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28 de febrero de 2020

NI AMIGOS DE PLATÓN NI AMIGOS DE LA VERDAD

Jesús y la mujer adúltera (Juan 7:53 – 8:11)


En el Evangelio de Juan 7:53 a 8:11 se encuentra el relato donde Jesús de Nazareth le dice a una mujer sorprendida en “adulterio” (gr. moijeía, moijeouméne, vv. 3, 4) -después de haberla librado de un linchamiento popular- “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (gr. mekéti hamártane, v. 11). Estas palabras de Jesús merecen nuestra atención, dado que en el contexto actual algunos términos -como “adulterio”, por ejemplo- parece que son desconocidos o banales a las nuevas generaciones con las que compartimos el mismo espacio social.

Al reflexionar en el texto citado no me detendré en los “tecnicismos” propios de la crítica bíblica. Eso está bien abordarlo, pero no en este medio. A los que sostienen que este texto no pertenece al Evangelio de Juan, sino que debió más bien estar insertado en el Evangelio de Lucas, les recuerdo que hay buen fundamento teológico para sostener que su lugar es donde el canon neotestamentario lo colocó. Basta por el momento reconocer -siguiendo a un comentario bíblico- que si bien “este texto no aparece en la mayoría de los manuscritos; otros lo incorporan en un lugar diferente. El relato parece haber sido una historia conservada primero en forma independiente y luego incluida aquí.”

Pero el relato en mención muchas veces ha sido “olvidado”, adrede, por ciertos eiségetas que andan buscando contradicciones o incoherencias en la Biblia -en base a supuestos análisis que ellos suponen son exegéticos-, para luego sacar conclusiones tan apresuradas como convenidas (“Jesús nunca dijo nada contra el adulterio”; “Jesús nunca enseñó contra la homosexualidad”, “Jesús nunca se metió con la vida privada de las personas”, etc.). Esas “conclusiones” en realidad no son sino proyecciones particulares que intentan justificar posiciones ideológicas personales, tomadas ya de antemano.

Quiero recordar ahora que Jesús fustigó el “pecado” -que es una palabra casi en desuso hoy- de la inmoralidad sexual en un plano que aún asombra: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). Y en Marcos 10:6-9 Jesús enseñó: “Al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que ya no son más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” ¡Jesús promotor de la fidelidad conyugal! ¡Jesús defensor del matrimonio heterosexual!  

Finalmente, está el relato del “sirviente” (gr. pais, vv. 6, 8, 13) del oficial romano (Mateo 8:5-13) que tiene que ver con la gran misericordia de Jesús y su poder sanador. Los LGBTI, sin embargo, han sexualizado ese relato, pues enseñan que dicho sirviente era la “pareja homosexual” del centurión. La deducción eisegética a la que llegan es: Jesús sanó al compañero sexual del oficial romano, y con ello demostró que estaba de acuerdo con esa relación homosexual. Y la consecuente “implicancia pastoral” es: los cristianos no tenemos sino que aceptar como natural (o normal) la homosexualidad siguiendo el ejemplo de Jesús. Una lectura como ésta en realidad no tiene la menor intención de entender el Evangelio ni a Jesús. Ningún léxico griego -en ningún idioma- hace una equivalencia entre la voz griega pais con un criado homosexual. La evidencia es que el mismo pasaje usa otra voz griega para referirse al mismo pais: dúlou, v. 9, lo cual precisa mejor el significado y le quita toda posibilidad de entender el texto tal como lo enseñan los LGBTI. 

Lo que el texto enseña, más bien, es que Jesús tuvo misericordia del sirviente enfermo de un oficial romano (quien era parte del ejército de ocupación en Palestina). No se debe olvidar que los romanos tenían las manos manchadas de sangre (Cf. la masacre de Herodes contra una población indefensa, Mateo 2:16, por poner un ejemplo) y el centurión al parecer se sentía indigno frente a Jesús (“no soy digno de que entres bajo mi techo”, v. 8). ¡Qué cosas habría hecho el centurión para que afirme eso! ¿Habrá querido más bien proteger a Jesús cuando le impidió que entre en su casa?

A la luz de los textos citados (Marcos 10:6-9 y Mateo 5:28) podemos decir que Jesús tuvo una posición sumamente clara respecto al matrimonio -el cual no es un asunto sólo de “moral personal”- y al pecado del adulterio. Justamente es en base a esto que, en Juan 7:53 a 8:11, sus enemigos (escribas y fariseos, v. 3) le van a traer a una mujer -y no a ambos, es decir también al varón como exigía la ley- sorprendida en adulterio para preguntarle tramposamente si esa mujer debía ser condenada. ¿Objetivo? Hacer caer a Jesús para luego acusarle (8:6). Interesa observar que en el relato los papeles se invierten: a los acusadores de Jesús sus conciencias les acusará (v. 9). Finalmente, Jesús preguntará a la mujer dónde están los acusadores (v. 10), es decir los condenadores. 

Efectivamente, el relato muestra cómo “los que fueron por lana salieron trasquilados”. La mujer, que para los enemigos de Jesús es tan sólo un objeto al cual se debe humillar y maltratar (aunque no por eso menos pecadora), al final aparece como teniendo una segunda oportunidad. Jesús no se relaciona con la mujer como los otros que la condenaban (“ni yo te condeno”, v. 11). Jesús quería que la mujer deje el pecado. ¿Cuál? El adulterio, la infidelidad a su marido. Jesús le propone una ética personal y social: “vete, y no peques más” (gr. poreuou kai mekéti hamártane, literalmente “vete y en adelante no peques más”, como traduce la Versión Moderna de H. B. Pratt de 1929). O como dice la Biblia EUNSA (Universidad de Navarra): “vete y a partir de ahora no peques más.”

¿Sorprende que Jesús haya hecho esta exigencia ética a esta mujer que había quebrado la ley de Dios y el pacto hecho con su marido ante la comunidad? ¡De ninguna manera! Jesús sabía muy bien las nefastas consecuencias de este pecado que pudo costarle la vida, además de traer desgracias a su esposo y a su familia. (Hay que recordar los códigos culturales del honor y la vergüenza en la sociedad judía del siglo I y cómo afectaría dicha deshonra a toda la familia extendida). Sólo los que han perdido toda vergüenza en base a ideologías nefastas son incapaces de ver la tragedia real de lo que es el adulterio -sea del varón o la mujer- en los planos personal y social. (Si el lector conoce situaciones de adulterio en su familia, reconocerá lo destructivo que es este pecado).

El relato de Juan 7:53 a 8:11, pues, cobra importancia por las siguientes tres razones:

(1) Es un relato que aparece específicamente en un Evangelio, donde el personaje principal es Jesús de Nazareth. Y la ética de Jesús es la ética del Reino de Dios. Eso lo reconocen todos hoy, desde los conservadores hasta los liberales en teología. Y la plenitud del Reino se explica metaforizada -por ejemplo en Efesios y en Apocalipsis- como una gran boda: la boda del Cordero (Jesús) con su pueblo. La fidelidad, el pacto, están presentes en este relato como exigencias éticas al pueblo de Dios. 

(2) No es un relato escrito por el apóstol Pablo, a quien la teología liberal lo ha convertido en un falsificador de la ética del Reino de Dios, así como en “el verdadero fundador” del cristianismo. Los liberales desde hace siglos han desprestigiado a Pablo y exaltado -a la vez- a Jesús, poniéndolo como maestro y ejemplo de ética (social). Pero ¿será posible una ética social y política que menosprecie el matrimonio y la fidelidad entre esposos? Para la teología liberal, y sus ramificaciones, al parecer sí es posible ello. En su lectura ideologizada de la Biblia esa mujer cometió a lo mucho una inconducta, un desliz, un pecadillo nada comparable con la opresión a los pobres o el abuso y maltrato a las mujeres. 

(3) Aquí tenemos a Jesús ordenando -porque no fue una simple sugerencia- a la mujer pecadora/adúltera que abandone de una vez por todas la vida licenciosa que llevaba. Esa mujer, con ese estilo de vida, diría el apóstol Pablo, no llega a ser parte del Reino de Dios (1 Corintios 6:9). Y según este mismo versículo tampoco entran al Reino los homosexuales ni los afeminados, ni lo que se echan con varones, entre otros pecados. Cuando una persona se dedica a ello no está permitiendo que Dios gobierne o tenga señorío en su vida. Este argumento está todo el Nuevo Testamento y sobran los textos bíblicos para sostener tal afirmación.

Siglos atrás Amonio de Hermia, autor de una biografía sobre Aristóteles, consignó la expresión “Soy amigo de Platón pero más amigo de la verdad”, la cual se dice exclamó el estagirita argumentando contra Aristocles de Atenas. Esta locución, a lo largo de los años, ha sido utilizada numerosas veces para resaltar el valor supremo e inigualable de la verdad, la cual incluso habría que anteponerse a las personas que se tiene en alta estima. Lo cierto es que en los últimos tiempos se han invertido -e incluso desaparecido- las valoraciones. Así, hoy es más importante -y conveniente- para algunos mantener la amistad a toda costa antes que sostener la verdad. Lo que se ve preponderantemente es algo así como “Soy amigo de la verdad pero más amigo de Platón”. Peor aún, a veces no son ni amigos de la verdad y ni amigos de nadie.

No sorprende, por ello, que muchos teólogos y exégetas contemporáneos prefieran la amistad -y el financiamiento foráneo- a la verdad de la Biblia que alguna vez sostuvieron. Sobran los ejemplos por todos lados. Y sus “exégesis” -que en realidad son eiségesis groseras- no convencen a nadie por lo burdo de sus propuestas y “argumentos”. Tienen un Jesús deformado, un Nuevo Testamento mutilado y una Biblia a la que le anteponen unas presuposiciones de terror. Una sana exégesis bíblica, por el contrario, no olvida ni a Jesús ni sus demandas éticas que son parte de la buena noticia de la llegada del Reino de Dios. Y esas demandas tienen que ver con lo personal y lo social, sin hacer innecesarias y falsas dicotomías. 


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