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1 de octubre de 2020

JESÚS SE ENCUENTRA CON UN HOMBRE ENFERMO, IMPURO Y MARGINADO

Por Martín Ocaña Flores

TEXTO BÍBLICO

Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. 

Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.” (Mateo 8:1-4)

Médicos y medicina en Israel

Influenciados por Ex 15:26 (“Yo soy Jehová tu sanador”) hubo en el Israel del Antiguo Testamento una tendencia a no desarrollar la medicina como ciencia, por eso es que no aparecen médicos como los conocemos hoy. Es cierto que se mencionan remedios (Jer 46:11) y bálsamos (Jer 51:8), pero no hay mucho más que eso. Los médicos siempre se vinculan más al mundo no-israelita. Cuando murió Jacob, el padre de José, éste hizo venir a médicos (de Egipto) que embalsamaran a su padre (Gen 50:1-2).

Sin embargo, hay historias que merecen considerarse. Cuando el rey Ocozíaz cayó desde una ventana y se lastimó severamente, la reacción inmediata fue consultar a Baal-zebub, dios de Ecrón, a ver si sanaría o no (2 Rey 1:2). Por su parte, el rey Ezequías en su enfermedad de muerte clamó con lágrimas a Dios (Isa 38:1-5) y se le concedió quince años más de vida. Finalmente, el rey Asa (2 Cro 16:12-13) en su enfermedad prefirió buscar a los “médicos” (heb. rofim) antes que a Dios y murió. Pero rofim hace referencia a “divinidades subterráneas”, es decir a dioses paganos (Profesores de la Compañía de Jesús. La Sagrada Escritura. Antiguo Testamento II. Madrid: BAC, 1969, p. 892). El rey Asa prefirió acudir a espiritistas antes que a Dios y eso le costó la vida dos años después. (William McDonald. Comentario al Antiguo Testamento. Barcelona: CLIE, 2001, p. 431).

Será después del retorno del exilio a Babilonia, específicamente en “el tiempo del silencio”, donde aparece la literatura deuterocanónica con sus referencias a médicos y medicinas, sin por ello olvidar que Dios está en el origen de la sanidad (“Dios hace que la tierra produzca sustancias medicinales, y el hombre inteligente no debe despreciarlas.” Sirácida 38:4). Más aún, la arqueología ha demostrado que en Israel hubo instrumentos quirúrgicos para operaciones, lo que indica ya el desarrollo de la ciencia médica, aunque esto en un periodo histórico algo posterior. (Cf. Antonio Piñero, edit., En la frontera de lo imposible. Magos, médicos y taumaturgos en el Mediterráneo antiguo en tiempos del Nuevo Testamento. Córdova – Madrid: El Almendro – Universidad Complutense, 2001).

En el Nuevo Testamento hay muy pocas referencias a médicos, entre los que se pueden destacar Mt 9:12 (gr. iatroú); Mc 5:26 (iatrón); Lc 4:23 (iatré) y Col 4:14 (hó iatrós). En todos los casos no se les da una valoración moral sobre el trabajo que realizan, sólo se les menciona como una profesión más.

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

“un leproso” (v. 2)

La aparición de un “leproso” en el relato no debiera asombrar, dado que era algo común en el Oriente antiguo. Pero sobre esto hay que considerar lo siguiente: (1) A las diversas enfermedades de la piel -no necesariamente aquella producida por el bacilo de Hansen- se les llamaba “lepra” (heb. tzara'at, que literalmente se traduce como “azote divino”. (2) Quienes adquirían tzara'at eran considerados pecadores y debían someterse a diversos rituales -Cf. Levítico 13 y 14- para ser reincorporados a la comunidad. (3) Por ninguna razón se debía tocar a alguien con tzara'at, dado que lo tornaría también en un “impuro” espiritual.

Las personas con tzara'at “socialmente eran seres aislados. Por temor al contagio se les declaraba legalmente impuros y se les apartaba de las ciudades, obligándoles a llevar vestidos desgarrados, la cabeza desnuda y a advertir su proximidad gritando: Tamé, tamé, “impuro, impuro.” Religiosamente no eran excomulgados, pero en las ceremonias del culto en las sinagogas debían colocarse aparte. Esto era humillante, pero aún lo era más al ser considerada su enfermedad como castigo de Dios, merecido por grandes pecados (Num 12:9-15; 2 Re 15:5; 2 Cr 26:19-21). De ahí el nombre lepra: tzara'at, “golpe,” “azote divino”. (…) A los leprosos que no eran recluidos, aunque tenían que vivir aislados, se les permitía venir a las ciudades a pedir limosna o ayuda a los suyos, debiendo hablar a las personas a “cuatro codos” de distancia.” (Profesores de Salamanca. Biblia comentada. Versión E-Sword).

¿Podemos imaginar el sufrimiento emocional -además del físico- en este hombre que se sentiría abandonado por todos sus amigos y familiares, incluso por Dios? ¿Habrá sentido culpabilidad al estar sufriendo el “azote divino” y ser señalado, a la vez, por el dedo acusador de aquellos que se sentían “sanos” o “puros”? ¿Habrá sentido dolor por su familia que ahora tenía que preocuparse por él? ¿Y si no tenía familia? La vida de un enfermo de tzara'at, al atravesar lo físico-emocional-social, producía un gran dolor en estas dimensiones.

“ordenó Moisés” (v. 4)

Parece paradójico que quien infringe la ley, de forma puntual en este caso al tocar al leproso (“Asimismo el que tocare el cuerpo del que tiene flujo, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la noche.” Lev 15:7), ordene ahora al hombre sanado que cumpla la ley conforme a lo que había ordenado Moisés. Esto significa que tendría que ir hasta Jerusalén a hacer la diligencia requerida.

El Evangelio de Mateo enfatiza que Jesús nunca se opuso a la ley de Moisés (5:17), sino a sus intérpretes escribas y fariseos que más se guiaban por sus tradiciones que por el mismo Moisés (15:3-6). En nuestro relato la enseñanza es clara: el hombre sanado debía cumplir con todo lo que prescribía el libro de Levítico (y luego ser reinsertado a la comunidad). Su sanidad/limpieza sería un gran testimonio de que el Reino de Dios ya había llegado con poder.

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

“le seguía mucha gente” (v. 1)

Este v. 1 debería en realidad ser el v. 30 del capítulo 7. Tiene sentido si se lee de esa manera y se lo vincula a 7:28-29. Esto significa que el relato del hombre enfermo e impuro debe circunscribirse a los vv. 2-4.

Aunque a Jesús las multitudes lo seguían por varias razones, por el contexto literario se podría decir que estas personas ven a Jesús como un legislador, un nuevo Moisés que baja del monte después de haber desautorizado a los escribas y fariseos (“oísteis que fue dicho… más yo os digo”). Además, el concepto de las multitudes sobre Jesús era muy alto, pues para ellos él tenía una autoridad que lo distinguía de los maestros de la ley a quienes ya conocían (7:28-29).

“se postró ante él” (v. 2)

Con el trasfondo histórico mencionado, el “leproso” carecía de posibilidades reales de sanarse. ¿Habrá sido por eso que buscó a Jesús? La actitud de súplica del hombre enfermo -el postrarse ante alguien que consideraba tal vez su única y última oportunidad de sanidad- es el resultado de su fe en Jesús. Las palabras “Señor, si quieres, puedes limpiarme” implica que sabía de lo que Jesús era capaz de hacer, dado que nadie le suplicaría así si no creyera previamente que tenía un poder extraordinario para sanar. Posiblemente conocía de la fama de Jesús como sanador (4:24).

La súplica, por otro lado, es algo extraña pues pone en Jesús la decisión de limpiarlo o no (“si quieres”). El hombre enfermo se sentía tan disminuido que era incapaz de pedir por su sanidad, sólo esperaba la misericordia de Jesús. Y Jesús quería sanarlo, era su voluntad sanar a este hombre que -además de enfermo- era considerado un “impuro” (con la consecuente marginación social que ello implicaba). Algo que se evidencia en el relato es que el hombre enfermo busca el poder milagroso que acompaña al Reino de Dios. El milagro de Dios, en esta historia, llega a quien ya no tiene otra posibilidad de sanidad.

“Jesús le extendió la mano y le tocó” (v. 3)

Este es el primer relato contado con algunos detalles acerca de Jesús en tanto sanador. Cierto es que antes ya había obrado sanidades, pero Mateo lo había contado de forma general dado que se trataba de un resumen de sus actividades:

    “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.” (4:23-24).

Llama la atención que las sanidades se vinculen a la presencia del Reino que llega con Jesús el Hijo de Dios. Sobre esto hay que aclarar que, aunque Jesús vino trayendo el Reino de Dios, esto no significaba que todos los enfermos y posesos iban a ser sanados de lo que los aquejaba. Los milagros de sanidad (como los exorcismos) eran una demostración que Dios ya estaba presente en la historia, de manera definitiva, trayendo liberación y salvación. Para algunos -o muchos- sí hubo sanidad física, pero no para todos. 

Sucede que en el Reino de Dios a veces se sirve a Cristo con aguijones en la carne (2 Cor 12:7-9). El ejemplo del apóstol Pablo ilustra bien el tema pues su experiencia es lo opuesto a la del “leproso”. A éste Jesús le dijo “quiero que seas limpio”, mientras que a Pablo le dijo Dios (parafraseándolo) “no quiero que sanes, sírveme con tu dolencia. Que te baste mi gracia”.

Pero lo que Jesús hizo en este relato fue algo inaudito. Le importó poco a Jesús tocar físicamente a un enfermo de tzara'at si con ello limpiaba/sanaba al hombre. Tocarlo tiene un significado profundo, además de simbólico. Jesús traía el Reino de Dios, no su azote. Traía vida plena, no venía a reforzar los estereotipos de impureza/marginación. Un dato del texto es que, dado que no habían testigos del hecho, tampoco nadie podía denunciar a Jesús como “impuro”. (Según Mc 1:40-45 queda claro que estaban solos Jesús y el hombre enfermo).

“Este leproso se acercó mucho a Cristo, pues El extendió su mano y le “tocó” para curarle. Cristo no le apartó ni se comportó como algunos rabinos que huían al divisarlos o les arrojaban piedras para apartarles de su camino y no contaminarse “legalmente”. “Si quieres, puedes limpiarme,” dijo el leproso. Su fe era grande. “Quiero, sé limpio,” le contestó Cristo extendiendo su mano. Y le tocó. La Ley (Lev 15:7) declaraba impuro al que tocase a un leproso. Luego le ordena que cumpla la Ley presentándose en el templo a los sacerdotes, que como personas más ilustradas podrían certificar la curación y aun darle por escrito un certificado de ello.” (Profesores de Salamanca. Biblia comentada. Versión E-Sword).

“no lo digas a nadie” (v. 4)

Cuando sucede este milagro de sanidad -como indicamos- Jesús y el hombre enfermo están solos, no hay nadie más en ese momento. Si hubiera estado presente la multitud que le seguía (8:1), no tendría sentido el mandato de Jesús (“no lo digas a nadie”), pues tendría a todos como testigos y el milagro se divulgaría sin más.

Hay una razón poderosa para esta orden de Jesús al hombre sanado: Jesús quería evitar que sus seguidores lo vieran tan sólo como un sanador. Si bien 4:24 indica que hacía muchas sanidades, y 4:25 que multitudes de diversas regiones le seguían posiblemente a causa de ello, Jesús no quería que lo confundan con otro sanador o taumaturgo más. Eso podía desvirtuar su mesianismo sufriente. Lo mismo se puede decir hoy: a Jesús no se le debe presentar tan sólo como un sanador o milagrero. Esto puede provocar una falsa imagen del Hijo de Dios y una equivocada idea de lo que significa el seguimiento y el “ser cristiano”.

¿CÓMO LOS CRISTIANOS AFRONTAMOS LAS ENFERMEDADES?

“La enfermedad es un proceso natural de la misma vida. Muchos autores sostienen que lo acorde con la dignidad humana consiste en vivir con dignidad el impacto de la enfermedad. Con frecuencia la enfermedad provoca un choque emocional en el paciente. Hay una pérdida de autonomía y control. Altera la imagen de sí mismo. Se genera una pérdida de roles sociales importantes. El paciente se ve en la necesidad de depender de otros y de tomar decisiones estresantes y desconocidas. Si el enfermo está internado en un hospital experimenta aún más la fragilidad de la naturaleza humana. Por eso se hace dependiente. Y necesita sentirse protegido y seguro de peligros imaginarios o reales.

Es necesario, por lo tanto, que las personas sanas comprendan el estado anímico del enfermo, sobre todo si ha entrado en una fase de gravedad. De esta manera podrán acompañarlo debidamente. Las actitudes y emociones del paciente pueden ser muy variadas. Con frecuencia se vuelve hostil o violento con quienes intentan ayudarle; puede entrar en una crisis de ira irracional. Otras veces el paciente considera la enfermedad como un castigo de Dios, por lo que, inconscientemente, tiene un sentimiento de culpabilidad. Puede, asimismo, aislarse y separarse de todos y de todo lo que le rodea. Es la etapa de aislamiento.” (Fernando Bermúdez. La enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Visión ética-espiritual. Bilbao: Mensajero, 2012, pp. 20-21).

Históricamente los cristianos han mostrado diversas formas de afrontar las enfermedades (tanto físicas como emocionales). Están los negacionistas (“no existe la enfermedad”), los perfeccionistas (“un buen cristiano nunca se enferma”), los que acuden a la ciencia médica occidental (es decir a los hospitales o clínicas, sin por ello dejar de orar por sanidad), los que acuden a la medicina tradicional y alternativa, etc. Están, incluso, aquellos que en su desesperación -y superstición- han buscado a brujos que aseguraban tener poderes sanadores. 

En nombre de la fe hay cristianos que no cuidan su salud diciendo que “Dios los protege”. Estos relegan a los médicos -y a los psicólogos- debido no a la “gran fe” que dicen tener sino, con frecuencia, a una equivocada idea de lo que es la espiritualidad cristiana y al desconocimiento de las Escrituras. En el actual contexto de pandemia ¡cuántos cristianos no han querido consultar a los médicos! (ni siquiera por teléfono). Esto no es fe, es irresponsabilidad y falsa piedad evangélica. Debo indicar que, por el contrario, sí hay cristianos que han entendido que sus cuerpos son “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6:19), y en base a ello cuidan con responsabilidad y esmero su salud.

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Jesús no rechazó a este hombre enfermo/impuro/marginado. La sanidad física -y la posterior reinserción social del hombre sanado- eran clara evidencia que el Reino de Dios ya estaba presente en la tierra y en medio de las personas. Para Jesús los enfermos/impuros/marginados pueden nuevamente llegar a ser “limpios” en la sociedad, gracias a su poder y su misericordia sanadora. Ese es un testimonio grande para todos.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Acerca de Jesús

Jesús en el ministerio del Reino no evitó relacionarse con personas que religiosa y socialmente estaban marginadas debido a las enfermedades que tenían. Jesús limpió/sanó a un hombre, incluso, rompiendo una norma señalada claramente en la ley (Lev 15:7).

Jesús al traer el Reino de Dios, y sanar a este enfermo, no se contrapuso a la ley de Moisés. Por el contrario, le pidió al hombre ya sanado que cumpla con los rituales exigidos por ella para así ser reincorporado a la vida social en Israel.

Acerca de la naturaleza humana

Es verdad que cuando se tiene problemas con la salud, es decir se está enfermo, las personas buscan más a Dios procurando su sanidad. Pero para muchos “Dios” sigue siendo una idea algo abstracta. El relato nos enseña que se debe buscar de manera específica a Jesús el Mesías -de forma personal- y preguntarle con humildad si quiere sanarnos. 

Lo anterior significa que -como creyentes- debemos someternos a la voluntad de Jesús. Nunca sabremos si quiere sanarnos o no hasta que le preguntemos y escuchemos su respuesta. (Esto no quita, sin embargo, que oremos por los enfermos y los atendamos en sus necesidades).

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