Por: Martín Ocaña Flores
TEXTO BÍBLICO (Mateo 16:13-28)
“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”. (RV 1960).
CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL
Este relato es central en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), y no porque esté ubicado en “el centro” del texto de cada evangelio, sino porque marca un antes y un después en la narrativa respecto a Jesús. Nada ya será igual desde entonces. El reconocimiento de Jesús como el Cristo o Mesías es el punto de inflexión en el ministerio del Señor. Ahora empieza la cuenta regresiva de la cruz. La “hora” de Jesús se acerca y las exigencias y los conflictos se tornarán mayores.
El relato que tenemos es tan amplio como “cargado”: contiene expresiones y términos que merecen un análisis mayor, pero hemos optado por resumir algunas ideas para agilizar su lectura y comprensión. La gran mayoría de versiones de la Biblia dividen el texto en dos secciones (vv. 13-20 y 21-28), a la vez que le ponen un título a cada una de ellas, pero lo correcto sería que esté unificado bajo un solo título. Así lo hace la Nueva Biblia Española (1975): “Declaración de Pedro y anuncio de la muerte y resurrección”.
“Cesarea de Filipo” (v. 13)
Es significativo que las preguntas hechas por Jesús a sus discípulos (vv. 13, 15) se hayan pronunciado en una ciudad pagana. “En una aldea de Perca existió desde tiempos muy antiguos una gruta donde se adoraba a Pan, el dios de la naturaleza en la mitología griega. Sobre este santuario, Herodes el Grande, el mismo que construyó el Templo de Jerusalén, edificó un templo a su benefactor, Augusto César. Su hijo, Herodes Felipe, construyó allí una bella ciudad a la que le dio el nombre de Cesarea”. (Cook & Foulkes 1990:217).
Es decir, “para proponer a sus discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico” (Mateos & Camacho 1981:162), y los lleva a un lugar donde abunda el sincretismo religioso helenista y el poderío romano. En Cesarea de Filipo, el Señor puede “plantear aquí la cuestión mesiánica con menos riesgos de agitación nacionalista que en Galilea” (Bonnard 1976:363). De hecho, “puede ser teológicamente significativo que la dignidad de Jesús fuera reconocida primeramente en una región que estaba dedicada a afirmar el señorío del César” (Cook & Foulkes 1990:218).
PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR
“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (v. 13)
Esta pregunta no se puede separar de “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (v. 15), pues prepara el camino para llegar al objetivo trazado por Jesús. ¿Qué dicen las personas acerca de Jesús? ¿Cómo lo interpretan? Ahora los discípulos tienen la oportunidad de decirlo abiertamente y sin temor a represalia alguna de los maestros de la ley que andaban acechándoles casi todo el tiempo. Ellos están solos con Jesús. Es el tiempo de las definiciones en tanto “discípulos” (observe cómo se repite éste término en los vv. 13, 20, 21, 24).
“Jesús reclama de sus discípulos una toma de posición respecto de su persona. Ellos tienen que definir su posición, no en función de lo que dice la gente sino a partir de una convicción personal. Ya no se trata de transmitir una opinión más o menos descomprometida, sino de dar una respuesta en la que ellos asumen la responsabilidad de lo que dicen. La relación única que han establecido con el Maestro no les permite refugiarse en categorías ajenas”. (Levoratti 2007:356).
Juan, Elías, Jeremías, alguno de los profetas (v. 14). Así pensaban las personas acerca de Jesús. Lo interesante es que todos los mencionados eran profetas del Dios altísimo. Resulta importante observar que Jesús hasta ese momento no había hecho “predicciones” o “vaticinios”, digamos, acerca del futuro de Israel. Entonces ¿por qué lo veían como “profeta” (incluso hasta el final de su ministerio, cf. 21:11)? La respuesta es que en el Antiguo Testamento los profetas, ante todo, eran proclamadores de la Palabra de Dios, se enfrentaban al poder político-religioso y, en algunos casos, obraban milagros. Y estas características calzaban con Jesús.
“La mayoría de la gente tenía a Jesús por un profeta (21,11): incluso Herodes Antipas lo había identificado con Juan el Bautista resucitado de entre los muertos (14,1-2) y el pueblo esperaba el retorno de Elías como señal del fin de los tiempos (17,10-13). En lo que respecta al profeta Jeremías, Mt es el único evangelista que lo menciona. Esa mención es significativa, porque el judaísmo contemporáneo de Jesús no esperaba a Jeremías como precursor del Mesías. Sin embargo, la historia de sus padecimientos, detalladamente relatada en la Biblia, hacía de él una prefiguración de Jesús, el Servidor sufriente”. (Levoratti 2007:355).
“Respondiendo Simón Pedro” (v. 16)
Ahora Pedro reconoce que Jesús es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Pero ¿qué significa esta declaración? ¿qué implicancias tiene? Si antes los discípulos se habían preguntado ¿Quién es éste? (8:27), y posteriormente llegaron a reconocer que Jesús era el Hijo de Dios (14:33), pues ahora hay un salto cualitativo. El “tú eres el Cristo” pronunciado por Pedro, posiblemente a gran voz y con el asombro de los demás discípulos, descubre la majestad de Jesús y su misión.
Los discípulos, entonces, no son seguidores solamente de un “maestro” como le llamaban despectivamente los escribas y fariseos (éstos nunca le llaman rabí a Jesús según este Evangelio), o de un “profeta” como opinaban muchas personas. Los discípulos, por boca de Pedro, llegan a descubrir que ellos mismos son la comunidad del Mesías, el instrumento de Dios para traer su Reino. Pero una vez reconocido Jesús como Cristo, por revelación del Padre (v. 17), ¿Qué es lo que sigue? ¿Cuál es el próximo paso en tanto discípulos del Cristo?
El Señor Jesús ante tal declaración le responde a Pedro con una bienaventuranza (v. 17). Pedro es dichoso al ser como los más humildes a quienes Dios ha escogido revelarse (11:25-27). Jesús, después de llamarlo Simón hijo de Jonás (Símon Bar-Ioná, v. 17), enfatiza el nombre “Pedro” (Pétros) y su declaración “sobre esta roca (pétra) edificaré mi iglesia” (v. 18), haciendo con ello un juego de palabras. Pero la “roca” no es Pedro sino su confesión de fe: “Tú eres el Cristo”. La iglesia está edificada no sobre un discípulo (Pedro) sino sobre el Mesías (Jesús).
Lo anterior se explica de la siguiente manera: en el idioma griego “Petros se refiere a una piedra o una roca suelta, mientras que petra significa una roca madura, un terreno rocoso firme, una roca grande y extendida que sirve de fundamento. El significado de petra sería una manera clara de diferenciar entre una pequeña piedra individual (Pedro) y una masa de roca (el Señor). (…) Además, eso es lo que evidentemente tenían en mente Pedro (1 Ped 2:4-8) y los apóstoles (Rom 9:33; Efe 2:19-22)”. (Carballosa 2010:71, las cursivas son del autor).
Justamente porque Jesús el Mesías es la “roca” donde se cimenta la iglesia, es que nada ni nadie puede prevalecer contra ella, ni siquiera “las puertas del Hades” (v. 18). “Puertas del Hades es una expresión poética para designar el poder de la muerte (cf. Is 38,10). La comunidad de la nueva alianza persistirá a pesar de los esfuerzos del poder de las tinieblas para destruirla. La muerte tratará de ponerla bajo sus cerrojos, pero la congregación del Mesías sabrá resistir a sus embates y rescatará a los destinados a la vida en el reino de Dios”. (Levoratti 2007:357).
Nota aclaratoria: Esta interpretación de la “roca” (pétra) es la que sostenemos los cristianos evangélicos (y protestantes en general). Creemos que es la correcta interpretación a la luz de los Evangelios como del resto del Nuevo Testamento. Por otro lado, la enseñanza oficial del catolicismo romano sostiene que la roca es el apóstol Pedro, lo cual le sirve de base para fundamentar algunos de sus dogmas (entre ellos el papado, la primacía de Roma y la sucesión apostólica).
Finalmente, Jesucristo le confía a Pedro “las llaves del Reino de los cielos”, no de la iglesia. Ésta recién será edificada (v. 18, observe el tiempo futuro). Las “llaves” son símbolo de la autoridad que otorga el Señor. Pero con tales “llaves” Pedro y la iglesia podrán “atar” y “desatar” (v. 19), es decir deben ser los instrumentos del Señor para que muchos se añadan al Reino de Dios (28:18-20). “Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizara en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres. (…) «Atar, desatar» se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios”. (Mateos & Camacho 1981:165)
“Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo” (v. 20)
Pero ¿por qué este mandato? ¿No sería conveniente que todos sepan, más bien, que él era el Mesías esperado? La respuesta es un rotundo no. No conviene que las personas -que tienen un concepto exageradamente politizado del Mesías- lo vean así. El mesianismo de Jesús es de otra naturaleza. Jesús tiene que cumplir -en tanto Mesías- el plan redentor de su Padre, lo que implica padecer y morir a manos del poder establecido en Jerusalén (v. 21), y luego resucitar.
Cuando Pedro y los demás discípulos oyeron estas palabras deben haber sentido un gran impacto emocional. Jesús acaba de aceptar el reconocimiento que es el Mesías y un minuto después le oyen decir que debe padecer y morir. Imagino que la afirmación “y resucitar al tercer día” ya ni lo escucharon. Estarían demasiado perturbados para prestar atención a esa última expresión. Del asombro pasaron a la decepción total. En esa lógica Jesús el Cristo no debía recorrer ese camino, debía traer el Reino de Dios ya, ahora mismo. Si por ese Reino debía haber sufrimiento y muerte, pues eso cabría a otros, no a Jesús.
“Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle” (v. 22)
Y aunque Pedro toma la iniciativa en hablar con Jesús a solas para “reprenderlo” (DHH), lo cierto es que los discípulos estaban de acuerdo con él. Ellos aguardaban que Jesús en algún momento dé un giro en su mesianismo y diga “Ya es hora de echar fuera a los romanos, instauremos el reino de David”. Observemos que algunos discípulos deseaban ser “ministros de Estado” de este soñado reino (20:20-21), Pedro seguirá conservando su espada (y la utilizará, cf. 26:51 con Jn 18:10-11) y Judas acelerará su traición al sentirse previamente defraudado por Jesús, ya que éste no cumplió con sus expectativas zelotas (26:14-16). Incluso los apóstoles, poco antes que Jesús ascienda, seguirán esperanzados en que Jesús restaure el reino de Israel, es decir el reino davídico conforme a las ideas judías comunes y corrientes (Hch 1:6).
Por lo mismo, no sorprende que Pedro reprenda a Jesús: ¡Esto no te puede pasar! (DHH). Frente a esto el Señor le respondió con palabras durísimas: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23). La NVI traduce: “¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres”. Pedro con sus palabras estaba actuando como Satanás, quien había intentado hacer tropezar a Jesús al inicio de su ministerio (4:3-11).
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos… tome su cruz y sígame” (v. 24)
Desde el v. 24 al final, el Señor instruirá a todos los discípulos (y no solo a Pedro). Como dijimos, todos tenían el mismo pensamiento: “Jesús es el Cristo, sí, pero puede evitar el sufrimiento. No es necesario que muera (y resucite) para traer el Reino pleno de Dios”. El Señor Jesucristo ahora les hace ver a sus discípulos que así como él va a morir, ellos también deben tomar su cruz. Negarse a sí mismos-tomar la cruz-seguir a Jesús, serán las marcas del discípulo de Aquél que va a la cruz. Pero bien mirado el texto (vv. 24-27), hay cuatro dichos del Señor:
“El primer dicho (v. 24) invita al seguimiento de Jesús cargando la cruz; este seguimiento implica la necesidad de negarse a sí mismo, es decir, de liberarse del propio egoísmo y conformar la propia existencia al modo de vida instituido por Jesús (cf. 1 Cor 6,19: ustedes no se pertenecen). El segundo dicho (v. 25) contrapone los verbos perder y salvar (encontrar): el que se atreva a arriesgar su propia vida para seguir a Jesús (incluso hasta la muerte, si fuera necesario) encontrará la verdadera vida (la vida eterna). El verbo encontrar significa aquí recibir de Dios los bienes futuros prometidos por Jesús en las bienaventuranzas (5,3-12). El tercer dicho (v. 26) contrapone la ganancia del mundo entero a la pérdida de uno mismo: de nada vale ganar todas las riquezas de este mundo si uno se pierde a sí mismo, en la vida presente y en la eternidad. El cuarto dicho (v. 27) contempla la pérdida de la propia vida en la venida final del Hijo del hombre”. (Levoratti 2007:358).
Finaliza el relato con unas palabras “misteriosas” (v. 28), que en realidad no lo son. ¿Quiénes son esos “algunos de los que están aquí”? Pues algunos de los discípulos a quienes está hablando Jesús. ¿Cómo es que “no morirán” (DHH) hasta que hayan visto al Hijo del Hombre, es decir a Jesús, viniendo en su Reino?
Estas palabras no hacen referencia a la “venida del Hijo del Hombre” (24:30, 37), a la cual le llamamos “la segunda venida de Cristo” (o Parusía). No, 16:28 se refiere al acontecimiento que prosigue en la narración: la transfiguración (17:1-9). Pedro, Jacobo y Juan son aquellos que verán al Hijo del Hombre mostrando su Reino de una manera deslumbrante. Jesús, el Mesías sufriente que va a la cruz, les muestra su Reino. Ellos son sus testigos.
Nota: “Mt es el único evangelista que emplea la palabra «iglesia» (gr. ekklesía), en el v. 18 y en 18,17. Esta expresión traduce el arameo qahaalá (= heb. qahal). En el AT, ese término designa al pueblo de Israel como «asamblea cultual»; aquí, en cambio, se refiere a la ekklesía o «asamblea cultual» que prolongará al grupo reunido alrededor de Jesús durante su vida terrena y se reunirá posteriormente en torno a Cristo resucitado (cf. 28,16-20). De este modo, la imagen del edificio erigido por Cristo se entrecruza con la de una comunidad congregada para el culto”. (Levoratti 2007:357).
IDEA CENTRAL DEL TEXTO
Esta historia muestra a Jesús de Nazaret como el Cristo (o Mesías). Su mesianismo, sin embargo, no correspondía a ciertas ideas predominantes en el escenario judío de la época. Su mesianismo implicaba sufrir, morir (en la cruz) y resucitar (al tercer día). Nadie debe interrumpir o desviar la misión que el Padre encomendó a su Hijo. Hacerlo es actuar como Satanás.
LECCIONES QUE APRENDEMOS
Acerca de Jesús:
Jesús es reconocido por Pedro como “Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Pero su mesianismo implica necesariamente su muerte y resurrección. El Reino de Dios pasa por la cruz y la glorificación de Jesús.
Jesús el Cristo es la “roca” (pétra) donde se fundamenta la iglesia, y no el apóstol Pedro. Este es el testimonio que da además el Nuevo Testamento. Y qué bendición es saber ello.
Lecciones para todos:
No es suficiente tener la convicción correcta acerca de Jesús (su mesianismo). Es necesario comprender que en tanto Mesías tiene que cumplir con la misión encomendada por el Padre (Jesús debía morir y resucitar).
Cada vez que le pedimos a Jesús que haga algo conforme a nuestras ideas (muy particulares), corremos el riesgo de estar oponiéndonos a lo que es él en tanto Mesías. Nuestras peticiones deben estar en conformidad a lo que es él y su Reino.
Los discípulos deben “abrir” el Reino de Dios (y no “cerrarlo”). Esa es su misión, la cual se cumple cuando se anuncia el Evangelio. Jesús el Cristo le ha dado a la iglesia ese poder (las “llaves”), el cual debe ser usado de forma responsable.
Fuentes usadas:
Bonnard, Pierre. (1976). Evangelio según san Mateo. Madrid: Cristiandad.
Carballosa, Evis. (2010). Mateo: La revelación de la grandeza de Cristo. Tomo II. Grand Rapids, MI: Portavoz.
Cook, Guillermo & Ricardo Foulkes. (1990). Marcos. Comentario bíblico hispanoamericano. Miami, FL; Caribe.
Levoratti, Armando. (2007). Evangelio según san Mateo, A. Levoratti, edit., Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2ª edición revisada.
Mateos, Juan & Fernando Camacho. (1981). El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid: Cristiandad.
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