19 de octubre de 2012

REFORMA EN EL SIGLO XVI ¿REFORMA EN EL SIGLO XXI?

La Reforma ayer

Ps, Martín Ocaña Flores
Estamos a cinco años de la conmemoración de los 500 años de un hecho que transformó la historia. El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittemberg (Alemania) un documento con 95 propuestas teológicas o “tesis”. Éstas con el transcurrir de los días y semanas iban a generar una serie de acontecimientos que ni Lutero mismo podría haber imaginado. La historia de la llamada Reforma Protestante ha sido objeto de diversos análisis y no vamos a añadir uno más. Un buen resumen, a modo de definición, es el siguiente:






“Movimiento religioso que a lo largo del siglo XVI extendió por Europa del norte contra la autoridad papal que concluyó con la escisión de la Iglesia católica y el nacimiento de las iglesias protestantes. El descontento provocado por la política que desarrollaba la Iglesia católica (establecimiento de las indulgencias, nombramientos eclesiásticos que no agradaban al pueblo, autoridad ilimitada de los Estados Pontificios en materia laica, etc.) y la influencia de las ideas reformadoras humanistas de Martín Lutero y Calvino provocaron levantamientos populares en muchos países como Alemania, Países Bajos, Dinamarca y, más tarde, Inglaterra. Escocia, Prusia, Suecia, Austria, Hungría, Noruega y Finlandia (y focos aislados en Francia y España), algunos de los cuales abrazaron el protestantismo y, tras los conflictos, se consolidaron como naciones reformadoras” (Texto tomado del Internet, cuyo autor prefiere permanecer anónimo).


Si bien Lutero tuvo el privilegio de ser recordado en la historia al clavar las 95 tesis, lo cierto es que antes y después de él hubo muchos movimientos reformadores que hoy nadie puede negar (incluyendo los historiadores católicos). La Reforma Protestante tuvo efectos en la totalidad de la vida, es decir afectó profundamente la economía, la organización de la sociedad, la literatura, la cultura, etc. Nada escapó a sus efectos. Las personas mismas que aceptaron la nueva fe “reformada” –en sus más variadas expresiones- llegaron a ser otras. Como reconoce el teólogo católico José Comblin (en Tiempo de acción. Lima: CEP, 1986), el protestante se afirmó como individuo, porque la fe protestante pasa por el sujeto, a diferencia del catolicismo que es –por regla general- una religión de masas, donde el individuo desaparece.


De la Reforma a la “Contra-Reforma”

De 1517 a la fecha han habido muchos movimientos y acontecimientos que han marcado a la Iglesia. Por ejemplo, en la Iglesia Católica el Concilio de Trento (1545-1563), el Concilio Vaticano I (1869-1870) y más recientemente el Concilio Vaticano II (1962-1965) merecen ser recordados dado lo importantes que fueron. Particularmente el Vaticano II tuvo para los protestantes evangélicos un gran significado (aunque muchos de éstos ni siquiera se dieron cuenta de ello). Y si bien la Iglesia conciliar se abrió al mundo moderno, la primavera eclesial no duró mucho.


La contraofensiva de Juan Pablo II y sobre todo del actual papa Ratzinger –un inquisidor comprobado en las últimas cuatro décadas- desmontaron con eficacia los avances de la Iglesia Católica, particularmente en lo que relaciones Iglesia Católica y otras confesiones se refiere, aparte de silenciar a sus teólogos y párrocos progresistas. Hoy literalmente se ha retrocedido casi al Medioevo europeo o a la época de la Colonia en América Latina. En la perspectiva oficial romana, todos –absolutamente todos- si quieren ser salvos tienen que volver a Roma (ver la Dominus Iesus). Lamentablemente esta vez Roma no es la Iglesia Católica del Vaticano II, sino la que se ajusta a los designios del papa actual. ¿Seremos testigos alguna vez de un Vaticano III en la línea del II?


Una “nueva Reforma” que no viene del cielo

Del lado evangélico –heredero de los protestantismos, pietismos y otros movimientos de renovación- los procesos han tenido altos y bajos. En América Latina somos testigos de cómo los intentos de “latinoamericanizar” los protestantismos (en la liturgia, misión, organización eclesial, renovación pastoral, teología contextual, etc.) y cuya época dorada fue la década de los setenta (al decir de Daniel Salinas, Latin America Evangelical Theology in the 1970’s, Boston: Brill, 2009), han sufrido cierto revés, que afortunadamente no tiene las dimensiones de lo que está pasando en la Iglesia Católica.


Era inevitable que los acontecimientos sociales-económicos a nivel global –desde los años 80- afectaran nuestro continente y particularmente a los procesos de contextualización en las comunidades evangélicas. Muchos evangélicos –entre los que se cuentan sus teólogos más lúcidos- después de la mal llamada “crisis de los paradigmas”, se han sumado nuevamente a la tarea inconclusa de la misión contextual y la reflexión teológica responsable, tomando distancia de las nuevas ideologías religiosas que pretendieron afirmarse con poco éxito –desde inicios de los 90 y hasta hoy- en el movimiento evangélico, y cuya madurez se ha comprobado una vez más en el último Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V, Costa Rica, julio 2012).


A esas ideologías religiosas -todas ellas de origen no latinoamericano- sin embargo hay que reconocerle un mérito si es que acaso lo es: han sido muy creativos para engañar a los evangélicos algo desprevenidos de las mutaciones teológicas en el continente. Desde los 80 acuñaron y explotaron la figura del “apóstol”. Luego articularon sus redes apostólicas y dieron forma al llamado “Nuevo Movimiento Apostólico”. Hoy con un espíritu mesiánico –y maniqueo a la vez- proclaman a los cuatro vientos que vivimos bajo “la Nueva Reforma Apostólica”.


Pedro Wagner, uno de los líderes de este movimiento y apóstol a la vez, prologa el libro de Cindy Jacobs El manifiesto de la Reforma (Lake Mary, FL: Casa Creación, 2008). Wagner, que de anti-pentecostal pasó a teórico de iglecrecimiento y luego a neopentecostal, dice en el prólogo: “una importante masa del Cuerpo de Cristo reconoce ahora el gobierno bíblico de la Iglesia basado en apóstoles y profetas. Ahora somos testigos del mayor cambio en el modo de hacer las cosas en la Iglesia, al menos, desde la Reforma protestante”.


Sin embargo, para hacer esa afirmación Wagner necesitaría: 1) Exponer datos estadísticos, cosa que no hace pues no lo puede demostrar. (Como dato extra hay que señalar que es común a todos los nuevos apóstoles hablar de grandes cifras, todas ellas falsas); y 2) Conceptualizar lo que él entiende por “Reforma Protestante”. Pero como él es tan sólo el prologuista le deja lugar a Cindy Jacobs, una “generala de oración” en Estados Unidos, a que exponga sus ideas.


El libro de Jacobs, dividido en diez capítulos, es una lectura de la Reforma Protestante del siglo XVI a partir de sus anécdotas personales en Alemania. Anécdotas en clave neopentecostal que la lleva a hacer de la Reforma de Lutero tan sólo una metáfora con la enseñanza espiritual que hoy es necesario caminar por la senda del avivamiento global, liderado por los apóstoles y profetas como Wagner, como ella misma, y como ciertos apóstoles que esquilman a sus fieles en América Latina.


La ignorancia de Jacobs acerca de la historia de la Reforma Protestante es monumental: “Nuestros tiempos requieren una nueva reforma, no como la antigua que llamaba a la reforma solamente de la Iglesia” (p. 209). ¿Este es el contenido que prologa el Dr. Wagner, Ph.D. y profesor de un respetable seminario en Estados Unidos? ¿Realmente Jacobs sabe lo que dice? O tal vez debiéramos preguntarnos si no quiere, acaso, presentar una Reforma hecha a la medida de sus intereses para luego plantear una Reforma “a lo apostólico” que supuestamente sí transformaría la sociedad en cada uno de sus aspectos? ¿A quiénes pretenden engañar Jacobs y Wagner?


¿Necesitamos una nueva Reforma?


La pregunta así planteada deja al lector casi sin alternativa, y se espera que diga: “sí, necesitamos urgentemente una Nueva Reforma”. La pregunta, sin embargo, creo que está mal planteada. Una pregunta como esa requiere en primer lugar hablar de manera concreta qué se necesita reformar, en dónde, quiénes lo van a hacer, para qué reformar lo existente, etc. Puesto que no existe una iglesia “en abstracto” –con el perdón de ciertos eclesiólogos- sino iglesias concretas, locales y específicas, tendríamos que relacionar la pregunta planteada con éstas y no proponer Reformas posibles en abstracto.


Lutero indignado al volver de un viaje a Roma –y luego a partir de su experiencia en Wittenberg- clavó sus 95 tesis. Y si bien ese acto bajo otras formas simbólicas se ha repetido a lo largo de la historia en todos los movimientos renovadores, no es muy difícil suponer qué harían Lutero –o Calvino, o Wesley, o A. B. Simpson, por mencionar unos pocos nombres- hoy en el contexto de las nuevas ideologías religiosas que quieren confundir a las iglesias evangélicas en América Latina.

Lutero –está demostrado hasta el hartazgo- con la Palabra de Dios ayudó a quebrar un mundo de supersticiones, de prácticas abusivas contra los pobres, de dogmas de los que se consideraban poderosos –y que en realidad no lo eran tanto-. Lutero hoy, sin duda, estaría abiertamente en contra de los que propugnan la Nueva Reforma Apostólica. Lutero tenía mucha razón cuando escribió “Castillo fuerte”, que una de sus estrofas dice:


Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
En todo trance agudo.
Con furia y con afán
Acósanos Satán:
Por armas deja ver
Astucia y gran poder;
____________________________
Himno: "Castillo Fuerte es nuestro Dios"
Fuente: WorldMusicYUTV21

0 comentarios :

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR VISITAR NUESTRA PÁGINA!