26 de agosto de 2014

¿QUÉ ES LA DISCIPLINA ECLESIAL?

Una reflexión bíblica y pastoral
Ps. Martín Ocaña Flores [1]

Ps. Martín Ocaña

La disciplina eclesiástica no consiste en un grupo de policías que persigue algún criminal. Al contrario, es un grupo de hermanos que lamentan una pérdida familiar y buscan la forma de restaurar al miembro de la familia que se ha descarriado.  Wiersbe. [2



Planteamiento del tema

El tema de la “disciplina eclesial” –al margen de lo que signifique o implique esto en el imaginario colectivo- no goza en los últimos tiempos de mucha simpatía en algunas iglesias evangélicas. Vivimos en una época donde algunos sugieren que ya hemos “alcanzado la adultez” y, en esa lógica, toda “disciplina” pudiera sonar a “control” o incluso “autoritarismo”. Personalmente estoy convencido que si hiciesen estadísticas sobre la disciplina eclesial quedaríamos algo sorprendidos al saber que a muchos pastores y líderes eclesiásticos les incomoda el tema por las más variadas razones, entre ellas el perder miembros –y con ello parecer fracasados en el ministerio- o incluso perder parte de los ingresos económicos. [3]  

Incluso a veces hay la impresión que algunas autoridades eclesiales adrede relegan el tema para evitar “mayores conflictos” al interior de sus iglesias, aunque con ello lo único que consiguen es una permisividad mayor –como nunca antes se ha visto- respecto a actitudes incompatibles con el Evangelio que tienen algunos de sus miembros, no importando si con ello se fomenta aún más el pecado y el anti-testimonio evangélico.[4]  ¿No se supone que la iglesia es la “sal de la tierra” y la “luz del mundo”, en términos de Jesús el Mesías? Creo que no me equivoco si digo que este ensayo aunque lo pueden leer y entender todos, lo comprenderán mejor aquellos que realmente aman a la iglesia que no es sino el Cuerpo de Cristo y no una mera institución social con propósitos o funciones “religiosas”.

Precisiones terminológicas

Si bien es cierto que en el Antiguo Testamento aparece la palabra “disciplina”, particularmente es en el Nuevo Testamento donde adquiere su sentido más amplio y útil para nuestro objetivo trazado. Veamos. En el Antiguo Testamento, a modo de síntesis, se puede decir que
    el verbo ysr tiene una gama semántica que incluye desde “amonestar” (p.e. Sal 94:10; Prov 9:7) y “disciplinar” (p.e. Deut 4:36; Prov 3:11) hasta “castigar” (p.e. Lev 26:18, 28; Prov 19:18). El sustantivo relacionado con este verbo, musar, se usa para hablar de la corrección (“instrucción”, Prov 15:33) que lleva a la sabiduría, y de la enseñanza o instrucción (Sal 50:17). [5]
En referencia al uso del término en el Nuevo Testamento el pastor costarricense Guillermo Green –a quien cito ampliamente- observa que:
    El término bíblico del Nuevo Testamento por ‘disciplina’ es paideia, y se refiere a la «instrucción, el entrenamiento, o la disciplina». (...) La ‘disciplina’ incluye tanto lo positivo como lo negativo –establecer lo correcto y corregir lo incorrecto-. En primer lugar, es un término positivo –la meta es establecer lo correcto-. Sin embargo, incluye también la amonestación (Rom 15:14), la corrección (2 Tim 3:16) y si es necesario la excomunión (1 Cor 5:1-5; Mat 18:17).
    En la Iglesia, la ‘disciplina’ tiene como meta preparar al cristiano para una vida que glorifique a Dios. Dios es el que disciplina al que ama, tal como un buen padre lo hace con sus hijos (Heb 12:5-11). Pero Dios usa también el ministerio de los ancianos y pastores para aplicar su disciplina también. El ministerio de la Palabra es la instrucción, el entrenamiento, ‘la disciplina’ de Dios. Y el ministerio de la amonestación también es parte de esta disciplina cuando sea necesario. La meta es preparar la Iglesia como novia santa para recibir a su Señor.[6]
Efectivamente, ese es el significado del término “disciplina”. En la monumental obra dirigida por Gerhard Kittel, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, se indica que la voz griega para disciplina es paideo y que ésta –junto con paideía- originalmente “se relacionan con la formación de los niños, los cuales necesitan dirección, enseñanza, instrucción y disciplina”. [7]

Entonces bien se puede decir que el término “disciplina” tiene una variedad de sentidos e implicaciones que se relacionan fundamentalmente con lo formativo, lo cual un cristiano debería ejercerlo tanto en el marco del hogar como en la iglesia. Pero si es formativo entonces la disciplina eclesial también tiene que ver con el “discipulado”. ¿Cómo es que se relacionan ambas? En que la disciplina eclesial es una parte del proceso de discipulado, “la parte en la que corregimos el pecado y dirigimos al discípulo hacia un camino mejor. Ser discipulado significa, entre otras cosas, ser disciplinado. Y el cristiano se disciplina a través de la enseñanza y la corrección. [8

¿Quién o quiénes ejercen la enseñanza y la corrección? Las autoridades de la iglesia, llámense pastores, ancianos (presbíteros), obispos, liderazgo, consistorio, etc., fundamentados en la Biblia.

Iglesias y estatutos

Todas las iglesias evangélicas (sean denominaciones o congregaciones particulares) en el transcurso de su institucionalización y de gobierno de las mismas, por necesidad u obligación legal, llegan a incluir en un determinado momento artículos en sus estatutos que tienen que ver con lo que se llama la “disciplina eclesiástica”. Ésta incluye generalmente tanto la disciplina formativa (administrativa) como la disciplina correctiva (judicial), las cuales son formas de explicar las implicancias éticas del evangelio.

En ese sentido la disciplina eclesiástica es bastante amplia, pero en el fondo no es otra cosa que el ejercicio de la autoridad que el Señor Jesucristo ha destinado a la iglesia visible –mediante sus autoridades- para su maduración espiritual, preservación de su pureza o santidad y el buen orden institucional. Y respecto a la disciplina correctiva (o judicial), el propósito “es reivindicar el honor de Cristo, a fin de promover la pureza de su Iglesia”. [9]  ¿Por qué es importante la pureza o santidad del cuerpo de Cristo? Porque sin ella la iglesia se queda vacía, inerte, sin posibilidad de testimonio eficaz, sea éste dentro o fuera de su ámbito eclesial. La iglesia es, en palabras del apóstol Pablo, “casa de Dios, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim 3:15).

El cuidado de la iglesia

Es importante señalar que la cabeza de la iglesia, Jesucristo, ha dejado a los pastores/obispos/ancianos (que en el fondo son funciones de un mismo sujeto colectivo de gobierno con la autoridad del Señor) una noble tarea que es la de cuidar a la iglesia. A los ancianos de la iglesia en Efeso el apóstol Pablo les dijo: “mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hch 20:28). Ese cuidado generalmente implica “corregir lo deficiente” (Tit 1:5), pero procurando no caer en contenciones o peleas. Como dice el mismo Pablo: “si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (1 Cor 11:16). 

Todo lo anterior es posible llevarlo a cabo porque los pastores/obispos/ancianos tienen la autoridad del Señor. De ahí que en otra parte se exhorte a los fieles a: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Heb 13:17).  

La sujeción de los miembros a los pastores/obispos/ancianos es fundamental para la buena marcha de la iglesia. Si no hay sujeción u obediencia a los pastores entonces lo que existe –o se busca- en la iglesia es anarquía, desorden, caos. Eso lo sabía bien el apóstol Pablo, a quien algunas veces sus adversarios trataron fallidamente de quitarle autoridad (Cf. 2 Cor 10-11). Pablo escribiría tiempo después a Timoteo respecto a algo que él mismo había sufrido en carne propia: “contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos” (1 Tim 5:19). Este criterio es válido aún hoy. 

Aspectos pastorales

El cuidado de la iglesia, el discipulado y la disciplina nunca ha sido fácil de implementar debido a que en el desarrollo de la misma se confronta con la actitud/conducta equivocada de algunos de sus miembros. El apóstol Pablo, por ejemplo, al corregir a los gálatas de su extraviado accionar llegó a preguntar: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gal 4:16). Ese es el costo real algunas veces para los pastores y líderes de las iglesias. Parecer que son “enemigos” a los ojos del transgresor (o transgresores) cuando lo único que se procura es el bienestar de la iglesia y su santidad.

Es lamentable pero necesario que los líderes de la iglesia –en el cumplimiento de sus funciones- tengan que hacerse la siguiente pregunta: ¿En qué momento es necesaria la disciplina correctiva (judicial) de la iglesia? “En términos generales, la disciplina es necesaria en el momento que un discípulo se aleja del camino cristiano a causa del pecado”. [10]  ¿Y cuándo es el momento en que se descarría un creyente? Aunque pueden haber muchas respuestas lo único cierto es que éste se comprueba cuando ya hay evidencias visibles en su conducta de que el Evangelio y la Iglesia del Señor significan muy poco o tal vez nada. Esto explica porqué diversos pecados –a veces escandalosos- le acompañen en su cotidiano vivir al infractor.

Este tipo de situación no fue novedoso a las iglesias del Nuevo Testamento. De hecho habían cristianos que habían malentendido el Evangelio. Pablo en su primera carta pastoral a Timoteo le indica: “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” (1 Tim 5:20). Puede que a algunos hoy les sorprenda el mandato a “reprender” que no es sino una fuerte amonestación al infractor ante la congregación. Pero a mí más bien me llama la atención por qué algunos llamados “cristianos” se empeñaban en pecar, es decir persistían en vivir en el error, en la falta ética, en la desobediencia a Dios. Quien quiere vivir bajo el signo del pecado, sin duda, es alguien a quien poco le interesa Cristo, el Evangelio y la Iglesia. Por tanto, o se corrige o se le corrige. Y eso es disciplina.

Está también el caso del que siendo miembro de la iglesia es un rebelde, es decir alguien que no reconoce ni respeta a las autoridades de la iglesia. Sobre el particular Pablo dice: “Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Más no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano”. (2 Tes 3:14-15). (Cf. también Judas 8, es el mismo pecado de rebeldía). El problema con los rebeldes es que con frecuencia ocasionan dolorosas divisiones en la iglesia. Claro, esto sólo lo pueden entender quienes han sufrido tales cismas.

¿Qué se debe hacer con los miembros rebeldes que causan división en la iglesia? Pablo responde: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tit 3:10). Esto es lo que hoy se llama excomunión, sacarlo de la lista de miembros de la iglesia. Pero la excomunión es el paso último después de haber amonestado al infractor una y otra vez. La excomunión nunca es el primer paso. Siempre se busca la reconciliación, el diálogo para corregir el pecado y al pecador. Si se obstina el infractor eso significa que “el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tit 3:11), por tanto no hay otra alternativa que borrarlo de la lista de miembros de la iglesia. 

Un ejemplo de rebeldía y blasfemia son “Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar” (1 Tim 1:20). En este texto aparece el causal de disciplina correctiva así como la sanción (“entregué a Satanás”). ¿Qué significa esta expresión? (que también aparece en 1 Cor 5:5). Según los estudiosos significa excomulgarlo, cortarlo de la comunión de la iglesia, es decir sacarlo a una esfera donde el infractor quede bajo la potestad del diablo (y donde la iglesia ya no puede protegerlo). 

Ciertamente había otras faltas que Pablo menciona y que eran punibles de sanción disciplinaria: fornicación (inmoralidad sexual), idolatría, adulterio, homosexualidad en todas sus formas, robo, avaricia, borrachera, maledicencia (difamación), estafa (1 Cor  6:9-10). Todos estos pecados –y pecadores particularmente- deben necesariamente enfrentar procesos disciplinarios. No pueden quedar impunes pues el nombre de Cristo está de por medio junto con el testimonio de la iglesia. Las autoridades eclesiales que no ejercen su función –de gobierno y disciplina en este caso- no sólo demuestran debilidad sino ante todo desobediencia al mismo Señor y una falta de respeto a la iglesia que representan. Como reflexiona Leeman:
    ¿Debe de ejercer la disciplina tu iglesia? Sí. En primer lugar, la disciplina eclesial es amor. Y muestra: (a) Amor por las personas, para que él o ella sean advertidos y traídos al arrepentimiento. (b) Amor por la iglesia, para que las ovejas débiles sean protegidas. (c) Amor por un mundo que nos observa, para que vea el poder transformador de Dios. (d) Amor por Cristo, para que las iglesias obedezcan su santo nombre y lo ensalcen. [11]
Un tema que merece explicación aparte es lo concerniente al método o forma de aplicar la disciplina. El apóstol Pablo dice así respecto al caso del inmoral sexual en la iglesia de Corinto: “Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Cor 5:3-5).  

Lo que dice Pablo en este texto es algo claro y directo que hoy sorprendería a muchos pastores y líderes, que con frecuencia se enredan en sus estatutos y reglamentos al momento de aplicar disciplina correctiva. Pablo no dice que se forme un tribunal (al estilo del mundo donde el acusado se defiende con su abogado). Pablo sostiene que es la iglesia (“reunidos vosotros”) junto con él (Pablo, líder, autoridad) bajo la dirección del Señor quienes deciden y aplican la sanción disciplinaria. 

La Biblia no enseña que el infractor se defiende argumentativamente ante la iglesia en una asamblea después de su pecado, o acude a instancias superiores (como sucede en algunas denominaciones), arrastrando a otros hasta por años –que no conocen del problema o pecado- en su rebeldía y causa incorrecta. La Biblia enseña que el infractor que comete la falta es sancionado en la iglesia local, y punto. Y es la misma iglesia local junto con sus autoridades quienes evaluarán su posible “restauración”. Eso es todo lo que indica la Biblia, ni una palabra más.

Ahora bien, ¿Qué es la restauración? Es el proceso eclesial –que incluye a sus autoridades necesariamente- quienes reconocen que el infractor ha sido perdonado y se reincorpora al seno de la iglesia después de su arrepentimiento (2 Cor 2:6-11). No existe restauración espiritual sin arrepentimiento genuino, sin cambio de actitud (gr. metanoia).
    ¿En qué momento se aplica la restauración de la persona a la iglesia? La respuesta sencilla es: cuando el pecador se arrepiente y la iglesia está convencida de que el arrepentimiento es real porque los miembros ven fruto en la vida de la persona. [12]
La restauración es posiblemente el momento más temido por el diablo, pues la iglesia recupera a uno de sus filas que anduvo descarriado viviendo lejos del camino de Dios. Pero seamos cautos y realistas a la vez. La experiencia demuestra que pocos son los que habiendo recibido una disciplina correctiva se corrigen de sus malos caminos. Lo común es: (1) que se vayan a otra iglesia como si nada hubiera pasado; ó (2) que no vayan más a ninguna iglesia. Los más osados (3) a veces abren su propia “iglesia”, que con frecuencia no es sino una secta perniciosa a la medida de los infractores y de los incautos que caen en ella. En los tres casos siempre gana el diablo y el infractor se pierde, tal vez para siempre, por más que pretenda auto-engañarse pensando que es un “buen cristiano” y que “está en paz con Dios”. Tal vez se siente bien pero con su idea de Dios que no es sino ya un ídolo.  

Reflexiones finales

Cuando en alguna iglesia las autoridades deciden aplicar disciplina correctiva a algún miembro lo que se espera es que la congregación respalde la decisión. En el caso de pecados que merecen sanción la iglesia debe ser coherente con el mandato bíblico. El apóstol Pablo dice: “Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Cor 5:11). Y en otra parte dice “ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Tim 5:22). El mensaje es claro y rotundo.

La iglesia está llamada a ser lo que es: pueblo santo, real sacerdocio, señal del Reino de Dios en la tierra, por tanto procuremos vivir acorde a la vocación con que fuimos llamados. Todos los cristianos en tanto discípulos de Cristo tenemos que crecer hasta que él tome forma en nosotros. Vivamos en santidad como él es santo.
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Notas pie de página

[1] El autor es pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Moquegua (Perú), teólogo y psicólogo, así como autor de varios libros. Actualmente es candidato a Ph.D. en teología por PRODOLA – SATS. 
[2] Cita tomada de: Rafael Porter. Sólo faltaba amor. 1 Corintios. Puebla, México: Ediciones Las Américas. (Biblioteca Electrónica Libronix).
[3] Esta afirmación se basa en diversos diálogos del autor con varios líderes y pastores del sur del Perú.
[4Hoy se ha vuelto casi común ver a miembros que calumnian abiertamente –incluso por los medios de comunicación social- a sus pastores; misioneros que viven en inmoralidades sexuales porque saben que con ellos siempre habrá impunidad debido a que canalizan dinero a miembros y líderes de las iglesias; tesoreros que saquean las arcas de la iglesia y se mudan a otra siendo acogidos –e incluso reciben responsabilidades- como si nada hubiera pasado; líderes homosexuales que pregonan su pecado abiertamente; amenazas públicas y hasta agresiones físicas entre líderes por causa del poder; etcétera. Es vergonzoso realmente el testimonio cristiano en algunos casos. Cf. Jim Elliff & Daryl Wingerd. Disciplina na Igreja. Sao Paulo: Editora Fiel, 2008.
[5] Art. “Disciplina”, en: D. Atkinson & D. Field, edits. Diccionario de ética cristiana y teología pastoral. Barcelona: Editorial CLIE, 2004, pp. 474-475.
[6] “La disciplina eclesial”, en: CLIR Vol. 7, N° 1, San José.
[7] Gerhard Kittel y otros, edits. Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2002, pp. 733-738. (art. “Paideo”).
[8] Jonathan Leeman. La disciplina en la iglesia. Washington: 9Marks, 2012, p. 24. Este es el libro más valioso sobre el tema en español y se puede bajar gratuitamente del Internet.
[9] The Book of Discipline. USA: Bible Presbyterian Church, 2000. O como dice Nicolás Lammé: El propósito de la disciplina eclesiástica es triple: La gloria de Dios, la pureza de la iglesia y la recuperación del transgresor. “La disciplina eclesiástica”, en: Reforma Siglo 21 N° 1, Vol., 12, junio 2010, Costa Rica, p. 34.
[10] Leeman, Op. Cit., p. 54. Cf. también: John White & Ken Blue. Restauración de los heridos. Deerfield, FL: Editorial Vida, 1991.
[11] Leeman, Op. Cit., 24.
[12] Leeman, Op. Cit., p. 96.


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