14 de marzo de 2021

LAS MUJERES EN LA BIBLIA. APORTES HERMENÉUTICOS.

Martín Ocaña flores

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. 

Génesis 1:27-28

Apuntes metodológicos

El tema de “las mujeres”, como cualquier otro, debe ser abordado y explicado de una manera responsable lo cual implica ubicarlo en sus coordenadas culturales y sociales, de los cuales nos da testimonio el texto bíblico. De lo contrario, se corre el riesgo de hacerle decir a la Biblia lo que de antemano queremos oír. Se debe evitar, también, cometer anacronismo, pecado imperdonable en la exégesis y la teología bíblica.

La Biblia incorpora el tema de las mujeres en los libros que la componen, pero no de la misma manera. Esto se debe a que cada libro que las menciona tiene propósitos y destinatarios distintos. Ejemplos: La mujer de Cantares rebosa en sensualidad y expresa erotismo conforme a los criterios de su cultura; la reina Ester -de origen judío- aparece cumpliendo un rol favorable hacia su nación; y Rut, la viuda moabita, se incorpora a Israel llegando a ser una antepasada del rey David. Los relatos que mencionan a las mujeres hay que entenderlos, hasta donde sea posible, a la luz de los contextos en que se desenvuelven. 

En un plano teológico hay que precisar tres “momentos” distintos: La creación original de Dios, el pecado que lo pervirtió todo, y la nueva creación en Cristo (la salvación). A las mujeres -aunque no sólo a ellas- hay que ubicarlas en estos tres momentos, además que se debe considerar las diferencias -en costumbres y creencias- entre las mujeres que son parte del pueblo de Dios y las que no lo son.

Por otro lado, Dios creó a los seres humanos (varón y hembra), no creó culturas. Éstas son creación humana, de ahí sus imperfecciones, dado además que las culturas y sus diversos desarrollos aparecen después de la entrada del pecado en el mundo. Toda cultura, absolutamente todas, lleva la marca del pecado y la enemistad con Dios (Gen 4 en adelante). 

Finalmente, la Biblia nunca habla del feminismo si por éste se entiende “el movimiento que propugna la igualdad entre el hombre y la mujer mediante una acción política y social que pugne por la liberación femenina con el fin de suprimir las desigualdades jurídicas, políticas y económicas” (Greco 2008:171). Pero la Biblia si habla bastante acerca de las mujeres, nuestro tema a desarrollar. 

Una mirada al Antiguo Testamento

La clave de todo está en el primer libro de la Biblia. El Génesis relata el inicio de todo, incluyendo la vida humana (Gen 1 y 2). Ahí se muestra la obra de Dios la cual se califica de “buena”, además que a la primera pareja se le encarga la responsabilidad de administrar la creación del Creador, además de multiplicarse (Gen 1:28). La alegría del varón (ish) de recibir a su compañera (ishah) en tanto ayuda (ezer), “cierra” la narración sobre la primera pareja (Gen 2:18, 24).

    Aunque la Escritura afirma sencillamente: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó” (Génesis 1:27), los maestros de la iglesia solamente han visto significación en el hecho de que el Hombre está formado a la divina imagen y más bien han ignorado el hecho adicional de que él es masculino y femenino. (Jewett 1975:21-22).

Efectivamente, no sólo el varón y la hembra tienen la imagen y semejanza de Dios, sino que ambos constituyen el ser humano, el Hombre o Adán (“y llamó el nombre de ellos Adán”, Gen 5:2), y hay una unidad entre ambos la cual se perfecciona en el nuevo pacto bajo el señorío de Jesucristo (Gal 3:28). Esta unidad de la pareja recorre toda la Biblia, y por eso es que

    sostenemos -apoyándonos en el testimonio bíblico y en los aportes de la psicología moderna- que la mujer no puede ni debe actuar separadamente del hombre como un ente autosuficiente prescindiendo de la otra parte de la humanidad, ya que en el mismo acto de la creación Dios creó una sola humanidad: varón-mujer. (Melano 1968:75).

Pero la experiencia paradisiaca pronto se vio frustrada por el pecado cometido por la misma pareja (Gen 3:1-7), lo cual trajo una serie de consecuencias que afectaron tanto a la creación como a las criaturas (Gen 3:16-19). Todo se distorsionó, se alienó (Stott 1999:285). Debe destacarse que una consecuencia del pecado (ruptura con Dios y su mandato) fue el señorío del varón sobre la hembra (Gen 3:16), lo cual se arrastra por todos los tiempos.

    Lo que llama nuestra atención ahí es que este cuadro de una sociedad patriarcal no se atribuye a algo innato en los seres humanos o constitutivo de la sociedad humana. Este cuadro tampoco es una descripción de lo que Dios quería para los seres humanos sino todo lo contrario: la dominación del varón sobre la mujer surgió cuando los seres humanos se alejaron del Dios que los creó para que gozaran de la vida como compañeros. (Foulkes 2000:8)

Toda la degeneración posterior (moral, social) es algo que caracterizará a la raza humana. En medio de las tinieblas Dios intenta salvar familias para continuar con el plan original (de Gen 1:28). Ejemplo de ello fueron Noé y su familia (Gen 6:9; 8:15-17; 9:8-12), pero en Abraham (y su familia) Dios decide bendecir a todas las familias de la tierra (Gen 12:3). ¿Qué tipo de familia? La que se anticipó desde los inicios de la creación, aquella que está compuesta por el varón, la mujer y los hijos. Este es el único modelo que Dios planificó para sus criaturas.

Las mujeres, por lo mismo, en los relatos bíblicos van a aparecer -con unas pocas excepciones- siendo parte de familias donde se desenvuelven criando hijos y cumpliendo diversos roles que vienen de los condicionamientos biológicos, de la cultura caída y pecadora, así como de los talentos que ellas tienen. Por eso es que se encuentran casos como la jueza Débora y Ana, no habiendo contradicción en ello dado que ambas cumplen roles importantes en el plan de Dios. En sentido general “los roles deben basarse en los dones, la habilidad y la experiencia, no en el género” (George 2016:7).

Se puede hacer un listado de mujeres del Antiguo Testamento y encontraremos “de todo un poco”: mujeres rebeldes como las parteras de los hebreos, profetizas, mujeres que se dedican al santuario, una reina que tiene que ocultar al inicio su identidad judía, una suegra que ejerce presión para casar a la exnuera, hijas de un difunto que luchan por sus derechos, esposas y madres de familia a las que se les llama “virtuosas”, etc. A la vez también aparecen mujeres sin escrúpulos, concubinas, violentadas, etc. Ninguna de ellas es un modelo a imitar (no todas las mujeres son como Débora o Jael). Sencillamente reflejan lo que es la vida cotidiana tanto en lo familiar como en lo político-social.

Las mujeres en los Evangelios y en Pablo

Aunque se ha escrito bastante sobre las mujeres en el Nuevo Testamento (Schüssler-Fiorenza 1989; Madigan & Osiek 2006; Bernabé 2007; Bernabé 2010; Estévez 2012; Bessey 2020, etc.) debe señalarse que no existe oposición, en términos generales, entre las enseñanzas y prácticas de Jesús el Mesías y el apóstol Pablo. Ese es un cuento inventado por la vieja teología liberal del siglo XIX que no ha entendido ni la misión contextual del Reino de Dios llevada a cabo por Pablo en tierras no judías, ni la labor misionera de la iglesia.

Una cosa era la condición de las mujeres en Israel en tiempos de Jesús y otra el mundo gentil donde Pablo llevó a cabo la misión. Las mujeres en Israel tenían muchas más restricciones y carecían de derechos respecto, digamos, a las mujeres romanas. Si Jesús, por ejemplo, hubiera tenido apóstoles mujeres hubiera causado un impacto negativo para la extensión del Reino de Dios en Israel. Pero con Pablo no había problema en ello. Él reconoce a una mujer apóstol: Junia, la esposa de Andrónico (Rom 16:7. En el griego se lee Junia, nombre de mujer). Es decir, en el mundo gentil -mucho más abierto que la nación de Israel- se abrieron las posibilidades para que las mujeres tengan una mayor presencia en el pueblo de Dios.

Una de las cosas que más llama la atención en los cuatro evangelios (y no sólo en el de Lucas) es la cercanía, el contacto, la valoración y el reconocimiento de parte de Jesús respecto a las mujeres. Jesús sanó a mujeres “contaminándose” él según las tradiciones de los fariseos, reconoció la fe que tenían, defendió la vida (de un linchamiento público), se les apareció resucitado, las comisionó a la misión, etc. En Jesús el Mesías encontramos el modelo perfecto de cómo relacionarse con las mujeres.

    Aunque Jesús vivió en una sociedad cerrada, tradicional, afectada por el sistema patriarcal y autoritario, muchas veces salió de los límites de sus culturas para dirigirse a las mujeres y otras personas que eran víctimas de menosprecio y discriminación. (…) Varios pasajes de los Evangelios apuntan en esa dirección (p. ej., Lc 4:16-21; 7:1-23; 8:1-3; 24:1-11; Jn 4:1-29). (Feser 2019:795).

Cuando la misión del Reino se anuncia que llegará a tierras gentiles (Mt 28:19-20; Hch 1:8), se abre a la posibilidad real de que nuevos sujetos evangelizadores aparezcan en el escenario (Cf. los Hechos de los apóstoles). Pronto Pedro (Hch 2 – 5; y 10 – 12) y los helenistas (Hch 6 – 8), ceden en el relato de Lucas al llamado de Saulo (ahora llamado Pablo, Hch 13:9), y la labor misionera acompañado de matrimonios mixtos (Aquila y Prisca), mujeres (Lidia), un joven (Timoteo), y de otros más (cuyos nombres aparecen en Rom 16). En este capítulo aparecen nombres de matrimonios, mujeres, varones, etc. (incluso algunos nombres son propios de ciudadanos romanos y otros de esclavos). Se resalta también la presencia de Febe, una diácono de la iglesia en Cencrea. Por eso afirmamos que

    A pesar de que con frecuencia Pablo ha sido acusado de misógino (especialmente sobre la base de 1 Co 14:34-35 y 1 Ti 2:11-15), hay buena base para afirmar que el apóstol captó el espíritu liberador de Jesús en lo que atañe a las relaciones sociales, incluyendo la relación mujer-hombre. De todos los pasajes que se podrían citar, el que más se destaca es Gálatas 3:28. (…) Ya no tienen importancia las profundas divisiones del mundo antiguo: la división judío-gentil, clave para los judíos; la división libre-esclavo, crucial para la sociedad romana; la división hombre-mujer, más profunda que las otras por ser personal y no sólo social (Ga 3:26 – 4:7). (Feser 2019:795).

Sobre los “dos textos misóginos” de Pablo, hay que afirmar que no es así. Hay que considerar que Pablo en 1 Corintios le dedica al tema del culto los capítulos 11 al 14. En la parte final (14:34-35), es cierto que Pablo dice que las mujeres callen en la congregación. Pero bien leído el texto no es un mandato en general y para todas las mujeres de todos los tiempos. Pablo no tiene nada en contra de ellas. A algunos que hablaban en lenguas en el culto también les va a decir lo mismo: que callen (14:28). Lo que Pablo está haciendo es regular, no prohibir nada. De hecho, las mujeres ya oraban y profetizaban en el culto (11:5), lo cual debe hacerse pero con el orden y las formas adecuadas de tal forma que edifique a todos (14:26).

Sobre 1 Tim 2:9-15 hay que indicar que Pablo no se refiere a todas las mujeres de la iglesia en Efeso sino de forma directa a las mujeres ricas -probablemente mujeres de aristócratas- que pensaban que por su dinero y su poder ya podían tener la enseñanza en la comunidad eclesial. En el siglo I, en medio de tanta pobreza en la ciudad ¿qué mujeres podían ir al culto luciendo vestidos costosos, peinados ostentosos y exhibiendo oro y perlas sino las mujeres ricas? Éstas son las que deben aprender primero la Palabra y sujetarse a las autoridades de la iglesia, como Timoteo.

Al leer la Biblia de forma desapasionada, y resaltando lo que Dios hace por medio de los varones y las mujeres, cabe la pregunta de si se podría hablar de un “feminismo cristiano” y de cuál sería el contenido de éste (para diferenciarlo de los feminismos contemporáneos). (Grudem 2006). Un teólogo opina así:

    El feminismo cristiano parte de la igualdad radical entre el varón y la mujer. Igualdad esencial que surge de su pertenencia a la condición humana, como personas, seres espirituales intransferibles, dotados de derechos inalienables y abiertos a la dimensión infinita del encuentro con los otros y con Dios. Esa igualdad se apoya en raíces religiosas, pues ambos son imágenes de Dios, llamados a la salvación, redimidos por Cristo, templos del Espíritu Santo y destinados a la comunión plena con el Padre. (Idígoras 1990:326).

A modo de conclusión diremos que “la Biblia no pasa a describir las características de la femineidad analíticamente. Los personajes femeninos que desfilan luego a lo largo del milenario pergamino se nos presentan acondicionados ya a un sistema socio-económico patriarcal, que con variantes muy sutiles impera hasta nuestros días”. (Chávez 1976:18). Con todo, Dios utiliza a sus siervos para cumplir sus propósitos y extender su Reino. Sus siervos son varones, pero también mujeres.

Bibliografía 

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Bessey, Sarah. (2020). Jesús feminista. Buenos Aires: Juanuno1.

Castro, Emilio, edit. (1968). El rol de la mujer en la iglesia y en la sociedad. Montevideo: UNELAM.

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Clouse, Bonnidell & Robert Clouse. (2005). Mujeres en el ministerio. Cuatro puntos de vista. Barcelona: CLIE.

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Tomado de: http://www.geocities.ws/rebilac_coordcont/foulkes.html

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Greco, Orlando. (2008). Diccionario de sociología. Buenos Aires: Valleta Ediciones.

Grudem, Wayne. (2004). Evangelical Feminism and Biblical Truth. Oregon, USA: Multnomah Publishers Sisters.

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Jewett, Paul. (1975). El hombre como varón y hembra. Miami, FL: Caribe.

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Stott, John. (1999). La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Vincent, Sister. (1971). La mujer y el sacerdocio. Bilbao: Paulinas.

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