Mag. George Reyes [1] |
La lectura de las Escrituras, incluso con fin devocional, es una lectura de interpretación; pero es también ha de ser una lectura en conexión con la comunidad que es la interpretadora por excelencia de las Escrituras, la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (1Ti 3:15). Tenerlo claro es importante, porque, en nuestro contexto cristiano, la interpretación de las Escrituras ha sido y sigue siendo un privilegio individual rodeado de grandes riesgos incluso para la unidad doctrinal y teológica de la Iglesia. En esta primera parte, reflexionaré sobre la firmeza, seguimiento y protección de la verdad recibida en el contexto apostólico del primer siglo.
Firmeza en la verdad recibida
Desde los primeros días de su existencia, la Iglesia de Cristo se ha preocupado de que sus miembros permanecieran firmes en la verdad recibida. “Me alegré mucho cuando vinieron unos hermanos y dieron testimonio de tu fidelidad, y de cómo estás poniendo en práctica [o andan en] la verdad” (3 Jn 3*), escribe el Apóstol Juan, el Teólogo; vale recordar que Juan escribe sus dos primeras epístolas cuando la herejía gnóstica amenazaba la verdad apostólica; por eso, no es de extrañar que haya instruido a la comunidad incluso sobre lo que hoy sería un escándalo contra la intolerancia y la exclusión: “Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida” (2 Jn 9-10). Y el Apóstol Pedro finaliza su primera epístola con un llamado a la firmeza en la verdad recibida: “…les he escrito brevemente, para animarlos y confirmarles que esta es la verdadera gracia de Dios. Manténgase firmes en ella” (1P 5:15).
Seguimiento y protección de la verdad recibida
El Apóstol Pablo cuenta que, después de haber predicado 14 años, se fue a Jerusalén, guiado por una revelación y acompañado por Bernabé y Tito; allí predicó a los más célebres el evangelio por él propagado a los gentiles “para que todo mi esfuerzo no fuera en vano (Gal. 2:2). Y en sus cartas a Timoteo se puede notar su compromiso con la verdad recibida y un énfasis sobre la necesidad de proteger esa verdad y permanecer en la ortodoxia: “Timoteo, ¡cuida bien lo que se te ha confiado!” (1Ti 6:20); “…sigue el ejemplo de la sana doctrina…cuida la preciosa enseñanza (el “buen depósito” o tradición) que se te ha confiado” (2Ti 1:13-14). No era para menos, pues, el Apóstol y Timoteo, al pasar por las ciudades, entregaban las resoluciones o acuerdos inmutables tomados por los apóstoles y los presbíteros en [el Concilio de] Jerusalén” (ver Hch 15).
El auténtico camino de la fe, cuidadosamente seguido y protegido en la historia de la Iglesia Apostólica, se le denominó desde los tiempos más remotos el camino recto, genuino u ortodoxo. El Apóstol Pablo, por ejemplo, exhorta a Timoteo a presentarse ante Dios aprobado “como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15.).[2] En los escritos de los primeros cristianos se aconseja a seguir “las reglas de la fe”, “los preceptos de la verdad” en la interpretación de la Sagrada Escritura. Es más, el término “ortodoxo” ya se usaba tanto en la época anterior a los Concilios Universales (Ecuménicos) de la Iglesia como durante dichos Concilios y en los escritos de los Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, quienes como sabemos siguieron, defendieron y proclamaron con mucho celo la verdad recibida.
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[1] George Reyes. Pastor Presbiteriano (INPM); Autor; Literato; Profesor del STN de Ciudad Juárez, México
[2] Todos los pasajes citados vienen de la Nueva Versión Internacional (IVN).
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