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1 de marzo de 2016

UNA BENDICIÓN ALCANZADA CON EL TOQUE DOLOROSO DE DIOS

Mercedes Reátegui Y.
Introducción

La mayoría de las personas, incluyendo los cristianos, relacionan la palabra bendición con una vida sin problemas: buena salud, aceptación social, éxito en todo lo que se emprende, posesiones materiales, dinero, viajes, belleza, logros personales y cosas semejantes. Pero en la Biblia encontramos un concepto distinto de lo que es la bendición de Dios, particularmente en la vida de Jacob, quien fue un hombre que anheló fervientemente gozar de las bendiciones que Dios había prometido a su abuelo Abraham y a sus descendientes. 

En el presente artículo observaremos también el viejo dilema entre el soberano accionar de Dios y el esfuerzo humano por tratar de alcanzar la bendición de Dios a su manera, es decir al margen de las ordenanzas del Señor que dijo: 
    Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti… (Génesis 17:1-2). 
La vida de Jacob se enmarca en el seno de una familia con problemas similares a las familias de este tiempo: favoritismos de los padres, celos entre hermanos, resentimientos, mentiras, manipulaciones, estilos de vida opuestos entre sí y todo tipo de conflictos familiares. Obviamente cada uno de los miembros de esta familia tuvo que cargar con las consecuencias de sus propias acciones. Estos hechos quedaron registrados en la Palabra de Dios para mostrarnos que a pesar de las circunstancias y de la forma cómo actúan las personas, los designios de Dios siempre se cumplen. 

Dos actitudes ante el mismo Pacto 

La historia de Esaú y Jacob es bastante conocida: Esaú (lit. “velludo”) era el rudo primogénito de Isaac, su hijo predilecto y heredero natural de su legado. A Esaú le correspondía recibir una porción adicional de cuanto poseía su padre por ser el hijo mayor conforme a la costumbre de la época. Asimismo, heredaría la función de líder espiritual de la familia –y futuro pueblo de Dios-, debiendo conducirlos por el camino correcto conforme al pacto que Dios había hecho con Abraham. Lamentablemente Esaú no evidenciaba tener las condiciones para asumir una responsabilidad tan grande. Todo lo contrario, se mostraba superficial, impulsivo, irresponsable y desconsiderado, a tal punto que junto con sus mujeres hizo sufrir a sus padres sin el menor remordimiento (Génesis 26:34-35). 

En cambio, su hermano mellizo Jacob (lit. “El que suplanta”) era un hombre apacible, reflexivo y obediente con sus padres. Quizá por su carácter dócil fue el preferido de su madre Rebeca. Ambos hermanos fueron instruidos acerca de Dios y de las promesas del pacto que el Señor había establecido con Abraham décadas atrás y a quien había dicho: 
    He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre (…) Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Génesis 17:4-7).
Desde que Jacob tuvo conocimiento de estas extraordinarias promesas las internalizó de tal manera que las deseó en lo más profundo de su corazón. El problema es que él no era el primogénito sino Esaú, quien poseía los derechos de primogenitura y por ende, las bendiciones de la promesa. ¿Qué podría hacer al respecto? Aparentemente nada. Sin embargo, existía una profecía que lo inquietaba y es que cuando su madre estaba embarazada de él y su hermano, Dios le había anunciado lo siguiente: 
    Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:23).
Dios solía revelar a sus siervos lo que pasaría en el futuro y Rebeca había acudido a Él para consultarle acerca de los niños que estaban creciendo y lidiando en su vientre. Es interesante que más que hablar de los niños, el Señor le habló de dos pueblos en gestación, de los cuales prevalecería el menor. Ese episodio debió haber alimentado aún más el anhelo de Jacob de hacerse de la primogenitura a como diera lugar. “La lucha de los hermanos en el seno materno preanuncia la rivalidad y los numerosos conflictos entre Jacob y Esaú”. [1] 

El anhelo más grande de Jacob

¿Cuál es su mayor deseo en la vida, estimado lector? De alcanzarlo ¿serían sus efectos duraderos? ¿Le beneficiaría solamente a usted o también a otras personas? Todos tenemos sueños que queremos ver realizados algún día, y si depende de nosotros tenemos que trabajar para conseguirlo. Pero hay que reconocer que hay cosas que están fuera de nuestro alcance por más que nos esforcemos, a menos que Dios nos las conceda de pura gracia, porque para Él no hay nada imposible. 

En el caso de Jacob, él cayó en la tentación de procurar cumplir su deseo mediante métodos deshonestos –aunque aparentemente justos- arrebatando a su hermano de sus derechos de primogenitura. Esaú se había convertido en un rival al cual había que sacar del camino, pero “limpiamente”, según él. 

Se dice que si conoces la debilidad de tu oponente ya tienes la mitad de la batalla ganada. Y Jacob que era astuto y muy observador, conocía bien a su hermano, de modo que esperó con paciencia a que se le presentara la oportunidad y en cuanto ésta llegó, no dudó ni un instante en aprovecharla. El carácter de Esaú y su falta de dominio propio lo llevaron directo a la trampa. Jacob, provocó a su hermano con un potaje cuando éste se sentía más débil y hambriento luego de una ardua jornada. Entonces Jacob negoció con Esaú, como suelen hacer algunos hermanos: “Yo te doy esto si tú me das aquello”.

      Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura (…) Así menospreció Esaú la primogenitura” (Génesis 25:31-34).
    Posiblemente Esaú no estaba tomando en serio las palabras de Jacob en ese momento, porque sólo le interesaba saciar su hambre de inmediato, pero Jacob sí estaba hablando muy seriamente y por eso hasta le hizo jurar para finiquitar el trato. Esaú hizo el “peor negocio de su vida” sin medir las consecuencias, renunciando así a una invaluable herencia, despojando en el acto a su descendencia de un legado de valor infinito y un lugar especial en la historia de la salvación. 

    Lo que hizo Esaú fue un hecho tan grave que en el libro de Hebreos 12:16 se le califica como “inmoral y profano”, es decir una persona que no sirve para propósitos sagrados. Su menosprecio por la bendición de Dios no le fue pasado por alto y por más que lamentó y lloró no pudo recuperar su herencia. Esto nos enseña que a los asuntos importantes como son los espirituales jamás hay que tomarlos a la ligera.

    El valor de una bendición irrevocable  

    La impaciencia no es buena consejera, y Jacob no tuvo la paciencia necesaria para esperar el tiempo en que Dios cumpliese lo había dicho acerca de él. Le había arrebatado la primogenitura a su hermano con artimañas y después logró que su padre le diese su bendición como si fuese el primogénito. Esto también con engaños y con el apoyo de su madre quien le procuró todo lo necesario para que pudiese suplantar a Esaú aprovechando que Isaac estaba ciego y muy viejo. 

    Sobre este punto queremos señalar que no es correcto que haya favoritismos en una familia y mucho menos que uno de los padres confabule con un hijo –o hija- para engañar a otro miembro de su propia familia. Al margen de lo bueno que pudieran ser sus propósitos, la conducta y los métodos de Jacob y de su madre resultan por demás, censurables. De todos modos, así fue que Isaac bendijo a Jacob: 
      Que Dios te dé la lluvia del cielo, las mejores cosechas de la tierra, mucho trigo y mucho vino. Que mucha gente te sirva; que las naciones se arrodillen delante de ti. Gobierna a tus propios hermanos: ¡que se arrodillen delante de ti! Los que te maldigan serán malditos y los que te bendigan serán benditos” (Génesis 27:28-29 DHHe).
    Aquel no fue un diálogo ordinario entre padre e hijo, sino un momento solemne, de suma importancia según era la costumbre. Veamos un comentario bíblico sobre dicha práctica: “La bendición dada por un padre no era un acto meramente simbólico. Tenía un significado permanente, como una ceremonia de juramentación”. [2] 

    Cuando Esaú descubrió el nuevo engaño juró matar a Jacob en cuanto su padre muriese, de manera que Jacob se vio obligado a alejarse de su hogar huyendo de la ira de su hermano. Antes de su partida y en medio de la tristeza por la ruptura familiar, Jacob tuvo el consuelo de recibir la confirmación de la bendición de labios de su padre (Génesis 28:1-4). A pesar del destierro la bendición irrevocable del pacto había pasado de Isaac a su hijo Jacob y donde quiera que fuere Jacob, Dios estaría con Él. “La bendición es irreversible porque viene de Dios que ni cambia ni se retracta. La palabra divina se impone; así lo reconocen Isaac y Esaú”. [3]

    La Palabra de Dios abunda en elogios sobre los hijos sabios que cuentan con la aprobación y la bendición de sus padres. De Jacob podría decirse que era un “hombre bueno haciendo cosas malas”, como muchos en la actualidad. Jacob tendría fama de ser un buen hijo pero en este asunto había actuado equivocadamente y a pesar de su reprochable proceder, los estudiosos de la Biblia coinciden en que hay que reconocer que Jacob tuvo el mejor de los deseos. Sobre esto, William Mac Donald comenta: 
      Dios no aprobó la negociación de Jacob de tomar ventaja de su hermano, pero una cosa es evidente, Jacob valoraba la primogenitura y un lugar en el linaje divino, mientras que Esaú prefirió la gratificación temporal del apetito físico a las bendiciones espirituales. [4]
    El mayor deseo de los padres es que sus hijos sean felices, pero deben saber que es imposible hallar la felicidad lejos de Dios y de la obediencia a sus mandatos. Isaac bendijo a Jacob una vez más y este salió encomendado a las manos de Dios, sin saber lo que le esperaba en tierra extraña. 

    El duro camino hacia la madurez

    Una cosa es verse obligado a emigrar lejos del hogar acompañado de los seres queridos, y otra muy distinta tener que partir solo, expuesto a todo tipo de peligros sin nadie que lo auxilie ni lo consuele. Jacob estaba solo pero Dios fue misericordioso con él; y a pesar de sus faltas no lo dejó abandonado a su suerte, porque así es el Señor con quienes han puesto su esperanza en Él. 

    Jacob debía madurar y eso iba a tomarle mucho tiempo, tenía que pasar por el largo y doloroso proceso de aprendizaje hasta alcanzar la madurez necesaria para asumir responsabilidades de mayor envergadura. Jacob era consciente de que no era digno de la bendición de Dios, sin embargo la noche de su exilio, en medio del desierto y de la más absoluta soledad el Señor se le apareció en sueños y le dijo: 
      Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. (…) yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Génesis 28:13-15).
    Por primera vez en su vida Jacob estaba experimentando la misma presencia de Dios cerca de él y más aún, Dios estaba estableciendo su pacto con él en ese momento ¿Cómo responder ante tan grandes promesas, inmerecidas por cierto? Al despertase y meditar sobre lo sucedido, Jacob hizo la siguiente promesa: 
      Si Dios me acompaña y me cuida en el viaje que estoy haciendo; si me da comida y vestido, y si regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios. Esta piedra que he puesto como pilar será casa de Dios; y siempre te daré, oh Dios, la décima parte de todo lo que tú me des” (Génesis 28:20-22 DHHe).
    Es oportuno señalar que el diezmo fue incorporado en la ley de Moisés como expresión de gratitud por el cuidado y provisión de Dios. De esta manera también fue posible –hasta el día de hoy- sostener y suplir las necesidades relacionadas al servicio de Dios.

    Jacob llegó a la tierra de Harán, a la casa del hermano de su madre, donde permaneció veinte años trabajando para su abusivo y tramposo tío Labán (Génesis 29-31). A pesar de ello Dios bendijo a Jacob con una numerosa familia, con bienes, con abundante ganado obtenido con trabajo honrado y con varias personas que le servían a él y a su familia. Y hasta el mismo Labán reconoció que  también había sido bendecido por Dios a causa de Jacob (Génesis 30:27). ¿Y de qué manera Labán conocería acerca de Dios y de sus bendiciones, si no por el testimonio de su sobrino y yerno Jacob? Una pregunta surge aquí ¿Está usted siendo también motivo de bendición para las personas con quienes vive y trabaja? 

    Después de trabajar duro todos esos años, Dios ordenó a Jacob que regresase a su hogar. 
      Jehová dijo a Jacob: Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (Génesis 31:3).
    Jacob había salido de su tierra solo y con las manos vacías, y ahora estaba lleno de bendiciones, pues Dios había cumplido sus promesas. Jacob iba a retornar del destierro a su tierra y al hogar paterno con todo cuanto poseía, pero había un problema pendiente: su enemistad con Esaú. 

    ¿Seguiría su hermano enojado con él y dispuesto a ejecutar su venganza o el tiempo habría aplacado su ira? Su encuentro con Esaú era inevitable y había que prepararse para ello y fue así que se puso en camino. La vida no había sido fácil para Jacob desde que salió de la casa de sus padres y tampoco había sido fácil librarse de su suegro quien había hecho todo lo posible para retenerlo, sin éxito felizmente. Entonces Jacob envió mensajeros a Esaú anunciando su llegada, pero éstos regresaron con noticias muy desalentadoras:
      “¡Esaú venía hacia él con un ejército de cuatrocientos hombres!” (Génesis 32:6).
    ¿Con qué propósito? La respuesta era obvia, y Jacob volvió a tener miedo. 

    La oración de Jacob  y el sello doloroso de Dios

    Huir ya no era una alternativa para Jacob y aunque el temor se apoderase de él, debía confiar en la promesa que Dios le había hecho de que estaría con él. Dios no nos dice exactamente lo que pasará mañana pero nos pide que confiemos en Él, primero porque Él sí conoce el futuro y segundo porque no existe otro lugar más seguro que en sus manos. 

    Jacob oró a Dios por su integridad física y la de su familia ¿Está usted llenando diariamente la copa de la oración a favor de su familia y de sus amigos (as)? Recuerde lo frágil que es la vida y lo peligroso que es el mundo. Hágalo con sinceridad, con palabras sencillas especificando su necesidad y no dude que Dios lo escuchará. Como afirma el pastor Glyn Evans “La copa de la oración se llena cada vez que oro de todo corazón y con perseverancia” [5].

    Veamos cómo oró Jacob:
      “Señor, Dios de mi abuelo Abraham y de mi padre Isaac, que me dijiste que regresara a mi tierra y a mis parientes, y que harías que me fuera bien: no merezco la bondad y fidelidad con que me has tratado. Yo crucé este río Jordán sin llevar nada más que mi bastón, y ahora he llegado a poseer dos campamentos. ¡Por favor, sálvame de las manos de mi hermano Esaú! Tengo miedo de que venga a atacarme y que mate a las mujeres y a los niños. Tú has dicho claramente que harás que me vaya bien, y que mis descendientes serán tan numerosos como los granitos de arena del mar, que no se pueden contar”. (Génesis 32:9-12 DHHe).
    Humildad, gratitud y súplica son los ingredientes de la oración de Jacob, después de la cual se dispuso a esperar la mañana para proseguir su camino. Y sucedió que estando solo le salió al encuentro un personaje misterioso con el que luchó toda la noche, pues Jacob no daba su brazo a torcer. 
      Cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba.Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido (…) Y lo bendijo allí” (Génesis 32:25-29). 
    A diferencia de un toque de sanidad o de fortalecimiento físico, lo que recibió Jacob de este varón que era Dios mismo (32:31), fue un golpe tan certero que lo dejaría cojo por el resto de su vida. Llama la atención los testimonios que dan muchos cristianos acerca de que una dolencia física, un accidente o una crisis severa fue lo que los llevó a los pies de Cristo, viendo cambiar así el curso de sus vidas para su bien y de las personas con quienes convivían. 

    ¿Estás luchando con Dios por el control de algún área en tu vida que debe ser rendida a su señorío? ¿Tu manera de pensar… tu mal hábito de ver televisión de forma excesiva… tu vida social… el manejo de tus finanzas? Jacob tendría una palabra de consejo para ti. Como dice una Biblia de estudio:
      No esperes hasta que Dios te ponga contra la pared, o aun te deje lisiado por el resto de tu vida, antes que cedas esta área a su amoroso control. Sólo triunfarás si se la entregas al Señor. [6] 
    La cojera de Jacob se convirtió en un recordatorio perenne de su encuentro -cara a cara- con Dios, la respuesta a sus oraciones y la legitimación de su lugar como heredero de las promesas del Pacto. 
      Jacob había luchado toda su vida para imponerse: primero con Esaú; luego con Labán. Ahora, a punto de entrar de nuevo a Canaán, a Jacob se le muestra que es con Dios con quien debe “luchar”; pues es Dios el que tiene en sus manos su destino. [7]
    El doloroso toque de Dios sobre Jacob vino junto con el cumplimiento de su anhelo más ferviente del que nunca desistió. Es interesante la reflexión de G. Evans: 
      Siempre pienso en Dios como el que sana a los corazones y cura nuestras heridas. Gracias a Dios que esto lo hace. Pero él también quebranta corazones y causa heridas (…) hasta poder revelar los secretos más íntimos de nuestros corazones, retándonos de esta manera a un amor cada vez más grande y fuerte hacia él. [8] 
    Un nombre nuevo para un hombre nuevo

    Jacob mantenía viva su convicción acerca del valor que tenía la bendición otorgada por una persona digna con la autoridad para hacerlo, la había recibido de su padre y ahora era Dios quien se la otorgaba. Jacob no era ya más el mismo de antes. Dios no bendice a tramposos y Jacob lo había entendido bien. Había aprendido la lección y estaba listo para ser el instrumento ideal que Dios quería para llevar adelante sus planes. Además Jacob había pasado a ser de tramposo a siervo de Dios, objeto de bendiciones especiales para él, sus hijos y los hijos de sus hijos. Con su perseverancia y su sumisión terminó conquistando el corazón de Dios y con su humildad e integridad se ganó el respeto de los hombres. Ya no era más Jacob sino Israel. 

    El nombre “Israel” tiene las siguientes acepciones: “Dios gobierna”, “El que lucha con Dios” y “Príncipe de Dios”. 
      Al decir su nombre, confiesa su pecado: Yo soy Jacob, es decir, el que suplanta, el tramposo; y el ser misterioso, una vez conseguida su confesión le da un nombre nuevo, Israel, que marcará su destino en adelante, su nueva existencia, su tarea, (…) ha quedado enterrado el estafador y nace un nuevo hombre. Ha superado la noche oscura y, una vez confesada su culpa y reconciliado con Dios, comienza el último acto de su vida de peregrino. [9]
    En adelante “Israel” sería el nombre del pueblo de Dios, heredado de quien luchó por obtener la bendición y la recibió. Un nombre nuevo dará el Señor una vez terminada la batalla, y ha prometido darlo a quien venciere al fin (Apocalipsis 2:17) según sus reglas.  
      Perpetuamente el hombre se enfrenta y pelea con Dios, y muchas veces es una pelea cuerpo a cuerpo. Con Dios que lo detiene y lo acosa, que lo asalta, que aparece y desaparece de improviso, en formas enigmáticas o desconcertantes por lo sencillas. El hombre lucha por conseguir de ese Dios la bendición para su vida (…) Es Dios mismo quien provoca al hombre a la pelea, a la búsqueda insatisfecha, al esfuerzo tenaz; para bendecirle al final. [10]
    Llegó la mañana temida y Jacob no iba a poder enfrentar a Esaú con sus propias fuerzas, estaba cansado, débil y cojeando. Debe haber sido una escena desmoralizante para su familia y sus siervos verlo aparecer en esa lamentable condición en un momento tan crítico para todos ellos. Sin embargo, llegado el momento del encuentro entre los hermanos y su gente, fue la visión de esa condición patética -en la que Dios puso a Jacob- la que posiblemente conmovió profundamente a Esaú y que finalmente aplacó su ira. 

    Dios había contestado sus oraciones y bien podría haberle dicho también: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9, a) ¿Qué hizo Esaú al ver a su hermano?
      Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron”. (Génesis 33:3-4).
    ¡Qué encuentro tan hermoso! ¡Una verdadera sorpresa para Jacob! Y es que cuando el Señor pone su paz en el corazón del hombre no deja de sorprenderlo tal como lo hizo con Jacob quien al ver la reacción de Esaú, sencillamente se quedó sin palabras y sólo hubo espacio para la reconciliación entre los hermanos. Para poder disfrutar de verdadera paz primero hay que estar en paz con Dios habiendo experimentado su perdón. 

    Jacob y Esaú vivieron en paz y juntos asistieron a su padre hasta el fin de sus días. Es pertinente aclarar que a pesar de no haber sido escogido para heredar las bendiciones especiales del pacto con Dios, Esaú también gozó del favor y de la protección del Señor -aunque en menor medida- llegando también a ser padre de muchas naciones conforme a la bendición que su padre también le otorgó.

    Dios cumplió su promesa y Jacob entró a su tierra en paz, con gozo y lleno de bendiciones. Para Jacob poder ver sus anhelos cumplidos no había sido fácil pero bien había valido la pena las aflicciones que experimentó, y así será también para quien desee vivir en la presencia del Señor porque: “para entrar en el reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones” (Hechos 14:22, b).
      ¿Quién ha vencido? “Entrar en la Tierra” es cosa imposible para el que se siente fuerte, seguro de sí mismo y de sus caminos. Sea cual sea el golpe, o el percance, o la crisis que nos toca atravesar, nos deja heridos y ya como extranjeros en este mundo: Jacob entra cojeando en la tierra prometida. [11] 
    Conclusiones

    Hemos llegado al final del presente artículo y queremos hacer un resumen de las principales lecciones que encontramos en esta historia bíblica:

    - Dios es soberano y llama a quien Él quiere para llevar a cabo una misión en su plan de salvación.

    - De nada vale el esfuerzo humano por alcanzar la bendición de Dios porque Él es quien la otorga en su soberana gracia.

    - Es legítimo anhelar la bendición de Dios acerca de las cosas que nos agradaría tener, pero hay que estar dispuestos a ser instruidos y disciplinados por Él hasta ser aptos para administrar esas bendiciones, que no serán para exclusivo beneficio personal sino para el beneficio de todos cuantos sea posible. 

    - Todos pueden acceder a la presencia de Dios por medio de la oración y hallar el perdón y la reconciliación con Él en el nombre del Señor Jesucristo. Asimismo es necesario ser perseverantes en la oración porque la lucha espiritual de cada día así lo requiere. 

    - Finalmente, sigamos confiando en Dios y en sus promesas por más dura que se presente la lucha, no desmayemos ni lamentemos si quedamos marcados al final de la batalla. Quizás sea necesario ese amoroso –aunque a veces doloroso- toque de Dios sobre nosotros, un elemento esencial para la victoria final.

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    Bibliografía

    [1] Santa Biblia Reina Valera 1995. Edición de Estudio. Bogotá: Sociedad Bíblica Colombiana, 1995, p. 55.

    [2] “Un tramposo en la familia?”, en: La Biblia Devocional de Estudio. Illinois, Estados Unidos: La Liga Bíblica, 1991, p. 29.

    [3] La Biblia de América. Madrid: Casa de la Biblia, 1994, p. 58.

    [4] MacDonald, William. Comentario al Antiguo Testamento. Madrid: Editorial CLIE, 2001, p. 58.

    [5] Evans Glyn. Celebrando a diario con el Rey. Cali, Colombia – Miami, Estados Unidos: Libros Cali – Editorial UNILIT, 1996, 17 de marzo.

    [6] Biblia tu andar diario. Miami, Estados Unidos: Editorial UNILIT, 2001, p.38.

    [7] Biblia de Estudio NVI. Miami, Estados Unidos: Editorial Vida, 1995, p. 57.

    [8] Evans Glyn, Op. Cit., 13 de mayo.

    [9] Torralba, Juan Guillén y otros. Comentario al Antiguo Testamento, I. Madrid: La Casa de la Biblia, 1996, p. 92.

    [10] Schökel, Luis Alonso. Biblia del Peregrino. Bilbao, España: Ediciones Mensajero, 2002, p. 126.

    [11] La Biblia Formadores Latinoamérica. Madrid – Navarra: Ediciones San Pablo – Editorial Verbo Divino, 2004, p.73.



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    Tema Musical: "Cara a cara"
    Intérprete: Marcos Vidal



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