4 de junio de 2024

DESAFÍOS DE LA MISIÓN EN NUESTRO TIEMPO

 Por: Martín Ocaña Flores

Introducción 

La palabra desafiar significa provocar, retar a una acción. Y, sin duda, la misión nos desafía a los cristianos y las iglesias a revisar nuestras prácticas misiológicas, así como a planificar el servicio a Dios. El tema necesariamente nos vincula a las varias realidades (“nuestro tiempo”) donde están presentes las congregaciones, sean éstas geográficas, culturales, etc. El tema lo desarrollo desde una perspectiva pastoral, dado que ese es el ministerio que realizo. 

Precisando conceptos sobre la iglesia

La iglesia es la comunión de los santos, el pueblo de Dios, con una misión acorde al Reino de Dios. La iglesia es señal de ella, nada más. Tiene limitaciones (propias a causa de la naturaleza de quienes la componen) pero, en tanto comunión, es el medio que Dios utiliza para anunciar a Jesucristo y su Reino, a la vez de tornarse en un modelo de sociedad alternativo a los que hay en el mundo.

Si bien la iglesia es una, la “iglesia universal”, según el Nuevo Testamento lo que hay son congregaciones locales con características particulares que le dan sus miembros, el lugar donde están ubicados, lo social y cultural que lo permean todo, etc. No hay dos congregaciones idénticas porque, además, existen factores espirituales y ministeriales que les dan sus particularidades. La congregación en Corinto era distinta a la de Tesalónica, al igual que la congregación de Moquegua -donde soy pastor- es distinta a la bautista que está en otro punto de la misma ciudad, o las bautistas que están en Tacna o Arequipa.   

Aunque la iglesia -en tanto movimiento y organización- está en la enseñanza de Jesús (Mat 16:18; 18:17), ella va a mostrar un dinamismo especial por la fuerza del Espíritu. Es en ese dúnamis (Hch 1:8; 2:4,11) que la iglesia dará testimonio de Jesús y su Reino, comenzando en Jerusalén, pasando por toda Judea y Samaria, y finalmente llegando “hasta lo último de la tierra”. El itinerario misional que muestra Jesús resucitado debe haber causado un gran impacto y desafío a los discípulos de Jesús, sencillos galileos que probablemente no conocían el mundo greco-romano.

El apóstol Pablo, quien destaca en la misión desde su llamado (Hch 9:1-18), va a desarrollar un importante ministerio -siempre acompañado de otros- en el mundo “gentil”, es decir en el contexto de la cultura greco-romana. Él fue el instrumento escogido por Dios para llevar el evangelio en esas tierras. El Pablo que levanta y organiza congregaciones locales, y que además apoya a ministros del evangelio, es el mismo que sigue anunciando el Reino de Dios en Roma (Hch 28:31), cumpliendo así el mandato misionero de Jesús resucitado (Hch 1:3, 8). 

Definiciones mínimas sobre la misión

La palabra “misión” condensa una serie de articulaciones prácticas y teóricas en el marco del quehacer eclesial. Si la misiología es el estudio crítico y reflexivo de la “práctica misionera”, la misión siempre implica planificación, organización, movilización y evaluaciones diversas. Pero misión acorde al Reino de Dios que es integral, y no misión sólo para engrandecer una institución religiosa (la iglesia en tanto denominación).

Hay que recalcar la idea que no se puede hacer de la iglesia un fin en sí misma. La iglesia es sólo un instrumento de Dios, no meta final. Si la iglesia se expande es para servir a Dios en los lugares donde va llegando, y no para jactarse de tener una congregación más en ese lugar. Cuando se hace de la iglesia el centro de todo, el Reino de Dios -el señorío de Jesucristo- queda relegado, aunque la iglesia siga proclamando que “Jesús es el Rey”.

Si la misión de la iglesia se entiende en términos de la Missio Dei (Misión de Dios, Dios como origen de la misión), queda claro que hay que discernir lo que Dios dice -en la Escritura- respecto a lo que él está haciendo o quiere hacer en este mundo. Discernir la Escritura para desde ella articular una práctica misionera integral que implica Adoración, Comunión, Evangelización, Enseñanza y Servicio. En la misión, obviamente, siempre hay que cuidarse de no hacer de las partes el todo.

La misión, que implica necesariamente el desarrollo de varios ministerios, es algo que la congregación debe hacer con la dirección de su liderazgo. Y un problema y desafío constante, para éste, es cómo hacer que se involucren más creyentes en la labor que compete a todos. En mi opinión hay que usar los recursos humanos (los hermanos obedientes) que están ahí y que se esfuerzan en su servicio disponiendo de su tiempo y hasta apoyando monetariamente la obra. Menciono esto último porque hacer la misión cuesta dinero. Una congregación que hace misión siempre va a invertir dinero en la obra de Dios.

Pero aquí debo recordar un aspecto fundamental, el cual se olvida con frecuencia. La misión, históricamente hablando, desde sus inicios -es decir los primeros tres siglos-, se hizo sin grandes recursos económicos y sin tanto “profesional de la Palabra”, como se piensa hoy. La predicación del evangelio, el levantar congregaciones, lo hicieron los hermanos comunes y corrientes desde sus labores cotidianas, en sus viajes familiares, y con el apoyo de las esposas e hijos. Estas historias hay que recobrarlas y valorarlas. 

Por otro lado, también hay que recalcar que una congregación local no está en competencia con otra. Hay quienes piensan de la siguiente manera: “Si la iglesia x hizo esto, entonces también nosotros lo hacemos. Si la otra iglesia ha comprado aquello, nosotros compramos uno mejor. Si los otros han crecido en número, hay que buscar las formas -no importando cuáles- de llegar a ser más que ellos. Y si han bautizado a tantos el mes pasado, nosotros vamos a bautizar más.” La ideología de competencia parece que está internalizada en los miembros de las congregaciones. Esto banaliza la iglesia. Lo correcto sería que cada congregación trace sus propias metas (en varias direcciones) y haga la misión. 

Desafíos 

Cuando se habla de los desafíos de la misión siempre hay que preguntarse quiénes son los que se sienten desafiados. En lo personal me parece que van a sentir el desafío sólo quienes aman a Jesucristo y saben que parte de su obediencia es colaborar con sus dones en la extensión del Reino de Dios. Aquellos que ven a la iglesia como un club religioso-familiar, un lugar de esparcimiento para los jóvenes, o como un espacio para la catarsis personal, nunca van a sentir desafío alguno. “¿Misión? Eso es para los misioneros, para los pastores, para los que les sobra el tiempo.” Yo he escuchado ese comentario en varios lugares.

Primer desafío: Construir comunidad espiritual, construir hermandad de calidad. Esto me parece lo básico, pero sobre la cual hay que seguir trabajando otras áreas más. Una congregación no es la suma de creyentes hiper individualizados que se reúnen una o más veces a la semana para adorar a Dios. Hay congregaciones de 30 personas que ni se saben sus nombres entre ellos. Entonces hay que trabajar el aspecto comunitario, incluir a todos, mostrar que tenemos mucho en común y que juntos podemos hacer grandes cosas para el Señor. El desafío viene en buscar esas formas, pero insisto no para quedarnos en ello, pues no vaya a ser que pequemos de koinonitis.

Segundo desafío: Desde la práctica de la misión, hay que desechar las equivocadas ideas que hemos heredado. Ejemplos: “Necesitamos un pastor para que trabaje en la iglesia. Y mejor si tiene hijos jóvenes para que dirijan el grupo juvenil y que su esposa trabaje con las damas.” “Hay que pedir apoyo a la misión x (una sociedad misionera gringa), ellos tienen plata y pueden traer más apoyo aún.” En estos dos ejemplos la idea que predomina -aunque algunos no lo reconocerían- es que otros sean los que hacen el trabajo en la iglesia. El desafío aquí es hacer misión con los recursos que tenemos (recursos humanos, económicos, técnicos, etc.). Ese es el camino para la madurez espiritual y el crecimiento integral. 

Tercer desafío: Capacitar a la congregación para un ministerio integral relevante. ¿Qué es relevante? Discipular para la misión, enseñar a evangelizar, implementar un equipo de visitación, articular un ministerio de apoyo a los necesitados. ¿Qué no es relevante? Una pijamada, un concierto sólo para atraer jóvenes. Menos aún el hacer actividades que supuestamente van a fortalecer la comunión eclesial (paseos, polladas, concurso de mascotas, etc.). Ahora, esto puede ayudar en algo, pero no se puede decir que con ello se está cumpliendo la gran comisión. No hay que olvidar que sólo lo relevante perdura para bien. Peor aún, visto desde otro ángulo, no vaya a ser que sin pretenderlo se esté dejando para la generación que sigue un modelo tergiversado de ser iglesia. 

Cuarto desafío: Entrar en la lógica del Señor Jesús y del apóstol Pablo respecto al crecimiento integral. Esto implica estudiar la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento en clave misiológica. Las cartas de Pablo no son tratados de teología sistemática, son escritos al calor de la práctica misionera y respondiendo a necesidades y preguntas en torno a ella. Por lo mismo hay que insistir en que la misión es mucho más que números. De poco sirve tener grandes números si no somos capaces de atenderlos pastoralmente, de discipularlos e involucrarlos en los ministerios. 

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