaban el templo con ese fin. Pero según el relato Jesús no sólo “purificó” el templo, hizo algo más: “y enseñaba cada día en el templo” (Lucas 19:47). Y es que el templo, en la perspectiva de Jesús el Cristo, estaba ahí para orar a Dios así como para enseñar su Palabra.
Da que pensar el acontecimiento narrado. Muchos cristianos aprendieron de ese relato desde muy temprano. Por supuesto, vieron a Jesús señalando el pecado, corrigiendo y actuando. Pero hoy hay iglesias que parece no quieren entender Lucas 19:45-48 (y paralelos). El “templo”, es decir, el sitio de reunión y comunión cristiana, muchos lo han convertido en “casa de negocios”, e incluso ha devenido en “casa de diversión”. Haríamos bien en volver a lo básico e innegociable: el “templo” es casa de oración y casa de enseñanza de la Palabra de Dios.
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