El contenido de la carta a Filemón es bien conocido: Pablo, quien está preso por causa del evangelio en Éfeso, recibe la visita de Onésimo -el esclavo de Filemón, ubicado en Colosas- quien perdió un dinero en una transacción económica para su amo. Sabiendo que Pablo era amigo de Filemón lo visitó en la cárcel para que interceda por él -dado que podía ser castigado severamente-, pero sucedió algo que cambió todo: Onésimo se convirtió a Cristo por la palabra de Pablo (Fil. v. 10).
Pablo entonces pide a Filemón -ante Apia, Arquipo y la iglesia, Fil. vv. 1, 2- que reciba a Onésimo como “hermano amado” (Fil. v. 16). Pero le pide que lo haga no por obligación (Fil. v. 14). Además, le dice que él pagaría toda deuda de Onésimo (Fil. v. 19). El tema ciertamente no es algo “privado” que sólo interesa a Filemón, en realidad concierne a la iglesia. Claro, Pablo quiere desafiar a toda la iglesia -y no sólo a Filemón- a ver como “hermanos amados” a los que no son vistos como “iguales” en la sociedad (los esclavos eran mercancía, propiedad del amo).
¿Qué nos dice a nosotros esta carta? Que nuestra fe busque eficacia, lo cual se verá cuando comencemos a tratar a todos como “iguales”, como “hermanos amados”, particularmente a aquellos que la sociedad -de forma injusta con sus leyes- trata a algunas personas como si no lo fueran, quitándole derechos y sujetándolos al capricho de los amos. ¿La meta? Una iglesia donde todos se ven como “hermanos” y “hermanas”, por encima de los títulos o reconocimientos que la sociedad otorga. La iglesia tiene que ser, aun en eso, señal del Reino de Dios.
Pastor: MARTÍN OCAÑA FLORES
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