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13 de abril de 2017

LUCES Y SOMBRAS EN “LOS HECHOS DEL ESPÍRITU SANTO”


Ps. Martín Ocaña Flores
El principal actor en la misión histórica de la iglesia cristiana es el Espíritu Santo. Él es el director de toda la empresa. La misión consiste en cosas que él está haciendo en el mundo. De un modo especial consiste en la luz que él enfoca sobre la persona de Jesucristo.
John Taylor [1]

Planteamiento del tema

En América Latina están sucediendo diversos hechos que sólo se pueden explicar de una manera: el Espíritu Santo hoy está actuando de una manera tan poderosa como evidente. El Espíritu está transformando no sólo a las iglesias sino también está renovando nuestra forma de entender las cosas, y en fe esperamos ser testigos de una gran transformación social en la perspectiva del Reino de Dios. 

Esta actuación del Espíritu, sin embargo, no viene tan sólo del último siglo ni de las últimas décadas. Dios ha estado actuando a lo largo de la historia por medio de sus “dos manos”: el Verbo (Cristo) y el Espíritu Santo. “Las dos manos son iguales en fuerza y en valor. Las dos manos actúan conjuntamente. No son idénticas. Una produce una acción diferente, pero las dos se complementan y de ellas procede un resultado final”.[2]  

El propósito de este ensayo es delimitado y puntual. Pretende aportar criterios bíblicos, basado en el libro de Hechos, para una apropiada lectura y evaluación de lo que somos testigos agradecidos en América Latina: el avivamiento del Espíritu. Pero éste, para ser honestos con lo real, se presenta –como ha sido una constante a lo largo de la historia- con sus luces y sus sombras. Y esto no nos debe asombrar pues todavía no estamos en la plenitud del Espíritu (como sostienen algunos optimistas), ni mucho menos ha ocurrido la Parusía.  

Leemos el libro de los Hechos –tan citado hoy por pastores, misiólogos y teólogos- buscando la dirección y el consejo de nuestro trino Dios. Y de hecho, estamos convencidos que este libro de Lucas nos permitirá comprender de forma más completa tanto el actuar de Dios como conocer sus requerimientos a las iglesias en el momento presente de América Latina.

Latinoamérica ¿en llamas?

Existe todavía la tendencia a dejarse impresionar por lo que sucede en algunas iglesias de las grandes ciudades (aparición de ministerios quíntuples, masivos eventos musicales, el fenómeno de las mega-iglesias, cadenas de radio y televisión cristianas, evangelismo explosivo, etc.), olvidando que el Espíritu tiene otras muchas formas de manifestarse. Se ha llegado a decir, incluso, que América Latina está “en llamas”, refiriéndose a un gran avivamiento espiritual que se estaría dando en todo el continente.

Esta forma de leer los acontecimientos se ha visto reforzado por diversas teorías como la de las “tres olas” del Espíritu Santo en el siglo XX (aunque algunos hablan de hasta cinco o más “olas”, como Morris Cerullo). Así, se sostiene que cada ola predomina sobre la anterior, pues es cualitativamente superior, y trae con ello nuevas formas de actuación del Espíritu Santo. En todo esto –se sugiere reiteradamente- que el criterio más importante para evaluar lo que hace el Espíritu tiene que ver con lo numérico.[3]  

Estas lecturas, sin embargo, no son tan nuevas pues tienen un largo recorrido y variadas expresiones. El historiador Justo González nos lo recuerda en estos términos:
    Hay un error harto difundido, según el cual la revelación de Dios tiene lugar en tres etapas sucesivas, cada una superior a la anterior, de modo que cada una sobrepasa a la otra. Según esa opinión, primero vino la revelación del Padre, en el Antiguo Testamento; luego la de Jesús, en los Evangelios; y por último la del Espíritu, en la iglesia después de la ascensión de Jesús. Ese error no es nuevo, pues lo sostuvieron en el siglo 2 los montanistas, y en la Edad Media los seguidores de Joaquín de Fiore.[4]
Lejos está de nosotros sugerir que algunas lecturas contemporáneas son neo-montanistas. La pregunta es más bien ¿Qué criterios usaremos para evaluar los hechos de los cuales somos testigos? Incluso John White sostiene que hay que ser cautelosos,[5]  y de seguro le sobran razones. Una de las convicciones evangélicas, con la que crecimos muchos, es que así como no existe oposición entre las dos manos de Dios, tampoco existe oposición entre la Palabra y el Espíritu. Ya Juan Calvino lo señaló tiempo atrás con firmeza:
    Porque cuando Dios nos comunicó su Palabra, no quiso que ella nos sirviese de señal por algún tiempo para luego destruirla con la venida de su Espíritu; sino, al contrario, envió luego al Espíritu mismo, por cuya virtud la había antes otorgado, para perfeccionar su obra, con la confirmación eficaz de su Palabra.[6]
Los “Hechos del Espíritu Santo” y nosotros

Desde un inicio hay que señalar que “Hechos de los apóstoles” no es el título que le puso Lucas a su segundo libro (su primer escrito fue el tercer Evangelio). De hecho, se trata de un título de inicios del siglo III, y posiblemente así signado con la intención de corregir la perspectiva y práctica de los sobrevivientes del montanismo.[7]  

Lo cierto es que, observando el contenido del libro, en Hechos no se habla de todos los apóstoles. Por el contrario, descontando a Pedro y particularmente a Pablo, aparecen más bien testigos como Esteban, Felipe, Bernabé y Silas, entre otros. Pero en todos los casos se pone de manifiesto el consuelo, la voz, la fortaleza y la dirección del Espíritu. Por lo que, como algunos han sugerido, “Hechos de los apóstoles” bien debería llamarse “Hechos del Espíritu Santo”.[8] 

Pero este énfasis en la tercera persona de la trinidad en el libro de Hechos no es para relegar a un segundo plano a Jesucristo, ni para minimizar la participación de los actores evangelizadores, tal cual lo narra Lucas. Implica, más bien, reconocer la soberanía del Espíritu en la misión emprendida por la comunidad cristiana en obediencia a su Señor. Hendrikus Berkhof observó bien la relación misión-iglesia-Espíritu: 
    La misión es más que un instrumento práctico necesario para la misión de la iglesia. La misión no está a disposición de la iglesia; ambas están a disposición del Espíritu. Esta convicción lleva a preguntarnos si no debemos invertir la tesis y decir que la iglesia no es más que el instrumento, o un instrumento, de la gran misión del Espíritu.[9]
Ese parece ser justamente la perspectiva que Lucas quiere comunicar a sus lectores. En Hechos el Espíritu es el soberano, el jefe de la misión, el que da las instrucciones precisas y empodera, el que derrama sus dones, el que provee los recursos para cumplir con la misión, el que llama a los que quiere utilizar en la extensión del Reino. Como bien lo puntualiza Eldin Villafañe:
    En tal narración Lucas nos recuerda que a cada paso del avance del Evangelio el Espíritu Santo está presente para escoger (Hch 1:1-2; 2:38-39; 6:1-7; 11:15-18; 13:1-2; 20:28; 28:25-28), enviar (Hch 1:8; 5:27-32; 8:29,39; 10:19-20; 11:12; 13:4; 16:6-10; 20:22-23), y equipar (Hch 1:8; 2:4; 4:29-33; 10:38; 13:6-12) su Iglesia. 
    El poder del Espíritu Santo se manifiesta en múltiples sanidades, señales y prodigios (Hch 2:1-13, 42-47; 3:6-8; 4:33-37; 5:12, 15, 16, 19; 6:8; 8:39-40; 9:32-43; 11:27-28; 12:7; 13:9-12; 14:3; 15:12; 16:25-26; 19:11-12; 21:10-11; 28:1-10) que dan «testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch 20:24), por medio de nuestro Señor Jesucristo. Al mismo tiempo es importante notar que a cada paso del avance del Evangelio los testigos de Jesucristo tienen que confrontar «poderes» que se oponen (Hch 4:1-3; 5:1-10, 17, 18; 6:9-10; 7:51-53; 8:1, 9-24; 12:1-5; 13:50-52; 16:19-21; 18:9-10; 19:23-41; 21:27-36; 23:12-22). [10] 
Pero una lectura de Hechos necesariamente tiene que considerar una visión de conjunto.[11]  Sugerimos la siguiente: 

    I. Desde los orígenes en Jerusalén al concilio de Jerusalén (1:1 – 15:35)

    Comunidad de Jerusalén (1:12 – 5:42)


      Hacia una iglesia abierta (6:1 – 15:35)
          Actividad misionera de los Helenistas
          Actividad misionera de Pedro
          Actividad misionera de la Iglesia de Antioquía
      II. Pablo lleva la buena nueva hasta Roma (15:36 – 28:31)
    De las diversas propuestas que se han hecho para leer Hechos, ésta nos ayuda a enfocar el desarrollo de la misión del Espíritu considerando a los instrumentos que él va eligiendo y guiando: la comunidad de Jerusalén, los helenistas, el apóstol Pedro, la comunidad de Antioquía y el apóstol Pablo. Todos estos sujetos pertenecen a diversos trasfondos culturales y experiencias de vida, y nos heredan magníficos modelos de cómo se debe llevar a cabo la misión, pero también nos advierten de aquello que debemos evitar en lo posible. 

    Hechos 1:8 es un texto fundamental. Realmente es el programa del Espíritu que Jesús resucitado anuncia: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. En ese versículo cada palabra tiene un profundo significado y que debemos tomar en cuenta. El Espíritu es el dinamizador que empodera a su pueblo para que den testimonio en todo lugar, comenzando desde Jerusalén.[12] 

    Sin embargo, hay que recordar, que el libro de Hechos no comienza en el capítulo 2 –como algunos parecen sugerir- sino en el capítulo 1. Para Lucas, por eso, es muy importante señalar en el Prólogo (1:1-11) lo que hizo Jesucristo, el mensaje que proclamó (el Reino de Dios), la promesa del Espíritu Santo y su ascensión, todos ellos vinculados íntimamente. Al parecer, para Lucas las dos manos de Dios se toman fuertemente para sostener a su pueblo que pronto va a recibir el poder que necesita para testificar. 

    Incluso, nos parece que así como en el Evangelio la encarnación de Jesús inicia su misión,[13] en Hechos es su ascensión (1:9) la que está en el inicio de la misión de la comunidad en Jerusalén, quienes pronto comienzan a organizarse (1:12-26) para dar testimonio. Es importante observar cómo Lucas resalta la perseverancia en la oración (1:14,24), la unanimidad de la comunidad (1:14) y el respeto por la Sagrada Escritura (1:16,20). Es en ese contexto que Dios va a cumplir su promesa y va a revestir a su pueblo con su Espíritu (cf. 2:1-4 con 1:5).

    Modelo a seguir en tiempos de avivamiento

    En su comentario al libro de los Hechos, Pablo Richard ofrece valiosas pistas a tomar en cuenta. Nos dice que “Lucas reflexiona sobre el período de los orígenes del Cristianismo que va del año 30 al 60 d.C., es decir, el período después de la Resurrección de Jesús y antes de la institucionalización de la Iglesia, que es posterior a los años 70 d.C.”.[14]  

    Se trata, sin duda, de una observación importante, pues, efectivamente, el cristianismo originario –según Hechos- no nació como “institución” sino como un “movimiento” y con tres notorias características: (1) un movimiento del Espíritu; (2) un movimiento misionero; y (3) un movimiento articulado en pequeñas comunidades domésticas (las casas).

    Si Hechos fue escrito entre 80-90 d.C., como sostienen la mayoría de los estudiosos, y da cuenta de un periodo eclesial específico: del 30 (la resurrección de Jesús) al 58-60 (los dos años de Pablo en Roma), es posible que Lucas esté queriendo recordar a sus lectores –que ya conocen de pluralidades eclesiales y variadas formas de organización[15] - la importancia de tener un modelo de comunidad cristiana al que hay que volver una y otra vez. Modelo con virtudes pero también con imperfecciones, con sombras, pero que jamás pierde su esencia: el Espíritu, la misión y la dimensión comunitaria.[16]  Es la concordancia de estas características la que nos permite identificar cuándo y dónde una comunidad está experimentando el avivamiento de Dios. 

    Dicho de otra manera, Hechos del Espíritu corrige algunas de nuestras eclesiales “visiones” y “misiones” que muchas veces enfatizan o sobredimensionan los números, la institucionalidad y el poder económico. ¿Una iglesia en avivamiento? ¡Una iglesia donde abundan los dones! (sobre todo los “espectaculares”). ¿Una iglesia con poder? ¡La que mueve miles y hasta millones de dólares! ¿Una iglesia misionera? ¡La que crece a imagen y semejanza de las mega-iglesias! ¿Y qué hacemos con las miles de congregaciones en poblaciones pequeñas, en barriadas populares donde los fieles son apenas 40 ó 50 y a veces hasta menos? ¿O es que el Espíritu ha excluido a éstos de su accionar?

    Cuando la institución eclesial se olvida de la centralidad de Cristo en su testimonio (2:22-24,30-31,36-38; 3;6,13-16; 4:2,10,18, 26,30-31,33; 5:30,41; 7:52; 8:5; 9:5,34; 10:39, etc.), cuando relega o menosprecia a los pobres (2:45; 3:1-10;4:32-37;6:1-7;20:35, etc.) y cuando evita el testimonio profético con tal de evadir posibles problemas ante las autoridades (4:1-3;17-22; 5:17-42, etc.), entonces el Espíritu está apagado y la misión se ha convertido en algo inofensivo y que ya no transforma ni trastorna nada (17:6). La iglesia llega a ser, tal vez, una institución poderosa en prestigio social, pero niega sus marcas fundacionales: el Espíritu que trae vida nueva, la misión liberadora y la dimensión comunitaria que afecta profundamente la totalidad de la vida.

    Ciertamente vivimos en otras épocas y en sociedades más complejas que las que conoció Lucas. Con el transcurrir del tiempo los movimientos eclesiales se transformaron en comunidades organizadas y luego se institucionalizaron. Algunas, incluso, han crecido de una forma sorprendente y vigorosa. ¿Qué diría Lucas de estas experiencias? Pues que el Espíritu Santo siga siendo el dinamizador de la misión y de la vida en comunidad. 

    Las comunidades cristianas se caracterizaron por estar llenas de vida. Así lo señalan los “sumarios” de Hechos, es decir los resúmenes intercalados que retratan la vida comunitaria de los primeros cristianos: 2:42-47; 4:32-35; 5:12-16; 6:7; 9:31; 12:24. Si bien es cierto, estos sumarios retratan momentos específicos de las comunidades cristianas, Lucas nunca pretendió idealizarlas, como veremos a continuación. 

    Luces y sombras que nos desafían hoy

    Una rápida mirada a Hechos del Espíritu nos muestra que el libro está dividido en dos grandes secciones: “Desde los orígenes en Jerusalén al concilio de Jerusalén” (1:1 – 15:35) y “Pablo lleva la buena nueva hasta Roma” (15:36 – 28:31). Veamos sus contenidos.

    La sección 1:12 – 5:42 es una descripción de la comunidad de Jerusalén. La llegada del Espíritu a la comunidad cristiana y el testimonio de las maravillas de Dios en diversas lenguas (2:1-13), anticipa lo que será la misión: el poder de Dios actuando y hablando en dirección a todas las naciones. Y aunque muchas veces hay “una tendencia general entre los cristianos evangélicos a interpretar pentecostés desde una perspectiva fenomenológica (de eventos observables) e individualista”[17], lo cierto es que se trata de un evento comunitario, donde el Espíritu no excluye a nadie. ¡Todos y todas fueron llenos del Espíritu, confirmando así la profecía de Joel 2:28-32!

    En 2:41 Lucas señala que, después de la predicación cristológica de Pedro, como tres mil personas se añadieron a la comunidad cristiana en Jerusalén. Esa experiencia más el sumario (2:42-47) es algo que hoy, sin duda alguna, llamaríamos “avivamiento”. Espíritu, predicación, conversión, vida en comunidad, testimonio ante el pueblo son las marcas de la iglesia.

    En pleno fervor espiritual, pronto los apóstoles se van a enfrentar a una nueva situación: la presencia de los pobres que no eran de la comunidad cristiana. Pedro y Juan no evaden al mendigo que está en la puerta del templo y lo sanan por el poder de Dios (3:1-6). Y una vez más, el testimonio crece entre el pueblo (3:11). Es interesante observar como la primera comunidad cristiana vio con naturalidad que servir a los necesitados era parte de su vida espiritual. Y es que, como dice Emilio Núñez, “vivir el Evangelio significa en una manera muy especial servir a nuestros semejantes, especialmente a aquellos que están destituidos espiritual y materialmente, los pobres de la tierra”.[18]  

    Es en ese momento que los primeros cristianos se van a topar con algo que ya habían experimentado cuando Jesús fue arrestado y ajusticiado: la presencia del poder religioso-político (4:1-22). Pero nada detendrá a la comunidad del Espíritu. Ante las amenazas la iglesia se hace más fuerte por medio de la oración (4:29). Y Dios les regala un nuevo pentecostés (4:31), confirmando que Él realmente controla todo y nada escapa a su señorío.

    Lucas, a continuación, cuenta dos historias antagónicas. Bernabé (4:36-37) y Ananías y Safira (5:1-11). Éstos pecan contra el Espíritu Santo y caen muertos. Se trata de una historia sombría que nos recuerda que la avaricia y la mentira a veces conviven en la comunidad cristiana, por más que ésta rebose del Espíritu. Lo interesante es que ese pecado no detiene a la iglesia, pues continúan las señales y prodigios (5:12-16).

    Finaliza esta sección con un nuevo enfrentamiento con los poderes locales (5:17-42). Los apóstoles padecen a causa de su testimonio, y el Espíritu los sigue fortaleciendo y renovando: “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (5:42).

    La sección 6:1 – 15:35 ha sido titulada Hacia una iglesia abierta. La razón estriba en que allí encontramos la actividad misionera de los Helenistas, de Pedro y de la Iglesia de Antioquía abierta a los gentiles. Pero esta actividad comienza con una nueva sombra: la injusticia de los “hebreos” contra las viudas de los “griegos” al desatenderlas en la distribución diaria. Todo esto provocó murmuración (6:1). Este hecho es más grave de lo que a primera vista parece. Por detrás hay un evidente conflicto cultural: los judíos de “habla aramea” y los de “habla griega” (como traduce la Nueva Versión Internacional). 

    Cuando una comunidad cristiana crece numéricamente también crece en posibilidades de confrontar nuevas situaciones (viudas, judíos de habla griega, etc.). Sin embargo, los apóstoles tuvieron la capacidad de dar solución a un problema. Los judíos de habla griega eligieron a sus propios servidores –quienes estaban llenos del Espíritu Santo- en una asamblea al parecer “democrática”. Pero, sin proponérselo tal vez, los apóstoles delegaron autoridad a los que iban a estar en la vanguardia de las misiones a los gentiles como es el caso de Felipe (8:5-40). Judea y Samaria iban a escuchar el evangelio de Jesucristo. 

    El relato del martirio de Esteban (7:1-60) y la persecución de la iglesia (8:1-3) anteceden a la conversión de Saulo, el apóstol a los gentiles (9:1-9,15), y a la conversión del gentil Cornelio (10:1-48). Este último relato da cuenta de la labor misionera de Pedro en tierras gentiles, y quien a su vez tiene una segunda “conversión” cuando Dios le enseña que no hay misión posible si no se superan las sombras del prejuicio cultural, del etnocentrismo y del racismo. Al final de ese relato ocurre un nuevo pentecostés, gentil esta vez, pero similar al que ocurrió en el aposento alto (11:15). El Espíritu quiebra todas las barreras culturales creadas por los seres humanos, porque él quiere que toda la creación llegue al conocimiento del Salvador.

    Avanza esta sección con la historia de la iglesia en Antioquía (13:1-3). En esta comunidad no sólo hay diversos ministerios (profetas y maestros), sino creyentes de distintos trasfondos culturales (Bernabé, Simón “el negro”, Lucio de Cirene, Manaén y Saulo). ¿Puede haber acaso mejor ejemplo de lo que es el respeto mutuo y la convivencia intercultural? Y mientras estaban en el culto, ayunando, el Espíritu habló y llamó a Bernabé a Saulo a la tarea misionera. Finaliza ese breve relato con el respaldo eclesial respectivo: “les impusieron las manos y los despidieron”.

    Luego vendría la misión concreta en tierra gentil (Iconio, Listra, Panfilia, Atalía) con la conocida estrategia paulina de ir a las sinagogas (14:1). A pesar de las piedras y persecuciones se reconoce que Dios “había abierto la puerta a los gentiles” (14:27). Esto no sólo disgustó a los cristianos de origen judío sino que llevó a que la iglesia celebre su primer concilio en Jerusalén (15:1-29), donde se toma la sabia decisión de no cerrar las puertas a nadie. Finaliza la sección en 15:35 diciendo que “Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos”. El evangelio, sin duda, se abrió al mundo gentil, pero esto fue porque el Espíritu abrió los corazones y el entendimiento de la comunidad cristiana.

    En la sección 15:36 – 28:31 vemos a Pablo llevando la buena nueva hasta Roma. Al igual que en la sección anterior, una fricción, una desavenencia entre Bernabé y Saulo (¡Otra sombra! ¡Y todo por llevar a Juan Marcos a quien el Espíritu Santo no había llamado!, 15:36-41), va a estar en los orígenes de los nuevos periplos misioneros en tierras gentiles. Sin embargo este hecho triste no desalentó a Pablo, más bien todo lo contrario.

    Rápidamente Pablo va a recomponer su equipo misionero. Silas (15:40), Timoteo (16:3), e incluso Lucas se van a sumar al equipo (16:12) y pronto verían las diversas conversiones al Señor Jesucristo: Lidia (16:15); el carcelero de Filipos (16:33); grupos de nuevos conversos en Tesalónica (17:4), Corinto (18:8), Efeso (18:27), etc. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa” era el mensaje poderoso de Pablo. Pero todo esto fue posible porque el Espíritu estaba guiando a estos siervos de Dios. 

    En 16:6-7 encontramos que el Espíritu Santo no sólo le prohibió a Pablo y sus compañeros hablar la palabra en Asia, sino que les impidió que llegasen a Bitinia. Para algunos este relato es algo enigmático. Pero nunca debemos olvidar que el jefe máximo de la misión –según Hechos- es el Espíritu Santo. El mismo que llamó a Pablo y Bernabé mencionando sus nombres, es el mismo que prohíbe hablar e ir en tal dirección. El Espíritu es el estratega mayor y jamás se equivoca. Pero hay que tener oídos para oírle.

    Pero, por otro lado, el Señor tenía planes para Pablo. Diversas “circunstancias” permitieron que Pablo llegase a Roma. Ciertamente hubo calumnias, persecuciones en su contra (19:23-41) y hasta intentos de asesinato (23:12-22). Pero la mano de Dios estaba con Pablo, y cada vez que pudo testificó de su fe en Jesucristo (22:6-15; 26:12-18).

    Es interesante observar que esta sección –todo el libro, en realidad- termina con la llegada de Pablo a Roma. Lucas es cuidadoso en recordar a sus lectores que lo que hace Pablo es un cumplimiento de lo que escribió en el Prólogo (1:1-11). Al igual que el Señor Jesucristo, Pablo testifica del reino de Dios (cf. 28:23,31 con 1:3). Pablo, además, hace saber a sus interlocutores judíos (28:17) que el evangelio se ha abierto a los gentiles: “a los gentiles es enviada esta salvación de Dios” (28:28). Roma, ciertamente, se cuenta entre las naciones gentiles, y allí predica “acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimentos”. Pablo ha llegado “hasta lo último de la tierra” (1:8). Pero ¿misión cumplida?

    Hay diversas teorías acerca de por qué Lucas no cuenta más, no da más detalles o no añade nuevos capítulos a su libro. Incluso hay quienes sostienen que Lucas tenía en mente un tercer volumen. Pero todo es mera especulación. Lo más razonable parece ser que Hechos del Espíritu 
      es un libro que no tiene en realidad punto final, porque espera que se añadan nuevos capítulos a medida que el pueblo de Dios vaya restaurando el bendito Espíritu a su lugar santo de control. Él va a ocupar su trono con tal que no le sea disputado y no tenga que ejercer una soberanía a medias.[19]
    La misión, sublime tarea de la iglesia, está aún inconclusa. Y la iglesia hoy, que goza de la presencia del Espíritu Santo, está en inmejorables condiciones de llevar el evangelio de Jesucristo a toda criatura en toda la tierra habitada.

    El poder del Espíritu Santo ¿Qué significa hoy?

    Una lectura atenta de Hechos nos muestra que en los inicios de la iglesia la presencia del Espíritu no fue objeto de especulaciones, sino una realidad intensamente vivida.[20]  Los ejemplos vistos nos indican que la iglesia, cuando está llena del poder de Dios, se pone de pie para cumplir con la misión encomendada: ser testigos “hasta lo último de la tierra”, quebrando así toda oposición externa y toda barrera levantada por los hombres.

    Pero la tarea misionera nunca ha sido fácil. Siempre hubo diversos padecimientos. Y se sufre a causa de los enemigos del evangelio (autoridades político-religiosas, idolatrías diversas, etc.), pero también a causa de la misma iglesia (abusos, luchas de poder, prejuicios diversos, pecados escandalosos, etc.). Lo maravilloso en todo esto es que nada detiene que Dios siga derramando su Espíritu. Las sombras no pueden opacar las luces, el avivamiento del Espíritu. ¿Por qué? Porque la iglesia hoy, al igual que en Hechos, es una comunidad que vive por la presencia del Espíritu Santo.

    Al presente, de esta realidad somos más conscientes que, digamos, varias décadas atrás. Y en esto hay que darle los créditos, sin mezquindad alguna, al movimiento pentecostal en sus diversas expresiones. Le sobran razones a Eldin Villafañe cuando señala que ha habido en las iglesias del continente un “redescubrimiento” de la persona, de la obra y del legado del Espíritu Santo. 
      Es un legado que subraya la urgencia del poder del Espíritu Liberador en favor de una espiritualidad y misión integral del reino de Dios. También es un legado cuyas raíces se extienden a la historia de la acción del Espíritu Santo como el singular factor en la vida y misión de la Iglesia Primitiva, según el libro de Los Hechos. [21]
    Y esta espiritualidad, para ser fiel al modelo que nos presenta Hechos, tiene que llevarnos a reconocer –entre otras cosas- los diversos modelos de liderazgo, los diversos tipos de organización eclesial y los diversos métodos misioneros contemporáneos. Así fue en Hechos del Espíritu Santo y en el resto del Nuevo Testamento. Hablando metafóricamente, los “judíos de habla aramea” de hoy tienen que ayudar a los de “habla griega” a que se organicen y hagan misión. 

    ¿Qué significa el poder del Espíritu Santo hoy? Significa lo mismo que en Hechos del Espíritu. Significa la manifestación del poder de Dios en toda criatura, en todo lugar y en todo orden llevando vida en abundancia. 
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    NOTAS PIE DE PÁGINA:

    [1] John Taylor. The go-between God. The Holy Spirit and Christian Missions. Fortress, USA: 1973, p. 196, citado en: Samuel Escobar. Cómo comprender la misión. Buenos Aires: Certeza Unida, 2007, p. 147.
    [2] José Comblin. El Espíritu Santo y la liberación. Madrid: Paulinas, 1987, p. 185. La expresión “las dos manos de Dios” proviene de San Ireneo, siglo II d.C., un apologeta cristiano contra el gnosticismo de su tiempo. En esa misma línea dice Leonardo Boff: “La comunidad de los seguidores de Jesús está construida sobre dos columnas: el Señor resucitado y el Espíritu”. La trinidad, la sociedad y la liberación. Madrid: Paulinas, 1987, p. 238.
    [3] Dos ejemplos de ello: “Para el fin del Siglo (XX), más de quinientos millones de personas participaban de este avivamiento que continua su crecimiento masivo en el nuevo milenio”. Vinson Synan, edit., El siglo del Espíritu Santo. Buenos Aires: Peniel, 2006, p. 7 (Prefacio). Y en la misma obra: “Los pentecostales conforman el setenta y cinco por ciento de la población evangélica de América Latina. En algunos países esto significa el noventa por ciento de la población no católica. Los números crecen a velocidad explosiva”. (P. Deiros & E. Wilson “Pentecostalismo hispano en los Estados Unidos y en América Latina”, p. 385.).
    [4] Justo González. Hechos de los apóstoles. Introducción y comentario. Buenos Aires:  Kairós, 2000, p. 40.
    [5] John White. Cuando el Espíritu Santo llega con poder. Lima: Puma, 1995, p. 18.
    [6] Juan Calvino. Institución de la religión cristiana. Libro I, Capítulo IX, 3,b. 
    [7] “El título de Hechos de los Apóstoles revela la influencia de la tradición literaria de los griegos. Entre ellos existía un tipo de escritos que narraban las hazañas de grandes y famosos personajes. Eran una especie de biografías noveladas cuyo objeto era mostrar el origen divino de la misión del ‘héroe”. Santiago Guijarro y otros. El evangelio del Espíritu. Navarra: Verbo Divino, 1998, p. 27.
    [8] A esto se le puede añadir que “Los Hechos de los apóstoles forman el quinto Evangelio y sólo pueden entenderse debidamente en relación, no sólo con el relato previo de Lucas, sino los otros tres Evangelios que le preceden”. Arthur Pierson. Los Hechos del Espíritu Santo. Barcelona: CLIE, 1984, p. 7.
    [9] Hendrikus Berkhof. La doctrina del Espíritu Santo. Buenos Aires: La Aurora, 1969, p. 42.
    [10] Eldin Villafañe. La mentalidad cristiana y la postmodernidad. República Dominicana: Iglesia de Dios de la Profecía, 2006, pp. 52-53. 
    [11] Equipo «Cahiers Evangile». Los Hechos de los apóstoles. Navarra: Verbo Divino, 1991, p. 14. Para mayores datos introductorios, cf. Odile Flichy. La obra de Lucas. El evangelio y los Hechos de los apóstoles. Navarra: Verbo Divino, 2003.
    [12]  Como dice Roger Greenway: “El Espíritu Santo crea en el creyente la disposición a obedecer el mandato misionero de Cristo. La obediencia que nace en el Espíritu puede llevarnos hasta los extremos de la tierra y hacer que soportemos las más difíciles 21condiciones de vida.” (¡Vayan y hagan discípulos a las naciones! Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, p. 62.)
    [13] Notemos cómo Lucas –en su Evangelio- antes que nazca Jesús subraya su realeza y reinado (1:33), su mesianismo (1:35), su señorío (1:43,76) y su obra redentora (1:69). 
    [14]  Pablo Richard. El movimiento de Jesús antes de la iglesia. Santander: Sal Terrae, 2000. Las cursivas son del autor.
    [15] Cf. el importante estudio de David Wenham “Unidad y diversidad en el Nuevo Testamento”, en: George Ladd. Teología del Nuevo Testamento. Barcelona: CLIE, 2002, pp. 829-872.
    [16] Como bien observan unos estudiosos españoles: “Lucas ha contemplado aquellos primeros años como el modelo de lo que debe ser siempre la Iglesia y ha subrayado su vivencia comunitaria, la presencia constante del Espíritu y su impulso misionero.” Eduardo Carrasco y otros. El impulso del Espíritu. Navarra: Verbo Divino, 1998, p. 17. Las cursivas son mías.
    [17] Juan Driver. El Espíritu Santo en la comunidad mesiánica. Bogotá: Clara – Semilla, 1992, p. 49.
    [18] Emilio Núñez. Teología y misión: Perspectivas desde América Latina. San José: Visión Mundial, 1995, p. 256.
    [19] Arthur Pierson, Op. Cit., p. 96.
    [20] Jesús Espeja. Creer en el Espíritu Santo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, p. 9.
    [21]  Villafañe, Op. Cit. Las cursivas son mías.



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