George Reyes |
Ya que para el cristianismo protestante en general la fuente única, veraz, confiable, final y autoritativa de sus doctrinas y práctica son las Escrituras, en esta parte final me propongo reflexionar sobre dos asuntos importantes; el primero, sobre la interpretación comunitaria de las Escrituras, y, el segundo, sobre la fidelidad a la verdad apostólica en la interpretación de las Escrituras.
Interpretación comunitaria
Por interpretación comunitaria de las Escrituras me refiero a la interpretación dada a las mismas por la Iglesia antigua del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. Sin embargo, este asunto es difícil explicarlo y, mucho más, aceptarlo; la razón es porque, el caso que conocemos más, el catolicismo romano, define dos fuentes de origen de las doctrinas y de autoridad, la Biblia y la Tradición, y ambas se funden en la instancia final que es el magisterio de la Iglesia que dice haber preservado la Tradición original. El protestantismo, en cambio, no admite Tradición alguna ni que esta sea fuente confiable y autoritativa; tampoco admite un magisterio como instancia final de autoridad doctrinal porque haya preservado con fidelidad la Tradición, es decir, la doctrina original recibida.
Con todo, en el protestantismo ha habido siempre el riesgo latente de que se instalen sectores de autoridad encarnada en líderes que se erijan como referentes y depositarios únicos de la verdad, y que así desplacen la fuente normativa de la doctrina: las Escrituras y solo ellas. Este riesgo hace que hoy sea urgente una interpretación pública de las Escrituras no solo cuidadosa y humilde, sino también llevada a cabo en conexión con la enseñanza apostólica y validada con ella, es decir, con la doctrina correcta y consensuada que la Iglesia ha confesado y enseñado a lo largo de su historia y misión. Esto exige de nosotros que interpretemos las Escrituras bajo la promesa del Señor (Jn 16:13), la ética y las verdades de la fe consensuadas de la Iglesia, sin dejar a un lado cualquier aporte serio y válido de la hermenéutica y la exégesis.
Fidelidad a la verdad apostólica
Aquí el privilegio de la interpretación comunitaria contemporánea es tanto apegarse a la verdad apostólica como mantenerse fiel a ella (Ti 1:9) y confiar siempre razonadamente en su veracidad. La interpretación de las Escrituras debe realizarse también con el intelecto y esa humildad y temor de Dios que permiten, entre otras cosas, dejarnos enseñar y santificar, alinearnos a la verdad apostólica auténtica o volvernos a ella. Lo contrario es realizarla intuitivamente, sin humildad y temor que puede conducir a intentar corregir las verdades de la fe apostólica anteponiéndoles las opiniones personales e interpretándolas siguiendo determinadas tendencias del momento o adaptándolas a ellas.
Obviamente, nada de lo dicho arriba responde a algún fundamentalismo poco informado sobre asuntos bíblicos que hasta pudiera negar la voz de la verdad bíblica en los asuntos del mundo actual. Responde al deber que los intérpretes, y la Iglesia misma, tenemos de ya sea mantenernos fiel a la verdad apostólica antigua, o, si fuese necesario, volvernos a ella. Esto es decisivo para la vida y misión de la Iglesia; y es urgente ante toda novedad doctrinal progresista que fácilmente afirme ser la verdadera, nunca antes descubierta.
La libertad que tenemos todos de leer las Escrituras, incluso privadamente, no nos priva de responsabilidad y vigilancia en el uso que le demos.
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