10 de febrero de 2022

LA AMISTAD

En el uso actual de la lengua, la amistad designa la realidad de la relación interpersonal experimentada en la comunicación espiritual, que procede de una decisión libre, por tanto entendida como afecto recíproco y desinteresado. Al desear y buscar el bien del otro, encontramos nuestro propio bien, por eso el amigo no es sólo socio, compañero, accionista, etc., sino que se sitúa en otro ámbito, acogiendo a la persona amiga por encima de toda búsqueda personal interesada. La amistad es un valor que enriquece al ser humano, a la vez, que promociona a la persona, que se encuentra con la responsabilidad libremente asumida de comunicar e intercambiar, con palabras y gestos, los sentimientos y las convicciones; de sentir la armonía del afecto y del encuentro entre los amigos y comprometerse en sus necesidades.

Las reflexiones más importantes sobre el amor y la amistad, como fenómeno afectivo, arrancan con Platón y Aristóteles. Platón (427 - 347 a.C.) introduce el concepto de benevolencia desinteresada, aunque no parece conceder una auténtica trascendencia a la persona amiga como alguien a la que hay que amar por sí misma, ya que en último término, para este autor, la amistad tiene por objeto participar en el amor a la belleza absoluta. Para Aristóteles (384 - 322 a.C.) la amistad es una virtud y considera que es lo más necesario para la vida. La prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto a los amigos. Los amigos son el único refugio ante los infortunios. Para este autor la esencia de la amistad reside en el compartir, en el conversar y en el compenetrarse. Por eso el amigo es otro yo. De ahí, que la relación de amistad no se puede extender a todos los seres humanos, por la sencilla razón de que la amistad no es simplemente benevolencia, sino benevolencia recíproca y conocida por ambas partes. Si bien en la amistad uno puede llegar a dar la vida por el amigo, Aristóteles se sitúa en una comunidad de naturaleza, mientras que en el imperativo cristiano de “amar al prójimo como a ti mismo”, estamos hablando de una comunidad espiritual.

Para Epicuro (341 - 270 a. C.) la amistad procura al ser humano una ayuda frente al aislamiento, ya que se rige por el principio de lo útil y placentero, ya que sin amigos no es posible la felicidad. Y como la amistad postula por su naturaleza un principio de igualdad y ésta no era reconocida en entre el hombre y la mujer en el mundo greco-romano, la amistad no será posible entre ambos.

Cicerón (106 - 43 a.C.) en su libro DE AMICITIA sostiene que el utilitarismo es enemigo irreconciliable con la amistad buscada por sí misma. Sigue a Aristóteles cuando afirma que la verdadera amistad sólo se da entre personas buenas, incapaces de simulación. Son especiales aquellas personas que se muestran, tanto en la prosperidad como en la desgracia, constantes y firmes en la amistad. El condimento de la amistad es la dulzura en los discursos y en el carácter. Se ha de dar preferencia a las viejas amistades sobre las más recientes. Es esencial para la amistad que la persona superior se ponga al nivel de la inferior, y, al mismo tiempo que la persona inferior soporte ser sobrepasada en talento, fortuna o dignidad. Es una desgracia inevitable poner fin a ciertas amistades denominadas vulgares, pero ha de procurarse que se extingan poco a poco, no dando la impresión de que se ha abandonado la amistad para caer en la enemistad. Merecen ser amigos aquellos que en sí mismos tienen la causa de que se les ame. El verdadero amigo es querido por sí, como cada uno se quiere a sí mismo sin buscar en ello recompensa alguna. Por eso, si queremos alcanzar estabilidad en la amistad, hemos de buscar nuestros amigos entre gentes de bien, que controlen sus pasiones y respeten la moral, el derecho y, sobre todo, se guarden respeto a sí mismos, pues si éste se pierde, se le priva a la amistad de su principal elemento.

En la tradición bíblica no se nos da una explicación teórica del sentimiento de la amistad y de su desarrollo, pero se conoce bien como afecto recíproco y desinteresado. La amistad bíblica es un reflejo de la amistad que Dios tiene con el ser humano, que considera, por ejemplo, a Abraham y a Moisés como “sus amigos”. En la historia de amistad entre David y Jonatán, se describe la amistad como amor de persona a persona. El término ahaba (amor) empleado para describir esta relación de amistad, comprende tanto el afecto puro y desinteresado, como el pacto que perdura más allá de la muerte. En el Nuevo Testamento, por la encarnación del Hijo de Dios, se asume el valor humano de la amistad, pero quitándole la dimensión exclusivista de la misma, donde se amaba al amigo y se odiaba al enemigo. Jesús se presenta como el amigo de pecadores y publicanos, tiene amigos en Betania (Lázaro, Marta y María) y, sobre todo “da la vida por sus amigos”. 

El Evangelio de la caridad sorprende a los increyentes pues lleva consigo la hermandad de espíritu de acuerdo con la filiación divina. Pero la caridad no puede dejar de lado a la amistad humana, ante todo, porque Jesucristo nos hizo sus amigos. Ahora bien, si se prescinde de la amistad y reducimos el amor cristiano a la fraternidad, ésta puede perder operatividad y resultar insulsa, cayendo en la filantropía, es decir, en una abstracción. La caridad cristiana apunta al destino eterno del ser humano y no sólo a la felicidad en esta vida, por eso perfecciona a la amistad humana, consolidando sus dimensiones fundamentales: fidelidad, lealtad, sinceridad, generosidad y afecto. La veracidad también es una dimensión de la amistad, vinculada a la libertad.

Al amigo, que es otro yo, no se le deja sólo si incurre en errores. El valor pedagógico de la amistad muestra que la prudencia y la justicia, en la corrección amistosa, son valores que acompañan a la amistad. En el pensamiento personalista dialógico, partiendo de la noción de ser humano como persona, se afirma la vocación comunitaria de la misma como superación del individuo abstracto y sitúa la personalización en el movimiento de autorrealización y conquista sobre lo impersonal. Del individuo cerrado, a la persona abierta y autotrascendente, la persona se nos presenta como una presencia dirigida hacia las otras personas, que no la limitan, sino que la hacen ser; la primera persona, yo, es la experiencia de la segunda, tú, y de ahí surge el nosotros. 

Se comprende, pues, la amistad como una relación desinteresada y pura, que en la reciprocidad encuentra su alimento y fortaleza. La reciprocidad de las conciencias deja abierta así la posibilidad de un nosotros que, sin ser la suma de dos, no existe fuera de ellos, porque no es fruto ni de la fusión ni de la confusión, sino de la amistad como afecto, que hace que el amigo esté presente en el otro con su originalidad creadora; tampoco quedan saturados en su propia reciprocidad, sino que el ‘nosotros dos’ es ‘nosotros todos’, mutua transparencia y conocimiento que convierte la amistad en una relación eficaz de promoción mutua, porque es auténtica y nos sitúa ante las condiciones precisas de la amistad: la verdad y la sinceridad. Incluso cuando la amistad nos hace sentir el soplo de la muerte, habrá que afirmar que la amistad está por encima del tiempo y de las contradicciones de la vida, porque no teme a la muerte y es capaz de entregarse por aquellos a los que ama, y en esa entrega la persona adquiere una nueva seguridad en la vida y deja espacio a la esperanza.

Para la teología de la amistad, el amor se derrama hacia las personas independientemente de que sea correspondido o no, aportando ternura, benevolencia y compasión. Cuando este amor se encuentra con otra persona con la cual se establece una relación de confianza, estima y simpatía recíproca, se llega a crear también una nueva comunión interpersonal llamada amistad. La forma más completa de amor y amistad, que asume necesariamente características de exclusividad y de permanencia, es la que ofrece el amor conyugal, símbolo del amor entre Dios y la humanidad y del amor de Cristo y la Iglesia. La amistad es la disposición del espíritu que consiste en obrar con facilidad y alegría el bien de la persona amiga. Nace como sentimiento y alcanza después su plena verdad al ser querida y cultivada como forma de amor. 

En el cristianismo, la amistad se considera una virtud en cuanto refleja el amor de Jesús por todas las personas sin ninguna distinción. Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, representa la demolición del muro de enemistad que separaba al ser humano de su semejante, al varón de la mujer, sin borrar la alteridad sexual ni oponerla a la amistad como relación inferior, sino subrayando la amistad al margen de diferencias sexuales, culturales, religiosas, sociológicas, etc. De ahí que se fundamente y exija la fidelidad recíproca, aunque por encima de ella sitúa la fidelidad a Dios. (…)

La amistad y también la caridad reclaman reciprocidad. El amor de benevolencia puede existir sin reciprocidad, pues se puede amar sin ser correspondido, pero el amor no se siente satisfecho más que cuando es correspondido con otro amor. En la caridad amamos a Dios por sí mismo, pero no olvidamos que Dios es nuestro amigo y que nos prodiga sin cesar sus dones y beneficios. La amistad establece un parentesco espiritual y una comunión de vidas: Mi amigo es otro yo, compartimos las penas y las alegrías, vivimos el uno para el otro, tenemos un solo corazón y una sola alma. Así, en la amistad con Dios, manteniendo las distancias, viviremos la misma vida de Dios y tendremos el mismo objeto de visión y goce que Él. Dios eleva en éxtasis al justo con su divina beatitud y este se regocija y embriaga en ella. Esta será la amistad celestial: una comunión íntima y eterna.

(Tomado de: José Vásquez. EL EVANGELIO DE LA AMISTAD EN CARLOS DE FOUCAULD. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2014, págs. 5-8).

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