18 de agosto de 2024

LA EFICACIA DE LA FE

La expresión del apóstol Pablo “tu fe sea eficaz” en la carta a Filemón (v. 6), capta lo realmente significativo: la fe tiene eficacia cuando obra amor y justicia. Efectivamente, para Pablo el amor y la fe son imprescindibles en el testimonio cristiano, y ambos deben expresarse en el plano horizontal de la comunión cristiana. Ahora, esto será posible sólo si en la iglesia todos se ven como “hermanos”. No sorprende, por eso, que Pablo de forma intencionada repita una y otra vez la palabra “hermana”, “hermano” (Fil. vv. 1, 2, 7, 16, 20)

El contenido de la carta a Filemón es bien conocido: Pablo, quien está preso por causa del evangelio en Éfeso, recibe la visita de Onésimo -el esclavo de Filemón, ubicado en Colosas- quien perdió un dinero en una transacción económica para su amo. Sabiendo que Pablo era amigo de Filemón lo visitó en la cárcel para que interceda por él -dado que podía ser castigado severamente-, pero sucedió algo que cambió todo: Onésimo se convirtió a Cristo por la palabra de Pablo (Fil. v. 10).

Pablo entonces pide a Filemón -ante Apia, Arquipo y la iglesia, Fil. vv. 1, 2- que reciba a Onésimo como “hermano amado” (Fil. v. 16). Pero le pide que lo haga no por obligación (Fil. v. 14). Además, le dice que él pagaría toda deuda de Onésimo (Fil. v. 19). El tema ciertamente no es algo “privado” que sólo interesa a Filemón, en realidad concierne a la iglesia. Claro, Pablo quiere desafiar a toda la iglesia -y no sólo a Filemón- a ver como “hermanos amados” a los que no son vistos como “iguales” en la sociedad (los esclavos eran mercancía, propiedad del amo).

¿Qué nos dice a nosotros esta carta? Que nuestra fe busque eficacia, lo cual se verá cuando comencemos a tratar a todos como “iguales”, como “hermanos amados”, particularmente a aquellos que la sociedad -de forma injusta con sus leyes- trata a algunas personas como si no lo fueran, quitándole derechos y sujetándolos al capricho de los amos. ¿La meta? Una iglesia donde todos se ven como “hermanos” y “hermanas”, por encima de los títulos o reconocimientos que la sociedad otorga. La iglesia tiene que ser, aun en eso, señal del Reino de Dios.

Pastor: MARTÍN OCAÑA FLORES

4 de junio de 2024

DESAFÍOS DE LA MISIÓN EN NUESTRO TIEMPO

 Por: Martín Ocaña Flores

Introducción 

La palabra desafiar significa provocar, retar a una acción. Y, sin duda, la misión nos desafía a los cristianos y las iglesias a revisar nuestras prácticas misiológicas, así como a planificar el servicio a Dios. El tema necesariamente nos vincula a las varias realidades (“nuestro tiempo”) donde están presentes las congregaciones, sean éstas geográficas, culturales, etc. El tema lo desarrollo desde una perspectiva pastoral, dado que ese es el ministerio que realizo. 

Precisando conceptos sobre la iglesia

La iglesia es la comunión de los santos, el pueblo de Dios, con una misión acorde al Reino de Dios. La iglesia es señal de ella, nada más. Tiene limitaciones (propias a causa de la naturaleza de quienes la componen) pero, en tanto comunión, es el medio que Dios utiliza para anunciar a Jesucristo y su Reino, a la vez de tornarse en un modelo de sociedad alternativo a los que hay en el mundo.

Si bien la iglesia es una, la “iglesia universal”, según el Nuevo Testamento lo que hay son congregaciones locales con características particulares que le dan sus miembros, el lugar donde están ubicados, lo social y cultural que lo permean todo, etc. No hay dos congregaciones idénticas porque, además, existen factores espirituales y ministeriales que les dan sus particularidades. La congregación en Corinto era distinta a la de Tesalónica, al igual que la congregación de Moquegua -donde soy pastor- es distinta a la bautista que está en otro punto de la misma ciudad, o las bautistas que están en Tacna o Arequipa.   

Aunque la iglesia -en tanto movimiento y organización- está en la enseñanza de Jesús (Mat 16:18; 18:17), ella va a mostrar un dinamismo especial por la fuerza del Espíritu. Es en ese dúnamis (Hch 1:8; 2:4,11) que la iglesia dará testimonio de Jesús y su Reino, comenzando en Jerusalén, pasando por toda Judea y Samaria, y finalmente llegando “hasta lo último de la tierra”. El itinerario misional que muestra Jesús resucitado debe haber causado un gran impacto y desafío a los discípulos de Jesús, sencillos galileos que probablemente no conocían el mundo greco-romano.

El apóstol Pablo, quien destaca en la misión desde su llamado (Hch 9:1-18), va a desarrollar un importante ministerio -siempre acompañado de otros- en el mundo “gentil”, es decir en el contexto de la cultura greco-romana. Él fue el instrumento escogido por Dios para llevar el evangelio en esas tierras. El Pablo que levanta y organiza congregaciones locales, y que además apoya a ministros del evangelio, es el mismo que sigue anunciando el Reino de Dios en Roma (Hch 28:31), cumpliendo así el mandato misionero de Jesús resucitado (Hch 1:3, 8). 

Definiciones mínimas sobre la misión

La palabra “misión” condensa una serie de articulaciones prácticas y teóricas en el marco del quehacer eclesial. Si la misiología es el estudio crítico y reflexivo de la “práctica misionera”, la misión siempre implica planificación, organización, movilización y evaluaciones diversas. Pero misión acorde al Reino de Dios que es integral, y no misión sólo para engrandecer una institución religiosa (la iglesia en tanto denominación).

Hay que recalcar la idea que no se puede hacer de la iglesia un fin en sí misma. La iglesia es sólo un instrumento de Dios, no meta final. Si la iglesia se expande es para servir a Dios en los lugares donde va llegando, y no para jactarse de tener una congregación más en ese lugar. Cuando se hace de la iglesia el centro de todo, el Reino de Dios -el señorío de Jesucristo- queda relegado, aunque la iglesia siga proclamando que “Jesús es el Rey”.

Si la misión de la iglesia se entiende en términos de la Missio Dei (Misión de Dios, Dios como origen de la misión), queda claro que hay que discernir lo que Dios dice -en la Escritura- respecto a lo que él está haciendo o quiere hacer en este mundo. Discernir la Escritura para desde ella articular una práctica misionera integral que implica Adoración, Comunión, Evangelización, Enseñanza y Servicio. En la misión, obviamente, siempre hay que cuidarse de no hacer de las partes el todo.

La misión, que implica necesariamente el desarrollo de varios ministerios, es algo que la congregación debe hacer con la dirección de su liderazgo. Y un problema y desafío constante, para éste, es cómo hacer que se involucren más creyentes en la labor que compete a todos. En mi opinión hay que usar los recursos humanos (los hermanos obedientes) que están ahí y que se esfuerzan en su servicio disponiendo de su tiempo y hasta apoyando monetariamente la obra. Menciono esto último porque hacer la misión cuesta dinero. Una congregación que hace misión siempre va a invertir dinero en la obra de Dios.

Pero aquí debo recordar un aspecto fundamental, el cual se olvida con frecuencia. La misión, históricamente hablando, desde sus inicios -es decir los primeros tres siglos-, se hizo sin grandes recursos económicos y sin tanto “profesional de la Palabra”, como se piensa hoy. La predicación del evangelio, el levantar congregaciones, lo hicieron los hermanos comunes y corrientes desde sus labores cotidianas, en sus viajes familiares, y con el apoyo de las esposas e hijos. Estas historias hay que recobrarlas y valorarlas. 

Por otro lado, también hay que recalcar que una congregación local no está en competencia con otra. Hay quienes piensan de la siguiente manera: “Si la iglesia x hizo esto, entonces también nosotros lo hacemos. Si la otra iglesia ha comprado aquello, nosotros compramos uno mejor. Si los otros han crecido en número, hay que buscar las formas -no importando cuáles- de llegar a ser más que ellos. Y si han bautizado a tantos el mes pasado, nosotros vamos a bautizar más.” La ideología de competencia parece que está internalizada en los miembros de las congregaciones. Esto banaliza la iglesia. Lo correcto sería que cada congregación trace sus propias metas (en varias direcciones) y haga la misión. 

Desafíos 

Cuando se habla de los desafíos de la misión siempre hay que preguntarse quiénes son los que se sienten desafiados. En lo personal me parece que van a sentir el desafío sólo quienes aman a Jesucristo y saben que parte de su obediencia es colaborar con sus dones en la extensión del Reino de Dios. Aquellos que ven a la iglesia como un club religioso-familiar, un lugar de esparcimiento para los jóvenes, o como un espacio para la catarsis personal, nunca van a sentir desafío alguno. “¿Misión? Eso es para los misioneros, para los pastores, para los que les sobra el tiempo.” Yo he escuchado ese comentario en varios lugares.

Primer desafío: Construir comunidad espiritual, construir hermandad de calidad. Esto me parece lo básico, pero sobre la cual hay que seguir trabajando otras áreas más. Una congregación no es la suma de creyentes hiper individualizados que se reúnen una o más veces a la semana para adorar a Dios. Hay congregaciones de 30 personas que ni se saben sus nombres entre ellos. Entonces hay que trabajar el aspecto comunitario, incluir a todos, mostrar que tenemos mucho en común y que juntos podemos hacer grandes cosas para el Señor. El desafío viene en buscar esas formas, pero insisto no para quedarnos en ello, pues no vaya a ser que pequemos de koinonitis.

Segundo desafío: Desde la práctica de la misión, hay que desechar las equivocadas ideas que hemos heredado. Ejemplos: “Necesitamos un pastor para que trabaje en la iglesia. Y mejor si tiene hijos jóvenes para que dirijan el grupo juvenil y que su esposa trabaje con las damas.” “Hay que pedir apoyo a la misión x (una sociedad misionera gringa), ellos tienen plata y pueden traer más apoyo aún.” En estos dos ejemplos la idea que predomina -aunque algunos no lo reconocerían- es que otros sean los que hacen el trabajo en la iglesia. El desafío aquí es hacer misión con los recursos que tenemos (recursos humanos, económicos, técnicos, etc.). Ese es el camino para la madurez espiritual y el crecimiento integral. 

Tercer desafío: Capacitar a la congregación para un ministerio integral relevante. ¿Qué es relevante? Discipular para la misión, enseñar a evangelizar, implementar un equipo de visitación, articular un ministerio de apoyo a los necesitados. ¿Qué no es relevante? Una pijamada, un concierto sólo para atraer jóvenes. Menos aún el hacer actividades que supuestamente van a fortalecer la comunión eclesial (paseos, polladas, concurso de mascotas, etc.). Ahora, esto puede ayudar en algo, pero no se puede decir que con ello se está cumpliendo la gran comisión. No hay que olvidar que sólo lo relevante perdura para bien. Peor aún, visto desde otro ángulo, no vaya a ser que sin pretenderlo se esté dejando para la generación que sigue un modelo tergiversado de ser iglesia. 

Cuarto desafío: Entrar en la lógica del Señor Jesús y del apóstol Pablo respecto al crecimiento integral. Esto implica estudiar la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento en clave misiológica. Las cartas de Pablo no son tratados de teología sistemática, son escritos al calor de la práctica misionera y respondiendo a necesidades y preguntas en torno a ella. Por lo mismo hay que insistir en que la misión es mucho más que números. De poco sirve tener grandes números si no somos capaces de atenderlos pastoralmente, de discipularlos e involucrarlos en los ministerios. 

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22 de enero de 2024

CASA DE ORACIÓN, CASA DE ENSEÑANZA

  

En Lucas 19:45-48 se cuenta la historia de Jesús cuando echó a los mercaderes del templo de Jerusalén porque la habían convertido en “cueva de ladrones”. Es una historia que los cuatro evangelios lo cuentan (Mateo 21:12-17; Marcos 11:15-19; Juan 2:13-22), lo que indica que tuvo un gran significado para los evangelistas como para las primeras comunidades cristianas.

    Hay quienes al leer ese relato enfatizan el significado político que pudo tener para los revolucionarios de esos días y para la clase religiosa. Otros, a la luz de Juan 2:15 deducen que Jesús usó de “violencia” (no de “fuerza justa y profética”), y otros le niegan historicidad al relato porque -dicen éstos- ese acto no pudo suceder debido a la presencia de una guarnición romana ubicada en el lugar. Se trataría entonces de un cuento, nada más. 

    En Marcos 11:11 se dice que Jesús junto con sus discípulos estuvo en el templo un día antes mirando cómo funcionaba todo el aparato mercantil. Es decir, hizo un análisis cuidadoso de cómo llevaría a cabo lo que ya sabemos. Porque eso de echar a los mercaderes no fue un arrebato del momento, movido por el impulso o la ira, sino fue claramente un acto profético en la línea del profeta Jeremías (Cf. Jeremías capítulo 7). 

    Jesús sabía que su vida peligraba al hacer eso, pero a pesar de ello tenía que dar una señal profética de lo que en realidad era el templo de Jerusalén. Éste sería destruido (Lucas 19:41-44 y 21:5-6). El templo espiritualmente estaba podrido, había perdido su razón de ser. Antes de ir a la cruz -porque para eso fue a Jerusalén- dejó esta lección profética. Había que “purificarla”, o sea limpiarla de la suciedad que había en ella, había que quitarle lo extraño a su naturaleza. 

    Más allá de lo que sucedió en lo concreto -una revuelta que de seguro tomó por sorpresa a todos-, en el mismo hecho Jesús el Cristo citó a dos profetas (Isaías 56:7 y Jeremías 7:11) para recordar a todos los que estaban en ese momento en el templo, que éste era “casa de oración”, es decir lugar de encuentro con el Dios misericordioso que escucha el clamor de su pueblo. 

    Los comerciantes -apoyados por la clase religiosa- debían dejar de robar abusando de “lo sagrado”. La casa de Dios es “casa de oración” no “cueva de ladrones”. Jesús usa ese término con precisión, porque la cueva le sirve a los ladrones tanto para ocultarse ellos como para ocultar lo robado. ¿El templo se había convertido en eso? Sí. Esto explica la acción de Jesús. Marcos 11:19 cuenta el final del relato con más dramatismo: “al llegar la noche Jesús salió de la ciudad”, es decir esperó la oscuridad para escapar de sus enemigos.

    A Jesús querían matarlo no sólo porque les malogró el negocio del día a la clase religiosa y sus operadores económicos. Querían matar a Jesús porque los desnudó ante todos lo que en realidad eran: unos idólatras del dinero que instrumentalizaban el templo con ese fin. Pero según el relato Jesús no sólo “purificó” el templo, hizo algo más: “y enseñaba cada día en el templo” (Lucas 19:47). Y es que el templo, en la perspectiva de Jesús el Cristo, estaba ahí para orar a Dios así como para enseñar su Palabra. 

    Da que pensar el acontecimiento narrado. Muchos cristianos aprendieron de ese relato desde muy temprano. Por supuesto, vieron a Jesús señalando el pecado, corrigiendo y actuando. Pero hoy hay iglesias que parece no quieren entender Lucas 19:45-48 (y paralelos). El “templo”, es decir, el sitio de reunión y comunión cristiana, muchos lo han convertido en “casa de negocios”, e incluso ha devenido en “casa de diversión”. Haríamos bien en volver a lo básico e innegociable: el “templo” es casa de oración y casa de enseñanza de la Palabra de Dios.


20 de noviembre de 2023

¿REINO DE DIOS O REINO DE ISRAEL?

Pastor Martín Ocaña

Entre el Evangelio de Lucas y Hechos de los apóstoles sabemos que existe una unidad tanto literaria como teológica (una lectura estructuralista demostraría eso con facilidad). El autor de ambos libros históricamente ha sido atribuido a Lucas, el médico que acompañó a Pablo en algunos viajes misioneros (por tierras no judías) y a quien Pablo se refiere en Colosenses 4:14. 

Una lectura de ambos libros sitúa al Reino de Dios como tema central en la enseñanza de Jesús y de la iglesia naciente (tanto en Jerusalén como las ubicadas en tierras gentiles). Así, en el Evangelio de Lucas hay aproximadamente 35 referencias al Reino de Dios (4:43; 6:20; 7:28 etc.) y en Hechos siete. Lo interesante es que Hechos comienza con la enseñanza del Reino de Dios (1:3) y termina de igual forma (28:31).

Más interesante aún es que el Reino de Dios está en labios de Jesús-Mesías el galileo (1:3), de Felipe el servidor en Jerusalén (8:12) y de Pablo el misionero en tierras gentiles (14:22; 19:8; 20:25; 28:23, 31). La misión de las iglesias gentiles no se contradice con la de Jesús el galileo y sus seguidores. En la perspectiva de Lucas hay una continuidad entre la prédica y forma de vida de las primeras comunidades cristianas con la del movimiento de Jesús.

Sorprende, sí, dos asuntos. Lo primero es la continua confusión entre sus discípulos (de origen judío) respecto al Reino de Dios. Jesús pasó tres años instruyéndoles sobre el tema, incluso antes de su ascensión (Hch 1:3) y lo primero que le preguntan es cuándo sería restaurado el reino a Israel (Hch 1:6). Jesús les responde que, en vez de andar con esa preocupación tan miope y equivocada, sean sus testigos “hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8).

Lo segundo es que la confusión, desafortunadamente, no ha acabado. En pleno siglo XXI la miopía teológica continúa. Como que ciertos cristianos (de origen no judíos) tienen la misma equivocada preocupación que aparece en Hch 1:6. Peor aún, confunden a “Israel” con el Estado que actualmente lleva ese nombre. Y por lo que se ve no les interesa en absoluto entender a Israel desde el Nuevo Testamento (digamos, Romanos capítulos 9 al 11).

Se ha dado un salto, además, de lo teológico a lo político. Y aunque ambos a lo largo de la historia se han vinculado, hoy es muy notorio cierta apología de aquello que no se debe defender bajo ninguna circunstancia (como es el genocidio actual frente al cual muchos callan por conveniencia). El sionismo, al igual que el nazismo (y algunos otros “ismos” más) no tiene nada que ver con la esperanza en el Reino de Dios. 
11 de agosto de 2023

¡VIVA EL ARMAGEDÓN!

Soy parte de esa generación de evangélicos que crecí con la idea -repetida no pocas veces en las prédicas dominicales y en programas políticos-religiosos como Club 700 y Club PTL- de que se venía el Armagedón (Apoc 16:16). Claro, el Armagedón pero en la versión de Hal Lindsey (y posteriormente en la de Tim LaHaye). No me culpen, era adolescente y me tragaba todo el discurso teológico-político made in America (republicano o demócrata, da lo mismo en este caso). 

Ese violento discursito lamentablemente no tiene fin. Y esto es posible porque el fundamentalismo ama el Armagedón. Lo proclama, lo desea, lo anuncia, pues nunca se hicieron problemas con los Armagedones que los EE.UU. llevaron a sus enemigos (Hiroshima y Nagasaki, 6 y 9 de agosto de 1945). Dos bombas nucleares causaron más de un cuarto de millón de muertos, aparte de otras consecuencias, pero nunca importó, eran “amarillos”, enemigos del estilo de vida americano.  

Por eso, todos los Armagedones son bienvenidos en tanto sean detonados fuera de casa, nunca en el país de la “libertad”. Que yo sepa, los fundamentalistas nunca cuestionaron las más de mil pruebas atómicas desde 1945. Las bombas nucleares siempre serán bienvenidas si están “del lado correcto” (esta expresión se la escuché a un misionero gringo). Por eso es que aman a Oppenheimer así como amaron a Von Braun, el científico de Hitler al cual le dieron chamba en la NASA. 

Es evidente que esa escatología ficción (política, en realidad) está más interesada en la muerte y en la guerra, no en la vida ni la paz. Pero, al decir de Juan Stam basado en una exégesis seria, Apoc 16:16 no tiene que ver con la guerra sino con la justicia y el juicio de Dios. (Pág. 455 del tomo III de su comentario al Apocalipsis). ¿Nos libraremos algún día de esas escatologías que proclaman con morbo el Armagedón? 

(Las fotos corresponden a las explosiones en Hiroshima y Nagasaki).

Pastor Martín Ocaña Flores