Ps. Martín Ocaña Flores |
- El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.
Jesús de Nazaret (Marcos 10:43-44)
Introducción
De hecho, las iglesias necesitan de líderes pero conforme al modelo bíblico. En tal sentido podemos hablar de un modelo bíblico que se opone conceptual y abiertamente a los modelos tomados del mundo. Estoy convencido que hoy más que nunca es necesario volver a la Biblia, al Nuevo Testamento en particular, y buscar los criterios para desarrollar el liderazgo bíblico. Nuestro Señor Jesucristo nos dejó un principio muy claro: el que quiere ser “grande” (gr. mégas) debe hacerse primero un “servidor” (gr. diákonos), un “siervo” (gr. doúlos). Y sobre esta base vamos a observar el libro de los Hechos de los apóstoles, para ubicar tres ejemplos del único modelo de liderazgo cristiano.
Liderazgo según el corazón de Dios
El pueblo de Dios que se fue formando desde el llamado a Abraham de Ur de los caldeos (Gen 12:1ss) necesitó desde sus orígenes de una conducción que los llevase al destino trazado por Dios: primero fue tomar posesión de Canaán (la tierra prometida), y luego establecer un pueblo organizado –una nación en formación- pero fundada en la Ley. Sin embargo, la tarea nunca fue fácil. Fueron esclavizados, luego abandonaron el sistema de “jueces” y finalmente se procuraron así mismos “reyes” como todas las naciones. A pesar de todas esas vicisitudes Dios siempre levantó líderes en su pueblo y sus nombres podemos encontrarlos en las páginas del Antiguo Testamento (Isaac, Jacob, Moisés, Josué, los jueces, David, los reyes, etc.).
En el Nuevo Testamento, con el surgimiento de la iglesia, van a cambiar algunos contenidos respecto al pueblo de Dios y su conducción. Mientras en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel no distinguía entre religión y política, y por tanto sus conductores o líderes eran “políticos” a la vez que “líderes religiosos”, en el Nuevo Testamento va a haber un giro conceptual en la comprensión de lo que es el pueblo de Dios y su liderazgo. Según Hechos de los apóstoles y las cartas del apóstol Pablo el pueblo de Dios adquiere un nuevo rostro: aquél deja de identificarse con una nación (Israel) y “se abre” o incorpora a los no judíos (o “gentiles”) conformando lo que es la “iglesia” que tiene una misión específica (Mt 28:19-20; Hch 1:8).
Y es en el cumplimiento de esta misión que la iglesia, el pueblo de Dios universal, necesita de un liderazgo que los conduzca a los fines que el mismo Señor Jesucristo encomendó. La misión es anunciar el evangelio del Reino de Dios y “encarnarlo”, es decir, vivirlo, en este mundo siendo sal y luz de la tierra. Pero, como es obvio, el cumplimiento de la misión requiere de la conducción o dirección de la iglesia hacia ese objetivo. Y ahí entra a tallar el liderazgo eclesial según el Nuevo Testamento: apóstoles, obispos, ancianos, pastores, administradores, diáconos, diaconisas, etc. Hoy aunque algunas designaciones se mantienen, sin embargo han surgido otras (director de misiones, pastor de alabanza, pastor de jóvenes, etc.) que mantienen la idea original, al menos eso se espera.
Uno de los principios que debiéramos tener bien claro es que el liderazgo bíblico no es sinónimo de poder (autoridad vertical), no es una posición (un cargo destacado), no es una personalidad (“fuerte”), y tampoco es una “carrera eclesial” (como en algunas denominaciones).[2] Una mirada atenta a la Biblia nos muestra que Dios se valió de personas con distintas temperamentos, de distintas edades, de diversos trasfondos culturales, incluso en ciertas circunstancias Dios no hizo distinciones en elegir a una mujer como conductora o líder (el caso de la jueza Débora en el Antiguo Testamento). Pero a todos ellos Dios les encargó una misión específica, una tarea que debían cumplir. Y cuando Dios soberanamente quiso retirarlos de tal responsabilidad (liderazgo) lo hizo.
Voy a decirlo de una manera clara y sin ambigüedades: el liderazgo bíblico es un llamado específico, es una responsabilidad encomendada, nada más. No es una vocación perpetua ni un derecho “natural” o “por herencia”. Quien cree esto último se hace daño a sí mismo y a la iglesia. Se es líder en un determinado periodo de tiempo, en un determinado momento histórico, en un determinado lugar, y luego –si Dios así lo permite- se pasa a cumplir otras funciones dentro del Cuerpo de Cristo. Así fue en la “iglesia primitiva” y así es aún hoy. No hay líderes a perpetuidad. Estamos llamados a ser siervos de Dios, nada más. Y haciendo lo encomendado por el Señor aún debiéramos decir “siervos inútiles somos” (Luc 17:10).
De hecho, el liderazgo según la Biblia es un liderazgo de servicio, de diakonía (Mc 10:43-44), y este modelo lamentablemente no siempre se ha entendido en la iglesia. Por el contrario, a veces los llamados “líderes cristianos” se comportan con soberbia, asumiendo poses autocráticas y hasta de competencia con otros líderes eclesiales para ver “quién es el que manda”. El que actúa así más que “líder-siervo” es alguien que tiene mentalidad de “caudillo”. Un caudillo siempre es un líder autoritario. En palabras de Pablo Deiros es “aquel que determina las metas y reglas de conducta de un grupo, está investido de autoridad absoluta, no consulta ni rinde cuentas a los miembros del grupo, ni toma en cuenta sus opiniones para tomar decisiones. Sus seguidores le deben obediencia y la autoridad se ejerce desde arriba hacia abajo.”[3]
Podemos decir entonces que el caudillismo es una de las más grandes tentaciones de los líderes cristianos, de los líderes-siervos. Éstos, por otra parte, no debieran olvidar nunca que son responsables de llevar a cabo la comisión de hacer discípulos, guiando a la iglesia para que en el ejercicio de los dones espirituales alcancen la madurez, y con ello su testimonio crezca en todo lugar como señal de la presencia del Reino de Dios. Los líderes-siervos, además, deben dotar de visión a la iglesia capacitando a sus miembros a trabajar juntos para alcanzar sus objetivos. Y “el modo en que se alcanza el objetivo dependerá del entorno, que incluye: (1) el poder o posición del líder; (2) la relación entre líder y grupo; (3) las normas organizativas; (4) la estructura y la tecnología; (5) la diversidad de las tareas; y (6) la variedad de los subordinados.”[4]
Bernabé: un líder generoso y servicial
Como es sabido la iglesia desde que llegó el Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, experimentó un fuerte crecimiento numérico como producto de la predicación del Evangelio (Hch 2:14ss). El mensaje de salvación llegó a muchas personas de distintas culturas y lenguas (Hch 2:8-11), y la comunidad cristiana creció de 120 personas a más de 3,000 (Hch 1:20 y 2:41). Cierto es que es una bendición cuando la iglesia crece numéricamente, pero también es cierto que cuando hay más gente también surgen más necesidades que suplir, más situaciones que atender y más problemas que enfrentar.
La iglesia en Jerusalén –conocida como “iglesia primitiva”- conoció lo que hoy llamaríamos un “avivamiento del Espíritu” que no excluía la solidaridad con los necesitados (Hch 3:1-ss). Esta situación se dio por causa de que en la iglesia había pobres a los que pronto se les tuvo que atender (Hch 4:34-35). Y ahí justamente aparece por primera vez Bernabé, aunque su nombre era José, un varón de la tribu de Leví, natural de la isla de Chipre (Hch 4:36). ¿Qué significa esto? Que Bernabé (lit. en arameo “hijo de la consolación”), apodo que le pusieron los apóstoles, era un judío pero nacido en tierras “paganas” (Chipre), y por tanto era una persona bi-cultural: un judío “helenista” (de cultura griega aunque con características “hebreas”), y por tanto bilingüe (o tal vez hasta trilingüe).
De Bernabé no se dice nada respecto a su vida personal. Nunca aparece como casado o con hijos. Tal vez fue soltero. Tampoco sabemos nada de su edad cuando aparece en Hechos 4. En Col 4:10 dice que tenía un sobrino: (Juan) Marcos que era un joven cristiano (Hch 12:12,25). Entonces es posible que María, la madre de Juan Marcos, haya sido hermana (o prima) suya. Según Hch 13 y 15 Bernabé aparece con autoridad sobre Marcos, lo que podría indicar que cronológicamente era mayor que él, entonces tal vez era un “joven mayor”, un “joven-adulto” (pido disculpas por el anacronismo).
Por Hch 4:36 se sabe que Bernabé tenía una propiedad. De esto no se puede deducir tampoco mucho, porque bien pudo heredarlo de su padre. Sí sabemos que era un hombre muy generoso, un cristiano solidario con los necesitados. Vendió su propiedad y trajo el dinero a los apóstoles para ayudar a los necesitados de la iglesia. ¿Qué hacía Bernabé en Jerusalén puesto que él era chipriota de nacimiento? Tal vez como “buen judío” fue a celebrar la fiesta de Pentecostés (Hch 2), pero Dios tocó su corazón y llegó a conocer a Jesús como Mesías bajo la predicación del apóstol Pedro. Él debe haber sido uno de los 3,000 que aceptaron a Jesús y fue bautizado (Hch 2:41).
Como era de esperarse la iglesia fue madurando espiritualmente en medio de los problemas externos (Hch 4:1-31; 5:17-42) y de los problemas internos (Hch 5:1-11; 6:1-7). Pero lo que, de hecho, generó una crisis eclesial fue el asesinato de Esteban, uno de los cristianos helenistas que era administrador de la iglesia en el trabajo con las viudas, y la posterior persecución a los helenistas por parte de Saulo y su camarilla (Hch 6:8 – 8:3). Mientras los cristianos de cultura helenista fueron dispersados (Hch 8:4ss), Bernabé pudo escabullirse y se quedó en Jerusalén con los apóstoles y los cristianos de habla hebrea (Hch 9:27).
Bernabé no era aún un líder de la iglesia, pero pronto aparecerá como tal. Dios lo estaba preparando en medio de esos tiempos difíciles que tocó vivir a los primeros cristianos. Cuando en el camino a Damasco sucede la conversión de Saulo (Hch 9:1-8), los apóstoles en Jerusalén van a sentir un temor natural porque van a interpretar que Saulo estaba tan sólo fingiendo ser cristiano (Hch 9:26). Y ahí aparece Bernabé como el instrumento de Dios que va a servir de “puente” entre Saulo y los Doce (Hch 9:27). Desde entonces Bernabé será uno de los líderes de la iglesia en Jerusalén.
Tiempo después la iglesia (de Jerusalén) envía a Bernabé para que investigue acerca de la nueva obra entre los gentiles de Antioquía (de Siria) (Hch 11:22). Es en ese contexto que se va a decir de Bernabé que era “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11:24). Al reconocer que esta era una verdadera obra de Dios y que allí había oportunidad para el ministerio de su amigo Saulo, fue hasta Tarso y lo trajo consigo a Antioquía, donde predicaron juntos el evangelio (11:25-26). Trabajaron juntos allí por un año, y ambos desarrollaron un liderazgo fructífero a cargo de esa congregación. Con Saulo, además, Bernabé llevó la ayuda para los hermanos necesitados de Judea (11:29,30), para luego retornar juntos de Jerusalén pero ahora con su sobrino Juan Marcos (12:25).
¿Por qué llevó Bernabé a Juan Marcos a Antioquía de Siria? ¿Habría visto en él algún don como para servir al Señor? ¿Habrá querido discipularlo e introducirlo en el liderazgo de la iglesia? Aunque no hay respuestas certeras existe la probabilidad que Bernabé haya visto en Juan Marcos un futuro líder. Si esto es así entonces Bernabé estaba pensando en el futuro de esa iglesia, pues sabía que nadie es perpetuo en ningún lugar. Había que “foguear” a Juan Marcos, y Antioquía era el lugar perfecto para ello.
Sucedió algo inesperado entonces. En un culto en la iglesia en Antioquía el Espíritu Santo llamó a la obra misionera a Saulo y Bernabé (Hch 13:2). El Espíritu llamó a los que ayudaron a formar la iglesia y la lideraron por un año. Ahora tenían que salir a otros lugares a predicar el evangelio. Tenían que adentrarse en territorio “pagano” (Hch 13:4ss). ¿Quiénes se quedarían entonces a cargo de la iglesia en Antioquía? ¿Quiénes serían los nuevos líderes? ¿Los otros nombres mencionados en Hch 13:1? Es probable. Esto significa que Dios siempre provee líderes para su pueblo. Cuando él llama a algunos siervos a otro ministerio, él mismo levanta a la vez a otros para que se encarguen de su obra. Dios nunca abandona a su pueblo.
Sin embargo en la labor misionera no todo es color de rosa. Los misioneros por más que sean guiados por el Espíritu pueden equivocarse. El Espíritu Santo había llamado a Bernabé y a Saulo a llevar el evangelio a otras tierras. Pero no había llamado a Juan (Marcos) el sobrino de Bernabé. Pese a ello ¡lo llevaron a la obra! (Hch 13:5). Cierto es que dice que fue como “ayudante”, lo cual significa que su labor era “complementaria” o “secundaria”. ¿Pensarían Bernabé y Saulo que Juan Marcos ganaría con los viajes misioneros una experiencia valiosa? Tal vez. Aun así corrieron el riesgo de equivocarse y contristar al Espíritu Santo.
Lo cierto es que en la tarea misionera Juan Marcos falló. Según Hch 13:13 se apartó de su tío Bernabé y de Saulo (o Pablo, Hch 13:9) y se volvió a Jerusalén. ¿Qué no había ido de “ayudante”? La deserción de Marcos no se explica en el relato bíblico y no podemos hacer ninguna hipótesis respecto a qué se debió tal decisión. Cual fuese la explicación el resultado concreto fue que abandonó la obra misionera. Bernabé habría querido “foguear” en el terreno de acción a su sobrino y éste le falló. Y al volverse a Jerusalén creó un vacío en lo que hacía. Este hecho Pablo no lo olvidaría (Hch 15:38). De esta historia se puede sacar un principio: nunca hay que llevar a la obra a quien el Espíritu no ha llamado primero. Y, hasta donde sea posible, hay que tener mucho cuidado en involucrar a los familiares en el ministerio.
Ya sin su sobrino, Bernabé y Pablo continuaron viajando. En Antioquía de Pisidia (Hch 13:14ss), en la sinagoga, hablaron con denuedo el evangelio en el cual creyeron tanto judíos como gentiles (prosélitos), y ganaron el favor del pueblo. Esto despertó los celos de un sector de los judíos quienes instigaron a las autoridades para que los expulsen de la ciudad, cosa que lograron. El Espíritu Santo luego los llevó a Iconio y Listra, donde Lucas –el escritor de Hechos- no duda en llamar “apóstoles” a Bernabé y a Saulo (Hch 14:14). ¿Bernabé “apóstol”? Sí. Bernabé y Pablo eran apóstoles del Espíritu Santo. El liderazgo y reconocimiento de ambos iba creciendo día a día conforme servían al Señor.
Después de unos incidentes volvieron a Antioquía de Siria, su iglesia local, donde rindieron informes de todo lo que había acontecido (Hch 14:26-28). Dios se había glorificado. ¡El evangelio estaba llegando a los gentiles! Su “éxito” en realidad era el éxito de Dios, no de ellos. Es interesante observar, además, que Bernabé y Saulo, por más apóstoles que eran, rindieron informes de su trabajo a quienes les impusieron las manos y los despidieron a la obra misionera (Hch 13:3). Aquí hay otro principio para todos los tiempos: un líder siempre debe rendir informes del trabajo hecho (lo que incluye por supuesto rendir las cuentas económicas).
Posterior a este periplo en tierras gentiles se desarrolló un concilio (una asamblea de la iglesia) en Jerusalén (Hch 15). El motivo era que los cristianos de origen judío (de habla y cultura hebrea) estaban más preocupados en seguir sus tradiciones religiosas judaicas las cuales querían imponerlas a los cristianos de origen y cultura gentil (los helenistas) (Hch 15:1ss). Esto llevó a una discusión no pequeña entre esos cristianos equivocados y Bernabé y Pablo, quienes conocían por experiencia propia las maravillas de Dios en tierras gentiles, lo cual derivó en el concilio ya mencionado.
En Jerusalén se tomaron importantes acuerdos inclusivos respecto a los cristianos gentiles (Hch 15:19-20). Cabe resaltar que en dicho concilio Bernabé destacó más que Pablo (Hch 15:12,25), tal vez por ser el “padre espiritual” de la iglesia de Antioquía de Siria. Posteriormente el concilio decidió que Bernabé y Pablo se encarguen de llevar los acuerdos. De ellos se dice que eran “hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Hch 15:26). Un líder que no está dispuesto a exponer su vida en la misión encomendada no es un líder-siervo. Posteriormente se cuenta que ambos continuaron en Antioquía (Hch 15:35) enseñando la Palabra, el evangelio.
Finalmente en Hch 15:36-40 se cuenta cómo Bernabé y Pablo se separaron. Este es otro episodio sombrío en el terreno de la misión. A veces no se aprende de las malas experiencias. Bernabé quiso llevar nuevamente a su sobrino Juan Marcos a la obra, pese a que había fallado antes, y lo que obtuvo fue la oposición de Pablo lo que llevó a un desacuerdo y ruptura posterior. No sabemos por qué Bernabé insistió con su sobrino. ¿Habrá querido darle una nueva oportunidad? ¿Habría madurado Marcos? ¿Fue muy tajante Pablo en su decisión?
Al final, Pablo y Bernabé se separaron. Pablo tomó a Silas y salió a la obra encomendado una vez más por la iglesia, y Bernabé se fue con Juan Marcos en dirección a Chipre. En el capítulo 16 Pablo, cuando pasó por Derbe y Listra, tomó como ayudante al joven Timoteo en quien vio cualidades para el ministerio (Hch 16:3). Esto indica que Pablo no era anti-joven. Luego el Señor añadiría a Lidia (Hch 16:14,15,40) a ese equipo de apoyo que necesitaban Pablo y Silas. Esto también indica que Pablo no era anti-mujer. En la obra de Dios un líder debe saber incluir a todos los que tienen dones e involucrarlos en el ministerio.
Concluyendo, Bernabé –tal como hemos visto- tuvo un itinerario espiritual fructífero desde que conoció al Señor en Jerusalén. Su crecimiento espiritual fue paralelo a su crecimiento en el ministerio al cual Dios le había llamado. Fue generoso con lo que Dios lo había bendecido. Fue sensible a la voz del Espíritu y de la iglesia. Fue obediente a las decisiones que se tomaron en el concilio de Jerusalén. Tuvo un corazón pastoral como para visitar a los hermanos de las regiones paganas. Esas fueron sus características como líder. Que se equivocó, qué dudas cabe. Se equivocó como todos los líderes. Eso no menoscaba su ministerio ni su liderazgo. Eso solamente nos recuerda que los líderes a veces se equivocan en sus decisiones. No hay liderazgo perfecto en la tierra.
Concluyendo, Bernabé –tal como hemos visto- tuvo un itinerario espiritual fructífero desde que conoció al Señor en Jerusalén. Su crecimiento espiritual fue paralelo a su crecimiento en el ministerio al cual Dios le había llamado. Fue generoso con lo que Dios lo había bendecido. Fue sensible a la voz del Espíritu y de la iglesia. Fue obediente a las decisiones que se tomaron en el concilio de Jerusalén. Tuvo un corazón pastoral como para visitar a los hermanos de las regiones paganas. Esas fueron sus características como líder. Que se equivocó, qué dudas cabe. Se equivocó como todos los líderes. Eso no menoscaba su ministerio ni su liderazgo. Eso solamente nos recuerda que los líderes a veces se equivocan en sus decisiones. No hay liderazgo perfecto en la tierra.
Felipe: un líder con humildad y entrega
La iglesia en Jerusalén, como hemos visto, había crecido vertiginosamente. No había crecido a causa de las estrategias urbanas de los apóstoles ni porque tenían poder económico alguno. Crecieron sencillamente por el poder del Espíritu Santo que empoderó a los creyentes desde el día de Pentecostés y por el poder de la predicación cristocéntrica del apóstol Pedro (Hch 2:1-40).
Ese día, después del derramamiento del Espíritu Santo, la Palabra fue anunciada con poder y muchos llegaron a conocer a Jesús como Mesías. Entre esos “muchos” se contaban judíos que residían en lugares lejanos (tierras paganas) que culturalmente se consideraban “helenistas” y habían llegado a Jerusalén para la festividad judía de Pentecostés. Obviamente la matriz cultural de los “helenistas” era otra. Sus formas de vestir, de conducirse, de hablar, su acento, los delataba como “distintos”. Esto hacía que caigan bajo sospecha ante los ojos del judaísmo tradicional “hebraico”. ¿Sospechas respecto a qué? De que no guardaban con fidelidad las tradiciones judías ni la Torah. Eran vistos algo así como “medio judíos” y “medio paganos” a la vez. De seguro la presencia de estos “judíos helenistas” incomodaba a los fariseos convertidos que se consideraban “puros” y “perfectos” ante su idea de Dios.
Pero cuando el Espíritu y Jesús llegan a la vida de las personas no distinguen entre “culturas”, “pueblos” o “etnias”. Todos están llamados a conocer la verdad de Dios. Según Hch 1:8 el testimonio cristiano debía llegar aún a los samaritanos y hasta “lo último de la tierra”, por tanto ya en el mandato misionero está implícita la idea de que diversas personas de diversas culturas llegarían a conocer el evangelio. Esto indica que nadie debe extrañarse de la aparición de nuevas personas en la comunidad eclesial. Más bien es lo que se espera, debe ser “lo normal”.
Pero la verdad es que no siempre los cristianos están preparados para cuando aparecen personas de otras culturas en la iglesia. Cuando éstos llegan a veces surgen sospechas de inmediato. Se les observa, cuesta saludarles, se dificulta el aproximarse. Hay quienes se preguntan ¿y por qué vienen? El asimilar a personas de otras culturas al círculo ya conocido de la iglesia a veces cuesta demasiado esfuerzo –que no debiera ser- y tiempo. Eso fue exactamente lo que pasó en la iglesia en Jerusalén. La Palabra de Dios llegó con poder a los jerosolimitanos y a los que no eran de ahí. La recepción del mensaje de salvación involucró tanto a “hebreos” como a “helenistas”. Bien se puede decir que en la iglesia de Jerusalén hubo desde un inicio presencia fuerte de ambas culturas, lo que tarde o temprano iba a desembocar en situaciones no deseadas.
Según Hch 6:1 sucedió un serio problema en la iglesia. Hasta ese momento la presencia de los pobres era notoria (Hch 3:1-10; 4:34-35), por tanto –siguiendo la tradición judía como el amor cristiano ejemplificado en la persona de Jesús de Nazareth- había que atenderles en sus necesidades materiales, lo que significaba en lo concreto darles de comer. En sí ese no era el problema. Éste surgió cuando se olvidaron de atender a las viudas de habla griega (helenistas) concentrándose tan sólo en las viudas de habla hebrea. Y ante ese olvido –o discriminación, como se quiera ver- surgió la murmuración, la queja.
Hasta ese momento las cabezas de la iglesia eran los apóstoles. Éstos recibían las donaciones de los hermanos que voluntariamente querían colaborar, como el caso de Bernabé (Hch 4:36-37). Pero los apóstoles, por más que eran doce, tenían tanto trabajo con los varios miles de cristianos que no tenían el tiempo suficiente como para ver el caso de las viudas (Hch 6:4). No se les puede achacar a los apóstoles la desatención de las viudas. Sencillamente fue una situación nueva que vivieron y que prontamente tenían que aprender a organizarse mejor.
La solución frente al problema de la desatención de las viudas de habla griega fue el formar un equipo de administradores que se dedicara exclusivamente a “servir a las mesas”. Esta historia se cuenta en Hch 6:2-6. No cabe duda que el Espíritu Santo los guió en esa decisión: convocaron a los discípulos y en una asamblea democrática eligieron a los que se iban a encargar de ese trabajo. Al final eligieron a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Uno de ellos fue Felipe. El nombre “Felipe” como el de los otros seis son nombres griegos, lo cual indica que la asamblea fue muy sabia en su decisión. ¿A quiénes eligieron para solucionar el problema con las viudas de habla griega? ¡A varones de su misma cultura, de habla griega! ¿Quién entiende mejor a un helenista? ¡Otro helenista!
Los siete helenistas –Felipe entre ellos- literalmente pasaron de ser miembros comunes y corrientes en la iglesia de Jerusalén a ser líderes de la misma. Y los apóstoles les confirieron autoridad cuando oraron por ellos e impusieron las manos (Hch 6:6). Ahora Felipe era líder, era una persona con autoridad. No se había elegido solo, lo había elegido la iglesia. Tenía un reconocimiento oficial. Ahora manejaba recursos económicos, padrones o listas de viudas, enseres, etc. Pero sobre todo tenía una responsabilidad que cumplir. Y un líder-siervo sabe que cuando le delegan responsabilidad tiene que cumplir pues su servicio (gr. diakoneín, v. 2) es sobre todo a Dios.
¿Qué sabemos de la vida personal de Felipe? No mucho en realidad. Ya sabemos que era culturalmente helenista. No se dice nada de una esposa aunque sí que tenía cuatro hijas solteras que “profetizaban”, es decir que tenían un ministerio profético en la iglesia (Hch 21:9). Era entonces un hombre mayor, un hombre maduro en edad. ¿Sería viudo? Posiblemente. Y de haberlo sido eso le habría dado mayor sensibilidad para trabajar con las viudas cristianas. Eso es todo lo que sabemos de él aparte de sus características espirituales (Hch 6:3).
¡Un líder sirviendo a las mesas! ¡Qué tarea! ¡Y qué ejemplo! Nunca es contradictorio el liderazgo con el servicio a las personas humildes. Por el contrario, es lo natural. De esta experiencia debemos aprender que no hay servicio que “rebaje” nuestro liderazgo. Si un líder no puede servir a las personas más humildes mejor que renuncie al liderazgo, porque de lo contrario traerá problemas a la iglesia. ¡Pero cuántos líderes evitan a las personas humildes y sólo buscan relacionarse con los “grandes”, con los “importantes”! Y todavía dicen “es que estoy llamado a ser cabeza y no cola”.
Una vez solucionado el problema de la desatención a las viudas en la iglesia en Jerusalén los helenistas comenzaron a ganar terreno. Esteban, otro de los siete administradores, cuando terminaba su labor con las viudas hacía señales ante el pueblo y enseñaba la Palabra con sabiduría (Hch 6:8-10), lo cual le trajo serios problemas con los fanáticos judíos quienes no dudaron en calumniarlo y llevarlo a juicio. Finalmente, bajo la dirección de Saulo, le dieron muerte y aquél día se desató una cruel persecución contra los cristianos (Hch 8:1-3). Lo que siguió a esta nueva situación (calumnias, muerte y persecución) fue que la comunidad cristiana fue dispersada (Hch 8:4), aunque esto lo experimentaron particularmente los helenistas (Hch 8:1b).
Pero no existe persecución alguna que detenga a los líderes-siervos. Aún los momentos y experiencias más difíciles se pueden tornar en bendición. Felipe se encuentra ahora en Samaria (Hch 8:5), un territorio “impuro”, “semi-pagano” para el judaísmo sectario. Ya no está en Jerusalén y no hay viudas que atender. Pero Samaria también puede tornarse en un campo de misión. Allí hay personas que no han escuchado el evangelio y Felipe no va a desaprovechar la oportunidad. Pronto se encuentra predicando a Jesús el Mesías, haciendo señales y bautizando a los que creen el evangelio del Reino de Dios (Hch 8:5-7,12). Esto significa que con Felipe se formó una iglesia cristiana en tierra de Samaria.
Felipe en Samaria bien pudo decir “yo en Jerusalén cumplí con la tarea que se me encomendó, ahora estoy en esta tierra extraña, voy a cambiar de actividad. Cuando se calmen las cosas volveré a Jerusalén”. Pero no. Felipe era un líder-siervo que veía una oportunidad de testificar del Rey de reyes donde otros tal vez encontrarían un pretexto para lamentarse de lo sucedido. Felipe no necesitó que algún apóstol lo comisionara para recién predicar el evangelio. Tampoco necesitó que la asamblea cristiana le reoriente su misión. Le bastó ver a personas sin Cristo para hablarles de la salvación. Y es que un verdadero líder nunca pierde una oportunidad para encaminar a otros hacia el camino del Señor.
Felipe tenía una sensibilidad para las cosas de Dios como pocos pueden tenerlo. Un día, aún en Samaria, un ángel del Señor le habló indicándole una ruta misionera y él obedeció inmediatamente (Hch 8:26-27). Ahí se encontró con un funcionario etíope, un prosélito del judaísmo que leía al profeta Isaías. Entonces le habló el Espíritu Santo (Hch 8:29) quien le indicó que se acerque a ese hombre. Felipe una vez más obedeció y encaminó al etíope hacia Jesucristo el Mesías, el hijo de Dios. Luego lo bautizó (Hch 8:38). Todo eso sucedió en el camino de Jerusalén a Gaza, que era una población costera. La lección es clara: todos los que son líderes tienen que tener abiertos los oídos y el corazón para escuchar la voz de Dios que habla de diversas maneras. Pero aún más, tienen que tener la disposición de obedecer al Señor quien siempre sorprende de muchas maneras a sus hijos en el camino del servicio.
Finalmente, el Espíritu quería seguir usando a Felipe en estas tierras “paganas”. Lo llevó a Azoto y ahí pronto se encontró predicando el evangelio. Desde ahí lo encaminó hasta Cesarea, es decir pasó por las ciudades de Jamnia, Jope y otros poblados menores predicando al Señor Jesucristo (Hch 8:39-40). Bien se puede decir que Felipe –en el contexto de la persecución- dejó de ser un administrador y se convirtió en un evangelista. De líder local (en Jerusalén) pasó a ser siervo de la Palabra en tierras “paganas”, es decir su liderazgo creció.
Años después, por el testimonio de Lucas sabemos que Felipe se había asentado en Cesarea. Ahí tenía una casa y vivía con sus cuatro hijas. Hospedó temporalmente al apóstol Pablo, a Lucas y a otros hermanos más (Hch 21:8-9). Es interesante observar que se le llame “Felipe el evangelista” y que se le recuerde como uno de los siete administradores de la iglesia en Jerusalén. Es que a Felipe el Señor le dio un nuevo ministerio en Cesarea. Pero no sólo a él sino también a sus hijas (eran profetizas, es decir hablaban la Palabra del Señor). La lección es clara: un líder debe estar siempre dispuesto a servir en los nuevos ministerios que el Señor mismo le abre. Y más aún: debe estar dispuesto a servirle con su familia. El liderazgo no sólo se ejercita en la comunidad cristiana, se vive en el mismo seno del hogar. Por eso los mejores discípulos de un líder siempre deben ser sus hijos (o hijas en este caso).
Pero no existe persecución alguna que detenga a los líderes-siervos. Aún los momentos y experiencias más difíciles se pueden tornar en bendición. Felipe se encuentra ahora en Samaria (Hch 8:5), un territorio “impuro”, “semi-pagano” para el judaísmo sectario. Ya no está en Jerusalén y no hay viudas que atender. Pero Samaria también puede tornarse en un campo de misión. Allí hay personas que no han escuchado el evangelio y Felipe no va a desaprovechar la oportunidad. Pronto se encuentra predicando a Jesús el Mesías, haciendo señales y bautizando a los que creen el evangelio del Reino de Dios (Hch 8:5-7,12). Esto significa que con Felipe se formó una iglesia cristiana en tierra de Samaria.
Felipe en Samaria bien pudo decir “yo en Jerusalén cumplí con la tarea que se me encomendó, ahora estoy en esta tierra extraña, voy a cambiar de actividad. Cuando se calmen las cosas volveré a Jerusalén”. Pero no. Felipe era un líder-siervo que veía una oportunidad de testificar del Rey de reyes donde otros tal vez encontrarían un pretexto para lamentarse de lo sucedido. Felipe no necesitó que algún apóstol lo comisionara para recién predicar el evangelio. Tampoco necesitó que la asamblea cristiana le reoriente su misión. Le bastó ver a personas sin Cristo para hablarles de la salvación. Y es que un verdadero líder nunca pierde una oportunidad para encaminar a otros hacia el camino del Señor.
Felipe tenía una sensibilidad para las cosas de Dios como pocos pueden tenerlo. Un día, aún en Samaria, un ángel del Señor le habló indicándole una ruta misionera y él obedeció inmediatamente (Hch 8:26-27). Ahí se encontró con un funcionario etíope, un prosélito del judaísmo que leía al profeta Isaías. Entonces le habló el Espíritu Santo (Hch 8:29) quien le indicó que se acerque a ese hombre. Felipe una vez más obedeció y encaminó al etíope hacia Jesucristo el Mesías, el hijo de Dios. Luego lo bautizó (Hch 8:38). Todo eso sucedió en el camino de Jerusalén a Gaza, que era una población costera. La lección es clara: todos los que son líderes tienen que tener abiertos los oídos y el corazón para escuchar la voz de Dios que habla de diversas maneras. Pero aún más, tienen que tener la disposición de obedecer al Señor quien siempre sorprende de muchas maneras a sus hijos en el camino del servicio.
Finalmente, el Espíritu quería seguir usando a Felipe en estas tierras “paganas”. Lo llevó a Azoto y ahí pronto se encontró predicando el evangelio. Desde ahí lo encaminó hasta Cesarea, es decir pasó por las ciudades de Jamnia, Jope y otros poblados menores predicando al Señor Jesucristo (Hch 8:39-40). Bien se puede decir que Felipe –en el contexto de la persecución- dejó de ser un administrador y se convirtió en un evangelista. De líder local (en Jerusalén) pasó a ser siervo de la Palabra en tierras “paganas”, es decir su liderazgo creció.
Años después, por el testimonio de Lucas sabemos que Felipe se había asentado en Cesarea. Ahí tenía una casa y vivía con sus cuatro hijas. Hospedó temporalmente al apóstol Pablo, a Lucas y a otros hermanos más (Hch 21:8-9). Es interesante observar que se le llame “Felipe el evangelista” y que se le recuerde como uno de los siete administradores de la iglesia en Jerusalén. Es que a Felipe el Señor le dio un nuevo ministerio en Cesarea. Pero no sólo a él sino también a sus hijas (eran profetizas, es decir hablaban la Palabra del Señor). La lección es clara: un líder debe estar siempre dispuesto a servir en los nuevos ministerios que el Señor mismo le abre. Y más aún: debe estar dispuesto a servirle con su familia. El liderazgo no sólo se ejercita en la comunidad cristiana, se vive en el mismo seno del hogar. Por eso los mejores discípulos de un líder siempre deben ser sus hijos (o hijas en este caso).
Aquila y Priscila: un liderazgo compartido al servicio de la Palabra
Cuando dos personas unen sus vidas en matrimonio éstos nunca tienen la menor idea de lo que Dios les tiene reservado para el futuro. Así sucede siempre. Aquila y Prisca (o Priscila, su diminutivo) eran un matrimonio como cualquier otro en el siglo I. Tenían que organizarse, pensar en el presente y el futuro, trabajar duro y labrarse un destino. Aquila era un judío aunque había nacido en Ponto, por tanto era bi-cultural. Como judío conocería la Torah y algo sabría de la esperanza mesiánica de su nación. Su esposa, al juzgar por su nombre latino, probablemente pertenecía a la nobleza romana. El trabajo de Aquila era fabricar tiendas, es decir, era un artesano (Hch 18:2-3). Y aunque éste era un trabajo despreciado por los intelectuales y nobles de la época, Prisca se fijó en él y unieron sus vidas.
De hecho, en algún momento ambos se hicieron cristianos. Y tenían en Roma una casa donde se reunían los creyentes (Rom 16:3-5a). Este dato es importante. En Roma las casas comunes y corrientes eran pequeñas. A veces apenas eran cuartuchos. Que en la casa de Aquila y Prisca funcionara una iglesia implica que era una casa grande lo que, a su vez, indicaría la posición socio-económica del matrimonio. Como decimos hoy eran “gente de plata”. Esto era posible a que ambos eran artesanos. Hacer “tiendas” en el siglo I significaba por lo general hacer tiendas o carpas grandes, hecha de pieles de animales, muy costosas todas ellas. En una palabra, se dedicaban a un negocio muy rentable.[5]
Tal vez pensaron hacerse un futuro en Roma, “la capital del mundo”, la metrópoli más importante de la época. Ahí criarían a los hijos cuando éstos llegasen. La situación económica era buena. Todo parecía seguro. Pero algo sucedió que cambió sus vidas. Un decreto imperial (Hch 18:2) obligó salir a todos los judíos de Roma. Es que hubo una revuelta provocada por unos judíos que decían seguir a un tal “Crestos”. Es posible que se tratara de cristianos de origen judío, o sencillamente judíos mesiánicos. Como fuera el hecho resultó en la expulsión de todos los judíos en Roma. Esto fue en el 49 ó 50 d.C.[6] Los planes entonces se acabaron para Aquila y Prisca, había que replantearse todo de nuevo, esta vez en Corinto a donde fueron a parar (Hch 18:1-2).
En medio del trajín diario en Corinto un día llegó el apóstol Pablo. Y en el contacto con Pablo sus vidas dio un giro total, espiritualmente hablando. Sucede que en Corinto no había iglesia cristiana alguna, pero Pablo tenía una misión: llevar el evangelio a los no judíos. Pablo pidió a Silas y Timoteo que fueran a ayudarlo, cosa que hicieron con prontitud (Hch 18:5). Todo líder (Pablo en este caso) sabe que hay tareas que no se pueden enfrentar en la soledad. Y con Silas y Timoteo formaban un magnífico equipo, por lo que juntos podrían hacer que la obra prosperara en Corinto. Allí permanecieron un año y medio (Hch 18:11).
¿Y Aquila y Priscila? ¡Eran parte de su equipo también! Por eso es que cuando luego Pablo enrumba hacia Éfeso a continuar con la predicación del evangelio (Hch 18:18), se hace acompañar del matrimonio. Aquí hay una gran verdad ministerial: los líderes siempre necesitan del apoyo de matrimonios maduros en la fe. Y éstos con frecuencia llegan luego al liderazgo eclesial. Ya en Éfeso Aquila y Priscila se harían de una nueva casa en la cual posteriormente se reuniría la iglesia (1 Cor 16:19, “las iglesias de Asia” se refiere a Éfeso). Y es en esta misma ciudad donde ambos demostrarían su liderazgo y particularmente su conocimiento profundo de las Escrituras. ¿Quién fue su maestro? ¡Nada menos que el apóstol Pablo! ¿Dónde estaba ubicado ese “seminario”? En el taller donde hacían las tiendas. ¿Cuánto tiempo duró la formación? Al menos año y medio. De esta historia surge un principio importantísimo: No se puede ser líder en la iglesia si no se recibe primero formación en la Palabra de Dios. ¿Quieres ser líder? Prepárate en la Palabra (1 Tim 1:7). Así de sencillo.
Es curioso observar que en (Hch 18:18) se menciona a Priscila en primer lugar que su marido. ¿Por qué Lucas y Pablo cuando se refieren a este matrimonio en su labor de liderazgo eclesial generalmente mencionan en primer lugar a Priscila? (Cf. Hch 18:26; Rom 16:3 y 2 Tim 4:19) ¿Es que ella aprovechó mejor las clases de Pablo en Corinto y entendió más a fondo las Escrituras? ¿Es que ella al haber pertenecido a la nobleza tenía mayor educación y facilidad de palabra que su marido? ¿Es que Priscila tenía un “carácter” más “fuerte” que Aquila? Debo decir que ninguna de estas preguntas son fáciles de responder pues se carece de evidencias confiables. Lo único cierto es que eclesialmente, ministerialmente, Priscila aparece con cierta preeminencia respecto a Aquila. Eso es innegable.[7] No es que era una líder más reconocida que su marido. Ambos eran líderes de la iglesia. Pablo encargó la obra de Dios en Éfeso no a Priscila sino a ambos en tanto matrimonio. De hecho se les ve trabajando juntos en la obra de Dios, sin competir entre ellos. Juntos, nunca solos, lo que indica una complementaridad tanto en lo conyugal como en lo ministerial.
Hay una historia peculiar en Éfeso en la que este matrimonio mostró tanto su liderazgo como su conocimiento de la Palabra. Apolos era un judío nacido en Alejandría que había sido convertido a Cristo, aunque sólo conocía a medias la doctrina. Éste llegó a Éfeso y tan pronto como pudo se puso a predicar en la sinagoga (Hch 18:24-25). El problema con él era que a su ímpetu y elocuencia le acompañaba su profundo conocimiento de la Escritura, aunque sólo conocía la verdad hasta “el bautismo de Juan”. En su ímpetu y mensaje a medias Apolos podía causar una confusión en sus oyentes que necesitaban conocer a Jesús como Mesías. Entonces Priscila y Aquila “le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hch 18:26).
Pero para corregir a Apolos que era “poderoso en las Escrituras” (“ilustrado en el uso de la Escritura” como dice la Nueva Versión Internacional, Hch 18:24) hay que ser también “poderosos en la Escritura”. ¡Pero eso eran Priscila y Aquila! Conocían la Palabra de tal manera que percibían el error o la media verdad de manera inmediata cuando alguien se apartaba de ella. Además Priscila y Aquila tenían el valor para corregir al que estaba en el error. Y esto nos dice mucho de su celo por la Palabra de Dios como por su compromiso con la verdad y las personas con quienes trabajan. Un líder jamás debe permitir que el error abierto o la media verdad ganen ventaja o se posesionen en la iglesia del Señor. El líder debe cuidar la sana doctrina porque fuera de ella sólo hay perdición.
De hecho, en algún momento ambos se hicieron cristianos. Y tenían en Roma una casa donde se reunían los creyentes (Rom 16:3-5a). Este dato es importante. En Roma las casas comunes y corrientes eran pequeñas. A veces apenas eran cuartuchos. Que en la casa de Aquila y Prisca funcionara una iglesia implica que era una casa grande lo que, a su vez, indicaría la posición socio-económica del matrimonio. Como decimos hoy eran “gente de plata”. Esto era posible a que ambos eran artesanos. Hacer “tiendas” en el siglo I significaba por lo general hacer tiendas o carpas grandes, hecha de pieles de animales, muy costosas todas ellas. En una palabra, se dedicaban a un negocio muy rentable.[5]
Tal vez pensaron hacerse un futuro en Roma, “la capital del mundo”, la metrópoli más importante de la época. Ahí criarían a los hijos cuando éstos llegasen. La situación económica era buena. Todo parecía seguro. Pero algo sucedió que cambió sus vidas. Un decreto imperial (Hch 18:2) obligó salir a todos los judíos de Roma. Es que hubo una revuelta provocada por unos judíos que decían seguir a un tal “Crestos”. Es posible que se tratara de cristianos de origen judío, o sencillamente judíos mesiánicos. Como fuera el hecho resultó en la expulsión de todos los judíos en Roma. Esto fue en el 49 ó 50 d.C.[6] Los planes entonces se acabaron para Aquila y Prisca, había que replantearse todo de nuevo, esta vez en Corinto a donde fueron a parar (Hch 18:1-2).
En medio del trajín diario en Corinto un día llegó el apóstol Pablo. Y en el contacto con Pablo sus vidas dio un giro total, espiritualmente hablando. Sucede que en Corinto no había iglesia cristiana alguna, pero Pablo tenía una misión: llevar el evangelio a los no judíos. Pablo pidió a Silas y Timoteo que fueran a ayudarlo, cosa que hicieron con prontitud (Hch 18:5). Todo líder (Pablo en este caso) sabe que hay tareas que no se pueden enfrentar en la soledad. Y con Silas y Timoteo formaban un magnífico equipo, por lo que juntos podrían hacer que la obra prosperara en Corinto. Allí permanecieron un año y medio (Hch 18:11).
¿Y Aquila y Priscila? ¡Eran parte de su equipo también! Por eso es que cuando luego Pablo enrumba hacia Éfeso a continuar con la predicación del evangelio (Hch 18:18), se hace acompañar del matrimonio. Aquí hay una gran verdad ministerial: los líderes siempre necesitan del apoyo de matrimonios maduros en la fe. Y éstos con frecuencia llegan luego al liderazgo eclesial. Ya en Éfeso Aquila y Priscila se harían de una nueva casa en la cual posteriormente se reuniría la iglesia (1 Cor 16:19, “las iglesias de Asia” se refiere a Éfeso). Y es en esta misma ciudad donde ambos demostrarían su liderazgo y particularmente su conocimiento profundo de las Escrituras. ¿Quién fue su maestro? ¡Nada menos que el apóstol Pablo! ¿Dónde estaba ubicado ese “seminario”? En el taller donde hacían las tiendas. ¿Cuánto tiempo duró la formación? Al menos año y medio. De esta historia surge un principio importantísimo: No se puede ser líder en la iglesia si no se recibe primero formación en la Palabra de Dios. ¿Quieres ser líder? Prepárate en la Palabra (1 Tim 1:7). Así de sencillo.
Es curioso observar que en (Hch 18:18) se menciona a Priscila en primer lugar que su marido. ¿Por qué Lucas y Pablo cuando se refieren a este matrimonio en su labor de liderazgo eclesial generalmente mencionan en primer lugar a Priscila? (Cf. Hch 18:26; Rom 16:3 y 2 Tim 4:19) ¿Es que ella aprovechó mejor las clases de Pablo en Corinto y entendió más a fondo las Escrituras? ¿Es que ella al haber pertenecido a la nobleza tenía mayor educación y facilidad de palabra que su marido? ¿Es que Priscila tenía un “carácter” más “fuerte” que Aquila? Debo decir que ninguna de estas preguntas son fáciles de responder pues se carece de evidencias confiables. Lo único cierto es que eclesialmente, ministerialmente, Priscila aparece con cierta preeminencia respecto a Aquila. Eso es innegable.[7] No es que era una líder más reconocida que su marido. Ambos eran líderes de la iglesia. Pablo encargó la obra de Dios en Éfeso no a Priscila sino a ambos en tanto matrimonio. De hecho se les ve trabajando juntos en la obra de Dios, sin competir entre ellos. Juntos, nunca solos, lo que indica una complementaridad tanto en lo conyugal como en lo ministerial.
Hay una historia peculiar en Éfeso en la que este matrimonio mostró tanto su liderazgo como su conocimiento de la Palabra. Apolos era un judío nacido en Alejandría que había sido convertido a Cristo, aunque sólo conocía a medias la doctrina. Éste llegó a Éfeso y tan pronto como pudo se puso a predicar en la sinagoga (Hch 18:24-25). El problema con él era que a su ímpetu y elocuencia le acompañaba su profundo conocimiento de la Escritura, aunque sólo conocía la verdad hasta “el bautismo de Juan”. En su ímpetu y mensaje a medias Apolos podía causar una confusión en sus oyentes que necesitaban conocer a Jesús como Mesías. Entonces Priscila y Aquila “le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hch 18:26).
Pero para corregir a Apolos que era “poderoso en las Escrituras” (“ilustrado en el uso de la Escritura” como dice la Nueva Versión Internacional, Hch 18:24) hay que ser también “poderosos en la Escritura”. ¡Pero eso eran Priscila y Aquila! Conocían la Palabra de tal manera que percibían el error o la media verdad de manera inmediata cuando alguien se apartaba de ella. Además Priscila y Aquila tenían el valor para corregir al que estaba en el error. Y esto nos dice mucho de su celo por la Palabra de Dios como por su compromiso con la verdad y las personas con quienes trabajan. Un líder jamás debe permitir que el error abierto o la media verdad ganen ventaja o se posesionen en la iglesia del Señor. El líder debe cuidar la sana doctrina porque fuera de ella sólo hay perdición.
Reflexión final
Personalmente me parece que es tiempo de renovar el concepto tradicional de liderazgo que existe en algunas iglesias y en algunos líderes (por ejemplo, el líder como caudillo). Pero ello implica renovar la mente y el corazón. Y esto sólo puede lograrse por medio de la enseñanza continua de la Palabra y de la renovación del Espíritu Santo.
Parafraseando al apóstol Pablo podríamos decir “el que anhela liderazgo en la iglesia buena obra desea”. Y añadir aún: “y la obra comienza sirviendo desde las cosas más pequeñas en la iglesia”. Por ello quien anhela ser líder no debiera hacerse problemas en limpiar la iglesia, en llevar la Palabra a lugares humildes donde abunda el polvo y la indiferencia de la gente, en orar a las 6.00 a.m. o antes en cualquier lugar, en cuidar los instrumentos y enseres de la iglesia, en estudiar diligentemente la Palabra, entre otras cosas. Esa es la “escuela” donde se preparan los futuros líderes-siervos que van a servir al Señor.
Personalmente me parece que es tiempo de renovar el concepto tradicional de liderazgo que existe en algunas iglesias y en algunos líderes (por ejemplo, el líder como caudillo). Pero ello implica renovar la mente y el corazón. Y esto sólo puede lograrse por medio de la enseñanza continua de la Palabra y de la renovación del Espíritu Santo.
Parafraseando al apóstol Pablo podríamos decir “el que anhela liderazgo en la iglesia buena obra desea”. Y añadir aún: “y la obra comienza sirviendo desde las cosas más pequeñas en la iglesia”. Por ello quien anhela ser líder no debiera hacerse problemas en limpiar la iglesia, en llevar la Palabra a lugares humildes donde abunda el polvo y la indiferencia de la gente, en orar a las 6.00 a.m. o antes en cualquier lugar, en cuidar los instrumentos y enseres de la iglesia, en estudiar diligentemente la Palabra, entre otras cosas. Esa es la “escuela” donde se preparan los futuros líderes-siervos que van a servir al Señor.
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Notas Píe de Página
[1] Entre la variada bibliografía evangélica recomiendo: Raúl Caballero Yoccou. El líder conforme al corazón de Dios. Miami, FL: Editorial Unilit, 1991; John Stott. Los desafíos del liderazgo cristiano. Buenos Aires: Ediciones Certeza Argentina, 2002; y Rick Warren. Liderazgo con propósito. Miami, FL: Editorial Vida, 2008.
[2] Jorge Sánchez. El líder del siglo XXI. Miami, FL: Unilit, 2001. (Biblioteca electrónica Libronix).
[3] “Líder autoritario”, en: Diccionario hispano-americano de la misión. Argentina: Comibam Internacional, 1997. (Biblioteca electrónica Libronix).
[4] J. Olthuis “Liderazgo”, en: D. Atkinson y otros, edits., Diccionario de ética cristiana y teología pastoral. Barcelona: Editorial CLIE – Andamio, 2004, p. 761.
[5] Todo intento de hacer concordar las fechas y los lugares entre el libro de los Hechos de los apóstoles y las cartas de Pablo es difícil. No siempre se logran hacerlas coincidir y los expertos debaten sobre el punto. En esta parte del relato opto por una posible datación histórica, y no pretendo rigidez o dogmatismo alguno.
[6] El historiador Suetonio se refirió al hecho de la siguiente manera: “Iudaeos impulsore Chresto assidue tumultuantes Roma expulit”. (Claudio 25:4), citado en Ekkehardt Stegemann & Wolfgang Stegemann. Historia social del cristianismo primitivo. Navarra: Editorial Verbo Divino, 2001, p. 430.
[7] En Roma ha perdurado una iglesia que lleva su nombre: “La iglesia de Santa Priscila”, lo que indica cómo la iglesia antigua interpretó el ministerio de la esposa de Aquila.
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