27 de octubre de 2022

DÍA DE LA REFORMA ¿ALGO QUE CELEBRAR?

Martín Ocaña Flores
HACE CINCO AÑOS, en octubre de 2017, hubo grandes festejos en muchas iglesias e instituciones que se saben -o se sienten- herederas de la “Reforma Protestante” (más exacto sería hablar de “Reformas”, en plural). Hubo liturgias, celebraciones, conferencias, producción de diversos materiales conmemorativos (libros, vídeos), etc., por los 500 años del envío de Martín Lutero de 95 proposiciones teológicas al arzobispo de Maguncia, a la vez que dio a conocer esas mismas tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg (Alemania). La historia oficial dice que así fue.

En la iglesia donde soy pastor también tuvimos nuestra celebración reflexionando -lo más desapasionadamente posible- sobre Lutero, Calvino y otros más. Pero en ningún momento exaltamos a Lutero y a los otros reformadores. Todos tuvieron sus virtudes y defectos. Lutero no fue ni un ángel ni un demonio. Y no se puede negar la relevancia de las Reformas (y el Humanismo) en la historia de Europa del siglo XVI. Cuando nació Lutero (1483) prácticamente toda Europa era católica romana, y cuando murió (1546) la mitad de Europa profesaba la fe protestante en alguna de sus expresiones. Este dato es irrefutable.

Juan Stam escribió: “El paso de la Edad media al mundo moderno significó un cuestionamiento radical del autoritarismo medieval e impulsó la evolución de una serie de libertades humanas que hoy día damos por sentadas. En ese proceso, Martín Lutero desempeñó un papel decisivo. Su mensaje de gracia evangélica nos libera del legalismo (autoritarismo ético). Su insistencia en la autoridad bíblica, interpretada crítica y científicamente, nos libera del tradicionalismo (autoritarismo doctrinal). Su enseñanza del sacerdocio universal de todos los fieles comenzó a liberarnos del clericalismo (autoritarismo eclesiástico)”.

En estos días resuena la expresión “Iglesia reformada siempre reformándose”. Suena bonito y desafiante. Y hasta tiene base bíblica. En eso estaría de acuerdo el apóstol Pablo (Rom 12:2) y no sólo Lutero. Pero Pablo era un hombre de iglesia. De hecho, él y sus compañeros/as de misión plantaron iglesias o comunidades de fe en culturas y pueblos no judíos anunciando el Reino de Dios (Hch 28:28-31). Pablo los llamó “santos”, “fieles”, “cuerpo de Cristo”. Se refirió a la iglesia como una hermandad espiritual, “pueblo de Dios”, etc. ¿Alguien dudaría que Lutero y los reformadores -y reformadoras- eran hombres y mujeres de iglesia?

Si ha de haber “una nueva reforma” religiosa en América Latina, pues no va a venir de los que están fuera de ella (por más que tengan la membresía). No hay reforma eclesial posible que se haga por Internet, desde la cátedra académica o desde una mesa de trabajo en la cual se tiene el hábito de hablar mal de la iglesia, sus “dogmas” y su “fundamentalismo” (como si en sus propios espacios no hubiera dogmas ni ciertos fundamentalismos). Hay que ser autocríticos como Lutero. Según Walter Altmann, Lutero jamás “quiso formar una iglesia perfecta”. No hay que menospreciar a la iglesia, ésta no es el Reino de Dios. Tampoco pretende serlo.

A propósito de reformas religiosas (y políticas), debemos recordar que el trabajo es arduo y tiene para rato. No es que Lutero clavó sus 95 tesis en 1517 y para 1519 ya Europa había cambiado. Para nuestro caso, bien ha indica Daniel Salinas que “la presencia protestante en el continente latinoamericano tiene una poligénesis, es decir, distintos orígenes.” Y claro, es evidente que no todos los “protestantes” de por acá son “protestantes”. No hay problema en ello, pero es necesario reconocer nuestros distintos orígenes e historias, los cuales explican parcialmente lo que somos (y lo que defendemos, incluso en materia política). 

A cinco años de 2017 me pregunto cuánto se avanzó hacia las metas eclesiales que se dijeron, e incluso prometieron, en esas celebraciones. ¿Hay alguna forma de medir ello o fueron tan sólo saludos a la bandera en medio del fervor? (Ojo, esta pregunta me la he hecho primero a mí, no es que la evado). Hay que preguntarse además si, tal vez, hemos querido celebrar y recobrar una Reforma con pastores y miembros de iglesias que no la consideran “tan nuestra”. Salinas dice que “la Reforma, más que un evento histórico, debe ser un movimiento”. Tiene razón, pero para ser honestos con lo real dicho movimiento sólo será posible con la Biblia en la mano, en el corazón y en la praxis (como sucedió con los reformadores). 

Fuentes consultadas:

Altmann, Walter. Confrontación y liberación. Una perspectiva latinoamericana sobre Martín Lutero.  Buenos Aires: ISEDET, 1985. 

Salinas, Daniel. “Cavilaciones desordenadas de historia”, N. Morales, edit., Buenas nuevas desde América Latina. Lima: Puma, 2021, pp. 13-27.

Stam, Juan. “Sobre la teología de los reformadores: unas reflexiones”, Haciendo teología en América Latina. Juan Stam, un teólogo del camino, Vol. 1, San José de Costa Rica: Visión Mundial y otros, 2004, pp. 241-247.

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