Mag. George Reyes |
Aspecto divino
El aspecto divino tiene que ver básicamente con un hecho fundamental del cual le deviene su autoridad e infalibilidad, aunque nuestra mente no lo pueda comprender ni explicar a cabalidad: su inspiración por el Espíritu Santo (2Ti 3:16-17; 2P. 1:21). Las palabras de Dios, expresadas en palabras humanas, se adaptaron al lenguaje humano, impregnando toda las Escrituras de esta Santa Palabra.
Según la fe correcta recibida, esta inspiración no anuló la personalidad, vocabulario, estilo y cultura de los escritores al poner por escrito la revelación; de ahí que la Biblia no sea un producto de la engañosa imaginación humana, ni desencarnada del contexto histórico y cultural en que fue compuesta ni libre, por lo tanto, del trabajo editorial y de investigación de sus escritores (Lc. 1:1-4). Sin embargo, esta afirmación no significa inspiración limitada de las Escrituras ni implica que ella contenga errores históricos y doctrinales ni negación escéptica de su inspiración verbal y totalmente.
Aspecto humano
El aspecto humano fundamental de las Escrituras es que la divina Palabra de Dios nos fue y nos es transmitida en el lenguaje humano; este lenguaje es el de los diferentes escritores que Dios habría de escoger para que compusieran los textos sagrados y registraran así por escrito su mensaje. De ahí que, como correctamente se ha afirmado, para comunicarse, la Palabra de Dios se abrió y se abre camino a través de los condicionamientos psicológicos de los diferentes escritores; cada uno de ellos usaría una gran variedad de formas literarias, a fin de comunicar de manera confiable la verdad divina. Esta es la razón por qué las Escrituras pueden estudiarse mediante un uso cuidadoso de las ciencias humanas, particularmente de la sociología y la antropología, en tanto estas contribuyen a una comprensión mejor de los textos.
El aspecto divino y humano en la interpretación
Al interpretar las Escrituras, la Iglesia tendrá presente los dos aspectos mencionados de las Escrituras. El descuido de su dimensión humana podría conducir, por ejemplo, a una interpretación literal excesiva que negligencia el lenguaje figurado y algún sentido espiritual de los textos; también puede conducir a la idea de que el contenido de los textos bíblicos se puede aplicar directamente al mundo contemporáneo, sin que medie una contextualización inteligente de ese contenido. Y el descuido de su dimensión divina podría conducir no solo a reducir las Escrituras a una mera obra literaria histórica, sino también a efectuar un trabajo de interpretación negligente o crítico e ideológico perverso. Ambas dimensiones exigen una interpretación diligente de las Escrituras, pero respetuosa de su estatus de Palabra de Dios y de lo que sus autores humanos inspirados quisieron comunicar a sus primeros destinatarios, no de lo que el intérprete quiere hacerle decir con intereses creados.
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