8 de enero de 2020

¿En arca abierta hasta el justo peca? Lectura teológica de la corrupción.

Martín Ocaña Flores
El dinero impera en las naciones, manda en los reinos, origina las guerras, compra a los guerreros, derrama sangre, ocasiona muertos, traiciona a las patrias, destruye las urbes, somete a los pueblos, asalta las fortalezas, maltrata a los ciudadanos, domina las puertas, corrompe el derecho, confunde lo lícito e ilícito, y luchando hasta la muerte, tienta la fe, viola la verdad, consume la fama, disipa la honestidad, disuelve el afecto, roba la inocencia, sepulta la piedad, separa a los parientes, socava la amistad. 
Pedro Crisólogo [1]


Planteamiento del tema

El sentido común indica que los cristianos nos oponemos a la corrupción en sus diversas formas de expresión, pues creemos que ella afecta de forma destructiva cada aspecto de la vida humana. Por lo mismo dudo que alguien se atreva a hacer una apología racional de ella.[2]  En la preparación del ensayo me surgieron las siguientes preguntas: ¿Por qué se ha evadido por tanto tiempo en América Latina el tema de la corrupción desde la teología bíblica? ¿O es que la Biblia dice poco o nada sobre el tema? ¿La reflexión teológica latinoamericana por qué ha estado tan poco atenta a ella en los últimos cincuenta años si su presencia ha sido evidente desde mucho tiempo atrás en el continente? ¿O es que se pensaba que la violencia, la pobreza y la injusticia eran “los temas de fondo” más no así la corrupción? Las líneas que siguen intentan responder estas preguntas así como avanzar en la comprensión de nuestro tema. 

Límites y alcance del presente ensayo

Reflexionar el tema de la corrupción es algo complicado. Creo que existen enfoques restringidos al aproximarnos a nuestro tema. Está aquél que dice más o menos así: “Prefiero no opinar sobre la corrupción porque como evangélico no tengo autoridad moral. En las iglesias también se han dado casos de corrupción. Primero hay que solucionar estos problemas, recién luego opinaremos”. Personalmente creo que si esperamos primero construir la iglesia (o institución cristiana) perfecta y carente de corrupción nunca nos involucraremos en nada. Me parece que la lucha se debe dar en los dos frentes a la vez. Hay cosas que corregir en casa (la iglesia) y a la vez hay que aportar para que la casa mayor (la nación) se vea librada del flagelo de la corrupción.

Otro enfoque es el que sostiene que “la iglesia debe ofrecer alternativas específicas”, es decir “debe dar solución a la corrupción”. Esta idea parece partir de presuposiciones equivocadas como: “Al conocer la Biblia tenemos la solución que Dios quiere”, “Estamos llamados a ‘ser cabeza y no cola’ y por tanto tenemos, con la autoridad de Dios, decir qué es lo que se debe hacer”. Creo que la iglesia a veces quiere dar instrucciones o lecciones sobre algo que desconoce en todas sus implicaciones. Dicho esto creo que, como iglesia, nos falta mucha más experiencia y conocimiento de lo que es el manejo de las decisiones económicas y políticas en los diversos poderes del Estado. 

Finalmente, está el enfoque que nos viene desde la idea de “la superioridad moral”. Ésta se expresa en los siguientes términos: “Soy mejor que los demás”, “Soy superior a todos”. Incluso, algunas personas piensan que son incorruptibles. Estas ideas extremistas y despreciativas respecto a los otros no ayuda ni a pensar ni a corregir la corrupción. De hecho, en esa línea, existen cristianos evangélicos que se sienten superiores moralmente a sus amigos o parientes por el hecho de tener una ética personal alejada de ciertas prácticas consideradas “mundanas”. Pero también están aquellos que desde sus ideologías políticas se creen superiores moralmente a sus adversarios. ¡Cuántas iniciativas para luchar contra la corrupción en algún poder del Estado quedaron truncadas sólo porque provenía “de la izquierda” o “de la derecha”! [3]  

El presente ensayo tiene como propósito específico reflexionar teológicamente el tema de la corrupción. Pero no creemos que la corrupción se resiste y enfrenta con unos pocos textos bíblicos y el buen deseo que los que detentan algún tipo de poder cambiarán su mala praxis al enterarse que Dios condena la corrupción. No. Por otro lado, el ensayo se limita a la corrupción vinculada al poder o que se expresa por medio de ella, a pesar que todos sabemos que la corrupción es algo que se da también en el ciudadano de a pie, es decir en los sin-poder. Este punto específico no será ignorado en el ensayo. 

Estado de la cuestión en América Latina

Más allá de un par de artículos en la revista Iglesia y Misión (Buenos Aires) a mediados de la década de los noventa[4], hay cinco obras evangélicas en América Latina que han trabajado el tema de la corrupción: 

Arnoldo Wiens. Los cristianos y la corrupción. Desafíos de la corrupción a la fe cristiana en América Latina. Barcelona: CLIE, 1998. Este es un trabajo que fue presentado originalmente como tesis doctoral en teología y consta de tres grandes capítulos: Un contexto de corrupción; Consideración bíblica de la corrupción; y Cristología en un contexto de corrupción. Se trata de un libro pionero, bastante completo en su análisis bíblico y que reflexiona el tema desde la realidad ese flagelo que arrasa nuestro continente. No es sólo un trabajo “académico” sino intencionalmente contextual donde el autor, además, hace diversas sugerencias a la iglesia que sigue a Jesús como Señor y que es señal del reino de Dios en este mundo.

Juan José Barreda & Nicolás Panotto, edits., Cuando domina la injusticia. Abordajes bíblicos, teológicos y pastorales al problema de la corrupción. Lima: Puma, 2018. Este libro recoge once ponencias de la Consulta “La corrupción mata. Perspectivas bíblicas, contextuales y éticas” organizado por la Fraternidad Teológica Latinoamericana, en la ciudad de Lima entre el 23 y el 25 de junio del 2016. De los once sólo cuatro tienen un abordaje bíblico: el libro de Amós (Ruth Alvarado), los evangelios y Hechos de los apóstoles (Lindy Scott), el Apocalipsis (Juan J. Barreda) y el tema de la equidad (Jorge Barro).

Jorge Atiencia. Victoria sobre la corrupción en base a 2 Pedro. Buenos Aires: Certeza Argentina, 2018 (la primera edición es de 1998). Es un pequeño libro, bastante creativo en el uso del texto bíblico, donde el autor anima a los lectores a mantener la fe en un contexto dominado por la corrupción. Para ello comparte diversas experiencias reales y sugiere que los cristianos debemos remplazar la corrupción por actos de justicia y amor.

Milton Acosta. El mensaje del profeta Oseas. Una teología práctica para combatir la corrupción. Lima: Puma, 2018. El autor trabaja sobre dos ideas de fondo: que el libro de Oseas tiene como tema central la corrupción y que, además, tiene una gran profundidad en su análisis de tal manera que llega a la raíz del problema. Dios en ese contexto utiliza al profeta Oseas para denunciar el pecado generalizado en la sociedad entera, lo cual incluye la descomposición social y corrupción en las esferas públicas y aun en la cultura. El autor en todo momento vincula su reflexión con la práctica social de los cristianos.

Roberto Laver. La fe cristiana ante la corrupción en América Latina. Lima: Puma, 2019. De lejos es el libro más completo sobre el tema que nos ocupa y escrito por un experto de larga trayectoria en el campo del derecho internacional. Laver desarrolla los siguientes temas: La corrupción en la escena internacional; Medición de la corrupción; Los costos y las causas de la corrupción; Las reformas institucionales; El factor cultural; La cultura de corrupción en la justicia, y El rol de la fe y la iglesia cristiana para un cambio cultural. Pese a las cifras y estadísticas dramáticas sobre la corrupción a nivel global, el autor cree que la iglesia es un espacio desde donde se puede aportar mucho a combatir tal flagelo.

Desde un ámbito “ecuménico” hay dos aportes colectivos dedicados al tema de la corrupción: La revista Concilium Núm. 358 (Navarra: Verbo Divino, noviembre del 2014) se titula “Ubicuidad de la corrupción”, con los aportes latinoamericanos de Frei Betto, Luis Carlos Susin y Elsa Támez. De los tres sólo Támez desarrolla el tema bíblicamente (“La vigencia de la tradición profética y sapiencial contra la corrupción y el pecado estructural”). Por su parte la Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, RIBLA Núm. 78, (Quito: Centro Bíblico Verbo Divino, 2018), abordó el tema “Poder y corrupción” con la contribución de diez autores que estudian diversos libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. De este número destacamos el de Elsa Támez (“La tradición profética y sapiencial contra la corrupción”) y el de Alejandro Botta (“Poder y corrupción en el Cercano Oriente Antiguo”).

Si bien se trata de aportes significativos hay que decir que la reflexión bíblica-teológica tiene un propósito específico: ayudarnos a pensar nuestra fe desde las realidades concretas en que vivimos, así como darnos algunas pistas teológicas (y pastorales) que cada uno debe reelaborar luego para su propio contexto específico. Nada más. No se combate la corrupción escribiendo libros sobre el tema, por más que sean de máxima venta. De hecho, se trata de transitar hacia la acción concreta, que en este caso implica necesariamente la presencia social y algún tipo de acción política de los cristianos. 

Ser o no ser (corrupto), he ahí la cuestión 

Todos conocemos historias de corrupción. Lo hemos visto no sólo en los reportes de los noticieros sino también con nuestros propios ojos y, a veces, en personas cercanas que creíamos que serían incapaces de tales hechos. Personalmente me incomoda mucho el tener conocidos que en sus empresas ponen en la planilla de trabajadores a algunos de sus familiares que no laboran allí para así beneficiarse del seguro social, o a otros que se hacen pasar por campesinos -con falsas declaraciones juradas- para beneficiarse de recursos del Estado que otorga al sector agro. ¿Y qué de aquél conocido que prestó su nombre al municipio en una planilla laboral sin trabajar en dicha institución estatal? Era un “trabajador fantasma” que recibía un estipendio mensual (aunque de seguro el que controlaba la planilla cobraba mucho más que él).

Conozco a personas que llegaron a trabajar en instituciones estatales (en puestos claves), que sin tener sueldos altos al final de sus gestiones en la administración pública les aparecieron diversas propiedades y hasta empresas de grandes capitales. Uno de ellos decía con cinismo: “Si no tienes plata es porque no quieres”. En el Perú es conocida la expresión “la plata llega sola” atribuida a un expresidente. Y ese es justamente el problema. En el Perú a los congresistas, a los fiscales, a los policías, a los jueces, a los ministros, a los aduaneros y todos los que tienen algún tipo de poder “la plata les llega sola” cuando quieren y en los montos que se les antoja. Pero la corrupción no sólo es un asunto de plata. Sus efectos tienen largo alcance. Una vez escuché a un oficinista decirle al otro “Si el presidente roba, ¿por qué yo no?”. Ese es el efecto moral y que va instaurando, por la fuerza de la mala costumbre, una cultura de la corrupción de la cual luego es sumamente difícil salir.

En todos los corruptos hay lo que la Biblia llama idolatría por el dinero. Pero de seguro tenían sus razones: “Tengo que hacer caja”, “Es mi oportunidad”, “Ahora me toca llenarme los bolsillos”, “Hay que asegurar a la familia”, “Lo hice por mis hijos”. También está claro que tenían una idea muy clara del Estado: el Estado es un botín al cual hay que saquear todo lo que se pueda. Queda claro que la corrupción no tiene ideología política ni sexo ni color de la piel específico. Está presente en toda cultura, confesión religiosa (si es que se la tiene) y en toda condición social. Un presidente latinoamericano promete acabar con la corrupción: “Vamos a terminar con la corrupción en dos días… la vamos a legalizar”. (Chiste malo que circula en el Internet).

Pero ¿qué es la corrupción? ¿Cómo se la puede explicar? Desde un punto de vista etimológico Roberto Laver dice que el término corrupción proviene del latín “corruptio” que es tanto la acción como el efecto de dañar, sobornar o pervertir a alguien. Y “corromper” significa alterar, trastocar la forma de algo; echar a perder, depravar, dañar, pudrir. Desde la misma etimología, entonces, la corrupción es algo que destruye o daña algo y a alguien -a veces- de forma irreparable. [5] Añade Laver: “La corrupción es un fenómeno universal que afecta a personas, instituciones y naciones. No es particular de ningún grupo de individuos, cultura o país. Todas las sociedades la padecen, aunque de distintas formas e intensidades. Es una enfermedad social, un virus que ataca las estructuras y cimientos vitales que permiten que una sociedad funcione y se desarrolle política, económica y socialmente.”[6]  

Alfonso Quiroz, por su parte, define la corrupción en los siguientes términos: “[Es] el mal uso del poder político-burocrático por parte de camarillas de funcionarios, coludidos con mezquinos intereses privados, para así obtener ventajas económicas o políticas contrarias a las metas del desarrollo social mediante la malversación o el desvío de recursos públicos, y la distorsión de políticas e instituciones.”[7] ¿Y qué implica la corrupción en lo específico? 
    La corrupción constituye, en realidad, un fenómeno amplio y variado, que comprende actividades públicas y privadas. No se trata tan solo del tosco saqueo de los fondos públicos por parte de unos funcionarios corruptos como usualmente se asume. La corruptela comprende el ofrecimiento y la recepción de sobornos, la malversación y la mala asignación de fondos y gastos públicos, la interesada aplicación errada de programas y políticas, los escándalos financieros y políticos, el fraude electoral y otras trasgresiones administrativas (como el financiamiento ilegal de partidos políticos en busca de extraer favores indebidos) que despiertan una percepción reactiva en el público. [8]
¿Con qué parte de la Biblia me quedo?

Una de los puntos que debemos considerar al abordar la corrupción en perspectiva bíblica -en realidad cualquier tema- es lo concerniente a las pre-comprensiones del intérprete. ¿Mis concepciones teológicas me limitan o me ayudan a entenderla? ¿Desde qué textos bíblicos leo la corrupción? Dos ejemplos concretos: ¿Por qué a un fundamentalista, que espera la catástrofe del mundo, podría interesarle las diversas corrupciones, ya que ésta más bien ratifica sus ideas teológicas previas que le dicen que este mundo se va al Armagedón?[9]  ¿Por qué a un neopentecostal, específicamente los de la nueva reforma apostólica, debería interesarle realmente el tema puesto que más bien ellos se presentan como la única reserva moral que está llamada a gobernar el mundo?[10]  

Ahora bien ¿Qué dice la Biblia sobre la corrupción? Hay ideas fundamentales que no podemos pasar por alto: 

(1) La Biblia al ser una biblioteca, con muchos escritores y redactores de distintas épocas, nos presenta varios ángulos sobre la corrupción y el poder. También se da el caso que algunos libros ni siquiera tocan el tema (puesto que su propósito era otro). Hay que considerar, además, que “la Biblia no es un manual de ética que responde de forma sistemática a los problemas legales, sociales y éticos de su tiempo.” [11] Mucho menos responde a las problemáticas contemporáneas que son tan complejas como la de los tiempos bíblicos. Entonces no podemos esperar una respuesta de la Biblia en general sino explicaciones parciales que ofrecen determinados libros bíblicos a los cuales hay que entender desde sus respectivos contextos social y político. Esto explica, por ejemplo, porqué acerca del Estado el apóstol Pablo tiene una opinión (en Rom 13:1-6) que no concordaría con el del libro de Apocalipsis (cap. 13:1-4). [12]

(2) El pecado, es decir la ruptura del ser humano con Dios, con la naturaleza y con los otros seres humanos, está en el origen de la corrupción de todo y todos. El pecado, hay que decirlo claramente, no es un tema más en la Biblia. Explica la verdadera naturaleza humana y que se evidencia en las culturas que van creando: los razonamientos, las costumbres, las leyes, las instituciones, etc. [13] Nada hay perfecto, todo está teñido de pecado. Por eso después de la caída (Gen 3; Rom 1:18-32) todo se descompone rápidamente. Según Gen 6:1-12 había violencia y corrupción en toda la tierra, por eso Dios trajo juicio (el diluvio). Justamente en este texto por primera vez en la Biblia aparecen palabras como “corrompió”, “corrompida” y “corrompido” (según las traducciones Reina-Valera 1960, Nácar-Colunga, Jerusalén, Nueva Versión Internacional, Cantera-Iglesias entre otros).

(3) Mucho tiempo después se cuenta la salida del pueblo de Israel de Egipto gobernado por Faraón (libro de Exodo). Una vez liberado Dios les da el Decálogo, su ley. ¿Cuál fue el propósito de ella?  Que se rijan por ella, que construyan una nación justa a diferencia del modelo reinante en la región (las Ciudades-Estado), donde gobernaban reyes déspotas divinizados y opresores del pueblo a la vez. Pero una cosa es la Ley de Dios y otra el corazón humano que no se ha liberado del pecado. De ahí que encontremos historias como la del becerro de oro (Ex 32). La corrupción (idolatría en este caso) era algo con la que se lucharía todo el tiempo restante (Cf. Deut 4:16, 25; 9:12; 32:5). La Ley no hacía incorruptible a la nación, más bien señalaba su pecado.

(4) La época del tránsito de los caudillos (jueces) a la monarquía en Israel fue más que la simple adopción de un modelo de organización política conforme a las naciones vecinas (1ª Samuel 8). Fue el abandono de Jehová como Rey por la asunción de reyes humanos que irían degradándose poco a poco. Saúl, David y Salomón no fueron reyes perfectos. Pero a la muerte del último el reino se dividió en dos (el Norte y el Sur) con reyes que “hacían lo bueno a los ojos de Jehová” y con otros que eran idólatras (1ª y 2ª Reyes). Con éstos la injusticia y la corrupción van a conocer niveles nunca antes vistos. Es en este contexto que Dios levanta profetas -como Miqueas, Oseas y Amós, entre otros- que anuncian el Juicio (cautiverio) y la llegada de un reino mesiánico de paz (shalom).[14] 

(5) Es inevitable, en este mismo contexto, relacionar la corrupción con el tema del poder. Miq 2:1 dice: “¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en su mano el poder!”. ¿Y quién es el que tiene el poder sino el rey y sus magistrados? Otros textos que describen la relación poder-abuso-corrupción son: Isa 23:10; Jer 48:25; Lam 2:17; Ezeq 30:18 y Dan 4:30. Justamente en este último libro se afirma que es Dios quien “quita reyes y pone reyes” (Dan 2:21), en abierta referencia a los reyes idólatras y corruptos, así como asegura que “el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido” (2:44). Es el reino del Mesías cuya característica es la justicia, la equidad, el shalom.[15] 

(6) Ya en el Nuevo Testamento nos encontramos con la figura que da sentido a todo: Jesús de Nazareth, el Mesías, quien es el portador del Reino de Dios. Es interesante observar que el profeta que lo anunció, Juan, exige justicia y no abuso a los soldados romanos (Luc 3:14) como parte de su mensaje de juicio, acorde a dicho Reino. Incluso Juan se enfrenta al rey Herodes encontrando la muerte a manos de la mujer que tenía éste (Mc 6:14-29). Sobre Jesús el Mesías tenemos que señalar que el Reino de Dios es lo que da sentido a su ministerio, lo que incluye su muerte en la cruz y la resurrección. 

Jesús, sin embargo, no tuvo reparos en juntarse con personas corruptas. Tuvo un tesorero que era ladrón: Judas Iscariote (Jn 12:4-6). Zaqueo, quien era parte del aparato de recaudación de impuestos para Roma, llegó a ser salvo después de prometer que devolvería con creces lo que había robado (Luc 19:1-10). Jesús mismo desalojó del patio del templo a los mercaderes que robaban a los fieles que iban a ofrecer sus sacrificios (Mc 11:15-19). ¿Y la sentencia de muerte en contra suya? ¿No fue la mayor expresión de la injusticia del poder político (y religioso) que por conveniencia le dieron la más cruel de las muertes? Ironía: José de Arimatea logró que el corrupto Pilato -el mismo que autorizó su muerte- le dé el cuerpo de Jesús para sepultarlo, cosa que hizo con la ayuda de Nicodemo (Jn 19:38-40). Luego Dios resucitará a Jesús y así su cuerpo no verá “corrupción” (Hch 2:31).

(7) Hay un tipo de literatura con una particular visión de la historia, como es la literatura Apocalíptica. Para ésta las naciones y las personas están perdidas, nada es redimible, todo está podrido, corrompido. No hay lugar para la conversión del impío y los creyentes deben esperar activamente el juicio de Dios. [16] De ahí que todo debe ser rehecho (“nuevos cielos y nueva tierra”, Isa 65:17). En esta perspectiva para el Apocalipsis de Juan el Estado es tan demoniaco (cap. 13) como corrupto (cap. 18) y en la Nueva Jerusalén no hay lugar para los que hacen diversas iniquidades (Apo 22:15). El Apocalipsis de Juan anuncia a Dios como acabando con toda injusticia, abuso y corrupción. En la Nueva Jerusalén no habrá más llanto, ni clamor ni dolor (Apo 21:4), ni quienes causen aquello.

Para seguir reflexionando en el quehacer teológico

El sentido de la ética

Es imposible pensar en combatir la corrupción sin tomar en cuenta la ética. La ética no es prescindible, es fundamental. Prácticamente “la supervivencia de la humanidad se ha transformado en un problema ético”.[17]  Y esto hay que trabajarlo desde el hogar, la iglesia y todo lugar. Los cristianos tenemos una ética que muchas veces se ha explicado como “los valores del Reino de Dios”, y efectivamente así es. Pero el asunto es transformarlo en una ética de la responsabilidad que asuma el acontecer histórico, la historia, como misión. En esto los Evangelios nos dan mucho contenido, aunque con franqueza la teología evangélica contemporánea no incluye aún, como debiera, ser el tema de la corrupción en su reflexión.

Un tema que incomoda a casi todos siempre es lo relacionado al pecado, pero éste -como ya vimos- es componente inevitable de la naturaleza humana. Sobre el particular hay que desterrar dos ideas. (1) No es cierto que cuando se convierte el individuo automáticamente la sociedad se transforma en algo mejor. [18] El asunto definitivamente es más complejo y los países con altos porcentajes de evangélicos demuestran que tal idea es equívoca. Las personas que llegan a ser cristianas tienen que aprender y a la vez des-aprender hábitos y valores, y esto es un proceso que con frecuencia toma años. (2) Tampoco es cierto que los cristianos son incorruptibles. Sobre esto se pueden poner muchos ejemplos de cristianos en cargos públicos y cuyos nombres avergüenzan el Evangelio así como a la Iglesia misma. 

El sentido del poder

Para José Míguez Bonino “el poder consiste en una serie de relaciones sociales por las cuales un conjunto de personas puede dirigir y controlar una sociedad.”[19]  Efectivamente, así es, pero es necesario observar que en la reflexión antropológica contemporánea se ha puesto de relieve -y con toda justificación- la ambigüedad del poder, es decir, su “demonicidad” connatural, su penumbra crepuscular. Como sostiene G. Pianna: “Esta demonicidad pertenece al poder por la contradicción insanable que en él anida, por la duplicidad de significados que encierra y sobre todo porque en él se verifica inevitablemente el fenómeno de la posesión”.[20]  

Esto explica porqué gente “correcta”, “decente”, cuando llega a tener un tipo de poder se corrompe casi de inmediato. Incluso, muchos llegan al poder prometiendo luchar contra la corrupción pero acaban siendo peores que sus antecesores. Con el poder se puede hacer mucho bien o, a la vez, mucho mal. Romano Guardini dice con razón: “el poder significa tanto la posibilidad de realizar cosas buenas y positivas como el peligro de producir efectos malos y destructores.”[21] Y es que “un gran poder [siempre] conlleva una gran responsabilidad".[22]  

Todo lo anterior nos hace reflexionar en que debemos mantenernos alertas respecto al uso del poder (en las instancias más pequeñas como en las mayores, en las eclesiales y las “seculares”, sean éstas privadas o estatales). La ambigüedad del poder, su demonicidad innata, sumado a la condición pecaminosa de las personas -cristianos incluidos- podría devenir en actos de corrupción. Más ¿cómo evitarlo? En arca abierta ¿el justo peca?

Reflexiones para la Iglesia

Si pregunto en la iglesia “¿Qué podemos hacer frente a la corrupción?” sin duda van a responder: “Hay que orar por las autoridades”, “Hay que orar para que se acabe la corrupción”. Eso no es fundamentalismo religioso. Es expresión de una convicción mayor que tenemos los cristianos: Dios es el dueño de la historia, Dios controla todo, Dios es el que pone reyes y quita reyes. Pero también va a haber otra respuesta, la de aquellos que creen que se puede hacer algo, siendo ellos mismos agentes de cambio en tanto cumplidores de las regulaciones ya existentes para combatir dicho flagelo en sus centros de trabajo. A éstos hay que animarlos a que cumplan sus responsabilidades ciudadanas con la certeza de que ello contribuye a que nuestra nación sea algo más justa. 

En las iglesias evangélicas -no importando la denominación- están aquellos que creen que el Evangelio no tiene nada que ver con los asuntos políticos y sociales, pero también están los que creen que el cristiano debe convertir el mundo en un lugar mejor. Ambas posiciones coexisten. Siempre ha sido así y eso no debe ser motivo para polarizar perspectivas respecto a “lo social”. Entre estas dos posturas opuestas, sin duda, hay diversas posturas intermedias. [23] Lo que sí nos queda son varias tareas pendientes: 

(1) Desarrollar una mayor conciencia social respecto a la práctica de la justicia, el derecho y la misericordia. En ese sentido nos ayudan los profetas del Antiguo Testamento así como los libros de sabiduría (Proverbios, Eclesiastés), los Evangelios y la carta de Santiago. La iglesia no sólo tiene una misión profética que cumplir (hacia afuera), de denuncia del pecado, sino también una misión sapiencial (hacia adentro) formando los valores de misericordia y solidaridad hacia la comunidad y las personas más desprotegidas.[24] 

(2) Trabajar en la prevención de la corrupción en todos los espacios eclesiales que sea posible. Los púlpitos y las clases de discipulado deben incorporar necesariamente temáticas que aborden los temas sociales desde el campo de la teología bíblica. Y en las asambleas de informes se debe dar ejemplo de transparencia, particularmente de cómo se administra el dinero. Sin duda, esto implica que tiene que haber mecanismos de control acerca del uso de la misma y que debe existir también un mínimo de sentido de institución e institucionalización en los miembros de la iglesia.

(3) Detectar, desenmascarar y corregir los casos de corrupción cuando se los encuentre. Para eso existen estatutos y las respectivas sanciones disciplinarias. Posiblemente esta es la tarea más difícil puesto que -a veces- hay ideas mal utilizadas como “el Señor juzgará”, “ya se arrepentirá el hermano” o “no hay que juzgar”. Se da el caso que incluso caen en este pecado cristianos con trayectoria eclesial, pero la lucha contra la corrupción debe comenzar por casa. A los corruptos hay que limitarles su radio de acción e influencia. Hay que corregirlos con actos de amor y justicia. Eso es parte de una “pastoral contra la corrupción”. 

(4) Insistir en que los cristianos tenemos no sólo la tarea de proclamar el Evangelio del Reino de Dios sino que debemos -hasta donde sea posible- luchar contra la corrupción en todo lugar donde nos desenvolvamos (espacios sociales, políticos, culturales, otros). Y si tenemos algún tipo de poder nuestra responsabilidad es aún mayor. Gloria Zúñiga dice:
    Los creyentes como individuos, y la iglesia en América Latina como cuerpo, deben ser agentes de transformación social y cultural. La participación ciudadana responsable es necesaria para prevenir la corrupción. Es imperativo construir redes ciudadanas para fiscalizar la actuación de los funcionarios públicos y corruptores, exigiendo rendición de cuentas. Como ciudadanos, miembros de la iglesia latinoamericana e hijos de Dios, tenemos oportunidades de servicio y testimonio para sembrar la semilla de integridad al ser genuinos y honestos, rompiendo el círculo vicioso corrupto-corruptor (Mt 5:13-16; Ec 7:7); pero también denunciando la corrupción con valentía, sabiduría y mucha prudencia (Pr 18:5; 24:24; 28:4). [25]
(5) Finalmente, los cristianos en tanto sal de la tierra y luz del mundo (Mat 5:13-16) deben “apoyar todos los esfuerzos, sean cristianos o no, que se dediquen a la lucha contra la corrupción.”[26] Por eso debe “crear redes locales, regionales, nacionales e internacionales contra la corrupción entre cristianos y no cristianos, con el objetivo de influenciar creativa y positivamente en las distintas esferas sociales.”[27] Esta tarea no siempre ha sido bien entendida por la iglesia, por lo que nos espera profundizar una pastoral que no haga dicotomías entre la iglesia y su entorno social y político.

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PIE DE PÁGINA

[1] Crisólogo fue Padre y Doctor de la Iglesia en el siglo V.
[2] Dos libros básicos para entender nuestro tema son: Mariano Grondona. La corrupción. Buenos Aires: Planeta, 1993 y Oscar Bautista. Ética para corruptos. Una forma de prevenir la corrupción en los gobiernos y administraciones públicas. Bilbao: DDB, 2009. 
[3] Por eso discrepo de libros como el de Ignacio Sánchez-Cuenca. La superioridad moral de la izquierda (Madrid: Lengua de trapo, 2018). Tampoco acepto ideas como que la democracia liberal tiene “una superioridad moral y material” sobre el socialismo autoritario. (Mario Vargas Llosa. La llamada de la tribu. Barcelona: Penguin Random House, 2018, p. 16.
[4] Cf. “Misión y corrupción” de René Padilla y “Los evangélicos latinoamericanos ante el desafío de la corrupción” de Arnoldo Wiens. Este último amplió su reflexión (“La misión cristiana en un contexto de corrupción”) para el libro editado por René Padilla. Bases bíblicas de la misión. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires – Grand Rapids, MI: Nueva Creación – William B. Eerdmans Pub. Co., 1998.   
[5] Op. Cit., p. 47.
[6] Ibid., p. 17.
[7] Historia de la corrupción en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2013, p. 32. Las letras en cursiva son mías. 
[8] Quiroz, Loc. Cit. Por su parte Jaime Jiménez describe cómo se concretiza a un “nivel legal” la corrupción en el Perú: los reglamentos, bases de licitaciones, normas, decretos, resoluciones, leyes con nombre propio, expedientes técnicos, adendas, porcentajes en gastos administrativos y un largo etcétera. Se puede decir, entonces, con el refrán popular: “Hecha la ley, hecha la trampa”. Cf. “Sí, cambiar la Constitución”, Semanario Hildebrandt en sus trece, Núm. 452, año 10, Lima, viernes 5 de julio 2019, p. 29. Otra investigación útil para el caso peruano es: Carlos Malpica Silva. Los dueños del Perú. Lima: Persistiremos, 2015, 15ª edición actualizada.
[9] Hinkelammert. Democracia o totalitarismo. San José: DEI, 1987, pp. 250-251. 
[10] Cf. mi ensayo “Nueva reforma apostólica, nueva teología política” en: Los banqueros de Dios. Lima: Puma, 2014, segunda edición, pp. 168-194.
[11] Howard Marshall “Using the Bible in Ethics”, in: David Wright, edit., Essays in Evangelical Social Ethics. Connecticut, USA: Morehouse-Barlow Co., 1983, p. 41.
[12] Un estudio clásico sobre este tema es: Oscar Cullmann. El Estado en el Nuevo Testamento. Madrid: Taurus, 1966, pp. 65-100.
[13] Hay una necesidad urgente de desarrollar una teología bíblica del pecado que sea comprensible a las personas del siglo XXI. Son de utilidad Marciano Vidal. Cómo hablar del pecado hoy. Madrid: PPC, 1977 y Xavier Thévenot. El pecado, hoy. Navarra: Verbo Divino, 1989, entre otros.
[14] Muy útil es el libro de Francesc Ramis. Qué se sabe de … Los profetas. Navarra: Verbo Divino, 2010. Este autor aborda con creatividad la militancia política de los profetas. 
[15] Las monarquías de la región se caracterizaban por sus altos niveles de corrupción. Una introducción al tema: Alejandro Botta “Poder y corrupción en el Cercano Oriente antiguo”, en: RIBLA Núm. 78, 2018, pp. 25-34. 
[16] Cf. Severino Croatto “Apocalíptica y esperanza de los oprimidos”, en: RIBLA Núm. 7, 2000, 2ª edición, pp. 9-21. 
[17] Franz Hinkelammert “Ética del bien común versus ética de ladrones”, en: Solidaridad o suicidio colectivo. San José: Ambien-tico Ediciones, 2003, p. 53.
[18] Este tema ha sido estudiado profundamente por Rubem Alves. Protestantismo e Repressao. Sao Paulo: Atica, 1979, pp. 216-239. 
[19] Poder del evangelio y poder político. Buenos Aires: Kairós, 1999, p. 24. 
[20] G. Piana “Poder”, en: Lothar Pacomio y otros, edits., Diccionario Teológico Interdisciplinar. Vol. 3. Salamanca: Sígueme, 1982, p. 820. El autor sigue de cerca un escrito temprano de Paul Tillich. Das Dämonische. Tübingen: J.C.B. Mohr, 1926. Muy útil para seguir esa reflexión: Jorge Tizón. Psicopatología del poder. Un ensayo sobre la perversión y la corrupción. Barcelona: Herder, 2014.
[21] “El Poder”, en: Obras. Volumen 1. Madrid: Cristiandad, 1981, p. 179. 
[22] Discurso del presidente estadounidense Franklin D. Rooseveldt (11 de abril de 1945) en el contexto de la segunda guerra mundial. La expresión fue popularizada por el escritor Stan Lee, pero no le pertenece a él.
[23] Stephen Mayor ¿Es utópica una sociedad cristiana? Buenos Aires: La Aurora, 1978, p. 16.
[24] En esta misma línea Arnoldo Wiens ha hecho una selección de lo que él llama “Textos anti-corrupción más destacados en el libro de Proverbios”. Cf. Los cristianos y la corrupción, Op. Cit., pp. 215-217. 
[25] “Corrupción”, en: René Padilla y otros, edits., Comentario bíblico contemporáneo. Buenos Aires: Certeza Unida – Kairós, 2019, p. 1105.
[26] Arnoldo Wiens “Los evangélicos latinoamericanos ante el desafío de la corrupción”, Revista Iglesia y Misión, Buenos Aires.
[27] Loc.cit

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