20 de septiembre de 2020

JESÚS SE ENCUENTRA CON… JUAN EL PROFETA

Por Martín Ocaña Flores

TEXTO BÍBLICO

Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mateo 3:13-17)

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

Jesús de Galilea 

Aunque Jesús nació en Belén de Judea (Mt 2:1), es decir cerca de Jerusalén, tuvo que huir al norte de África, a Egipto para salvar la vida (2:13-14). Al morir Herodes recibió José una revelación para que retorne a Israel (2:20), pero en vez de ir a Belén prefirieron ir a Galilea, específicamente al pueblo de Nazaret (2:22-23). Jesús viviría allí, en la tierra de José y María (Lc 1:26-27; 2:4), al norte de Judea, hasta que comenzó su ministerio. Su infancia y su juventud Jesús la pasó en Galilea. Para ser bautizado Jesús tuvo que viajar cerca de 100 kms. Debe haberlo considerado algo muy importante.

Juan en el Jordán

Juan era pariente de Jesús y había nacido seis meses antes que él (Lc 1:26). La actividad profética de Juan se desarrolló entre Samaria y Judea, en las zonas “desérticas” (Mt 3:1 y Lc 3:2-3). Es más exacto referirse a él como “profeta” que como “bautista” (lit. “bautizante”). Tuvo un ministerio impactante alrededor del Jordán, de tal manera que muchos venían a él a ser bautizados (Mt 3:5-6). Su mensaje era el Reino de los cielos (o Reino de Dios, Mt 3:2), el cual se vinculaba a “aquel de quien habló el profeta Isaías” (3:3) y quien era más poderoso que él (3:11). Este poderoso iba a traer el juicio (3:12), por lo que la gente tenía que arrepentirse y bautizarse ya (3:11).

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

ser bautizado por él” (3:13)

¿Por qué Juan bautizaba a los que acudían a él? (“Yo a la verdad os bautizo en agua”, baptízo en húdati, 3:11). El bautizo era un ritual judío de purificación que simbolizaba la limpieza espiritual de los que ya se habían puesto a cuentas con Dios. Pero la palabra baptízo significa originalmente “lavamiento” y aparece numerosas veces en los Evangelios. Se debe señalar que baptízo era una palabra utilizada en el habla común (cf. Lc 11:38). A pesar de esto en Israel se comenzó a hacer “lavamientos públicos” y que en nuestro idioma se llama “bautizo” como bien transliteran las versiones de la Biblia. 

Observamos también que, según 3:11, se vincula al bautizo el arrepentimiento. Hay cuatro elementos o condiciones necesarios para llevar a cabo el bautizo: (1) el ministro o servidor de Dios (el profeta en este caso); (2) el pecador arrepentido; (3) el agua del Jordán, que limpia simbólicamente al pecador; y (4) las personas que aparecen como testigos públicos. Pero ¿por qué Jesús tenía que ser bautizado, dado que él no era pecador y tampoco tenía de qué arrepentirse? 

Juan se le oponía” (3:14)

En 3:14 queda claro el argumento de Juan. Quien necesitaba ser “limpiado” era él mismo, y precisamente por aquel que ahora venía ser sumergido en las aguas del Jordán (“subió luego del agua”, 3:16). Para Juan no tiene lógica que el que es superior (3:11) venga a ser purificado en el río como los demás, cuyos pecados habían sido visibles.

cumplamos toda justicia” (3:15)

La respuesta de Jesús es contundente: “así conviene que cumplamos (plerósai) toda justicia (dikaiosúnen)” (3:15). ¿Qué significa esto? Juan había venido en camino de justicia (21:32), pero no le creyeron. Su anuncio del Reino de los cielos (3:2) implicaba que los pecadores hagan frutos dignos de arrepentimiento (3:8), que no eran otra cosa que frutos de justicia. Por su parte, los escribas y fariseos habían dejado la justicia, que era lo más importante de la ley (23:23). Juan, entonces, al proclamar el Reino de los cielos proclamaba realmente la justicia de Dios (3:2 compare con 6:33), justicia que los religiosos habían abandonado (5:20). 

Queda claro que Jesús vino trayendo el Reino de los cielos (4:17), el cual no se puede separar de la justicia. El Reino tiene su justicia y exige que los discípulos de Jesús la practiquen. El Sermón del monte (Mateo 5 al 7) ampliará y ejemplificará lo que significa la justicia del Reino de Dios. Entonces Jesús no se bautizó “por solidaridad con los pecadores. Jesús al venir a Juan a ser bautizado vino a completar (plerósai) el mensaje de justicia de Juan (cf. Lc 3:10-14) que no era otro que el mensaje del Reino de Dios (Mt 5:20). “Según el concepto de Jesús, el bautismo era una manera simbólica de entregarse personalmente a los ideales y demandas de una nueva vida de justicia.” (Newton Davies “Mateo”, en: F. Eiselen y otros, edits., Comentario bíblico de AbingdonTomo II. Buenos Aires – México D.F.: La Aurora – Casa Unida de Publicaciones, 1951, p. 139).

Mientras Juan era el profeta de Dios que abría el camino al Mesías bautizando en agua a los pecadores, Jesús -en tanto Mesías- iba a bautizar (baptísei) “en Espíritu Santo y fuego” (3:11) a esos mismos que habían pasado previamente por las aguas del Jordán. Esa es la diferencia radical de la justicia a cumplir. En este versículo el “fuego” se refiere a la forma cómo actúa el Espíritu en el corazón de las personas que aceptan a Jesús y su Reino.

Juan bautizaba a los que se arrepentían (metánoian, 3:11), Jesús venía a limpiar (baptísei) lo más profundo del ser humano, y esto ya no lo podía hacer Juan. Esto sólo lo podía realizar el Espíritu Santo con su fuego purificador que lo renueva todo. La justicia del Reino de Dios (5:20 y 6:33) requiere de personas cuyas vidas vayan más allá de un ritual de lavamiento (como era el bautismo de Juan). Requiere de vidas transformadas por el Espíritu de Dios. El arrepentimiento (metánoian) debe producir frutos (3:8) que sólo Jesús y el Espíritu pueden generar.

Esta enseñanza se puede graficar con dos historias. Jesús le dice a Nicodemo que para ver el Reino de Dios es necesario nacer del Espíritu (Jn 3:3, 6). Y Pablo en Éfeso se encuentra con un grupo de discípulos que sólo habían sido bautizados en el bautismo de Juan (Hch 19:1-3). Cuando creyeron en Jesús como Cristo (o Mesías) recién fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús y vino, entonces, sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 19:4-6).

los cielos le fueron abiertos” (3:16)

Después que Jesús salió del agua “los cielos le fueron abiertos” y vio al Espíritu de Dios que descendió sobre él (3:16). Vino en forma corporal el Espíritu, como una paloma (Lc 3:22). Desde entonces la vida de Jesús el Mesías quedará dominada por el Espíritu, quien luego lo llevará al desierto para pasar una gran prueba antes de comenzar su ministerio (Mt 4:1).

“Según una creencia común en el judaísmo tardío, después la muerte de los últimos profetas (Ageo, Zacarías y Malaquías), «se habían cerrado los cielos», es decir, el Espíritu había dejado de inspirar a los mensajeros de la palabra divina. La profecía había cesado, y este silencio constituía una verdadera tragedia para el pueblo de Dios, llamado a vivir constantemente bajo la guía de la revelación divina (cf. Sal 74,9; Am 8,11-12; 1 Mac 4,46). En conexión con esta creencia, también se creía que los cielos volverían a abrirse con la llegada del Mesías, para que él, como profeta de los tiempos escatológicos, pudiera ser investido del Espíritu. De ahí que esta apertura aluda simbólicamente a la comunicación directa entre Dios y la tierra, propia de los tiempos mesiánicos.” (Armando Levoratti “Evangelio según san Mateo”, en: Idem., edit., Comentario bíblico latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2007, 2ª edición revisada, p. 291).

Si junto con el “cerrarse los cielos” se cerró también la profecía, no es difícil imaginar que con la aparición de Juan el profeta en el desierto las multitudes hayan pensado que “los cielos comenzaron a abrirse”, es decir Dios los estaba visitando de nuevo. Eso explicaría por qué “salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” (3:5-6). Pero Juan era sólo el profeta que anunciaba el Reino y al Mesías. Pero es con Jesús el Hijo de Dios que “los cielos se abrieron” de una vez para siempre, para Jesús quien escucha la voz del Padre y para los que se acogen al Reino de Dios. 

una voz de los cielos” (3:17)

Dios habla de Jesús y se refiere a él como su “Hijo amado” (hó huiós mou hó agapetós, 3:17). Se trata tanto de un reconocimiento como de un título divino (Jn 5:17-18). En Jesús se complace Dios. Dios aprueba a Jesús como el Mesías que viene a traer la salvación (Mt 1:21). Ahora, si miramos los vv. 16-17 juntos bien se puede decir que:

“Las tres personas de la Trinidad estaban presentes en ese evento: el Padre que hablaba de su Hijo, el Hijo que estaba siendo bautizado y el Espíritu, que descendía sobre Jesús como paloma. Todo esto probó a Juan que Jesús era el Hijo de Dios (Jn. 1:32–34). También estaba en conformidad con la profecía de Isaías que afirmaba que el Espíritu reposaría sobre el Mesías (Is. 11:2). El descenso del Espíritu Santo le dio poder al Mesías para llevar a cabo su ministerio público.” (John Walvoord & Roy Zuck. El conocimiento bíblicoUn comentario expositivo. Nuevo Testamento, Tomo 1. Puebla, México: Las Américas, 1995. Versión Libronix Digital).

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Aunque Juan el profeta se encuentra con Jesús, el personaje central en esta historia no es tanto Juan sino Jesús el Mesías (Hijo de Dios). El primero bautiza con agua al que es “más poderoso”, quien al traer el Reino de su Padre trae también un bautismo (superior): bautismo con Espíritu Santo. El encuentro entre Juan y Jesús permite que uno mengue y el otro crezca. De esta manera Jesús viene a tener primacía en el Reino que ahora se ofrece a todos por la gracia de Dios.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Sobre Juan el profeta y las multitudes bautizadas:

El arrepentimiento y bautismo en agua (ritual de limpieza) son importantes, pero no suficientes. Esas mismas personas deben llegar a entablar una relación personal con Jesús el Mesías, el Hijo de Dios. Sólo él puede bautizarlos con el Espíritu Santo y darles salvación.

Debemos reflexionar si acaso también nosotros alguna vez nos hemos opuesto -como Juan- a lo que quiere hacer Jesús. Y también debemos reflexionar si necesitamos escuchar la palabra de Jesús para así tener un mejor criterio para lo que estamos haciendo en nuestros ministerios.

Sobre Jesús el Mesías:

Jesús vino a cumplir (completar) la justicia del Reino de Dios que ya anunciaba Juan el profeta. No vino a hacer su propia voluntad sino la del Padre, quien tuvo contentamiento en él. A eso se debe su sumisión, su obediencia. Jesús en todo su ministerio satisfará a su Padre, hasta el final.

En Jesús “se abrieron los cielos” y Dios Padre le habló. Sin Jesús no hay posibilidad que “se abran los cielos” para otros. Por eso es que predicaba que “el Reino de los cielos se ha acercado” (4:17). 

Nos preguntamos si los discípulos de Jesús, la iglesia, puede continuar con esa tarea: “abrir los cielos” a tantos otros que no han escuchado del Jesús de los evangelios ni del Reino de Dios. Tal vez Dios también quiere seguir hablando a las multitudes hoy.   

DESCARGA AQUÍ EL ARTÍCULO EN PDF

0 comentarios :

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR VISITAR NUESTRA PÁGINA!