Por: Martín Ocaña Flores
TEXTO BÍBLICO
“Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; más los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.” (Mateo 8:5-13).
CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL
Este es el segundo de varios milagros de sanidad realizados por Jesús y que se cuenta con ciertos detalles. El primero fue a un hombre “leproso” (8:2-4) y ahora es al criado de un centurión (un oficial romano subalterno). El tercer milagro será a una mujer enferma (la suegra de Pedro, 8:14-15). En los tres relatos encontramos a Jesús relacionándose con personas abiertamente despreciadas (un leproso, un oficial romano) o muy poco valoradas (una mujer enferma, tal vez una anciana) por la sociedad, algo muy característico de su ministerio.
Este relato muestra, una vez más, el poder sanador de Jesús (v. 13). Pero también se resalta la gran fe del oficial romano, que estrictamente era de origen pagano (v. 10), es decir alguien que era parte de los “muchos del Oriente y del Occidente” como indica Jesús (v. 11). Este pagano, empero, tenía una particularidad: era un oficial romano, un centurión (este dato es resaltado al inicio y al final del relato, vv. 5, 13).
¿Qué hacía un centurión en Capernaum (dado que no estaba ahí precisamente tomando vacaciones)? Un centurión (lit. jefe de cien) era un “oficial romano que, probablemente, tenía a su cargo el cuartel local de las tropas romanas que ocupaban el país.” (La Biblia de estudio Dios habla hoy. Estados Unidos: Sociedades Bíblicas Unidas, 1994, p. 1476). En Capernaum, además, había un centro de aduanas por lo que este oficial tendría un rol importante en dicha población. (José Bover. El evangelio de san Mateo, Vol. I. Barcelona: Balmes, 1946, p. 185). Su rango también le daba ciertos privilegios como tener vivienda, criados, etc.
Este oficial, en el cumplimiento de su deber, es posible que haya cometido abusos, y sus manos estarían llenas de sangre. Esto podría explicar las palabras “no soy digno de que entres bajo mi techo” (v. 8). El centurión se sentía sin dignidad alguna ante Jesús. Las traducciones DHH y PDT le dan el sentido de “no merezco”. Y la BLA traduce “¿Quién soy yo?”. Efectivamente, este oficial sabía que no era merecedor de recibir favores de ningún israelita. ¿Cómo pedirle un milagro a alguien que pertenece a una nación que él, como oficial de un ejército de ocupación, abusa una y otra vez?
Observamos que gran parte de los comentarios bíblicos evitan explicar la expresión “no soy digno de que entres bajo mi techo” en sus coordenadas sociales-culturales. Efectivamente, se esfuerzan por reducirlo a un asunto de humildad (“Tú eres el Señor, y yo apenas un humilde pecador”) o de rituales religiosos (“tú Jesús eres puro, yo impuro, no debes entrar a la casa de un gentil”). El siguiente comentario ilustra lo indicado:
- “Después de todo, ¿quién es él en comparación con el Excelso, esta encarnación personal de la majestuosa autoridad, del poder que todo lo abarca, y de amor condescendiente, un amor que cubre todo abismo y salta todo obstáculo de raza, nacionalidad, clase y cultura? ¿Quién es él para hacer que este misericordioso Maestro realice un acto que lo pondría en conflicto con la venerable costumbre de su pueblo, según la cual un judío no entra en casa de un gentil para no ser contaminado (Jn. 18:28; Hch. 10:28; 11:2, 3)? Así que, Jesús no debe entrar en la casa, ni siquiera aproximarse demasiado; que solamente diga la palabra de curación.” (William Hendriksen. El evangelio según san Mateo. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2003, p. 415).
Volviendo al relato, el criado (hó país) del centurión estaba en una situación muy difícil: postrado (bébletai), paralítico (paralutikós) y gravemente atormentado (deinós basanizómenos, v. 6), y posiblemente su situación empeoraba cada día. ¿No habría un médico en la guarnición romana que lo pudiera atender? (O tal vez sí lo había, sólo que ya no podía hacer nada por él). Lo cierto es que el criado necesitaba sanidad y con urgencia. Esto motivó a que el centurión busque con ruegos a Jesús (v. 5).
Nota: La palabra griega hó país la RV 1960 traduce “criado”. En esto se parece LBPD, la NVI y otras versiones en español que traducen por “mi siervo” o “mi sirviente”. Con estas traducciones muchos se pueden hacer la idea de un joven -o incluso un adulto- que hacía de sirviente en la casa del centurión. Así lo muestran muchas películas cristianas. Pero la voz griega tiene un significado distinto. Hó país debe traducirse por “niño pequeño”, “niñito”, siempre alguien menor de doce años.
Otras voces griegas para referirse a los niñitos eran paidíon y paidárion. Éstas se referían siempre a niños pequeños que hacían labores de esclavos, algo muy común por entonces. (G. Kittel & G. Friedrich. Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2002, p. 739). Esta es la razón por la que la BLA traduce “mi muchacho” y la Jünemann “el niño mío”. Con esta aclaración nuestra perspectiva del centurión cambia un tanto, pues ahora aparece como preocupado por el bienestar de un niño gravemente enfermo.
PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR
“Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré” (v. 7)
Al escuchar la petición de sanidad a favor de un niño sumamente enfermo, Jesús manifestó su inmediato deseo de ir a la casa del centurión y sanarlo. Poco le importaba entrar en la casa de alguien no digno para los israelitas y exponerse a las críticas de sus coterráneos. La sanidad de un niño estaba en juego y no había tiempo que perder. Justamente esta actitud de Jesús va hacer que el centurión lo detenga con unas palabras que han hecho historia.
“solamente di la palabra, y mi criado sanará”. (v. 8)
A todos nos queda claro que el centurión se sabía no digno. Pero este hombre mostrará una fe que Jesús elogiará luego (v. 10). ¿Cómo se muestra la fe de una persona que busca a Jesús? En 9:2 la fe se muestra por los actos (de aquellos que llevaron al paralítico ante Jesús). En 8:8 la fe se muestra por las palabras de certeza en el poder sanador de Jesús. Pero el centurión no se detiene, sino que prosigue argumentando de una forma sorprendente (v. 9). El que tenía autoridad (exousían, v. 9) reconoce en Jesús a alguien con mayor autoridad y con poder para sanar.
“En su propia experiencia sabía que cuando el general habla, el ejército se mueve y cuando un centurión habla, sus hombres actúan. Ahora afirma que cree que cuando Jesús habla una palabra soberana y sanadora sale de su boca, Él habla y es obedecido. ¡Las enfermedades huyen al oír la voz del Mesías! Él es Soberano sobre todas las cosas. Todo está supeditado a su soberana voluntad.” (Evis Carballosa. Mateo. La revelación de la realeza de Cristo. Mateo 1-14. Grand Rapids, MI: Portavoz, 2007, p. 291).
“dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (v. 10)
Después de admirarse ante semejantes palabras del centurión (de origen pagano), Jesús dijo algo que debe haber incomodado mucho a los que le seguían (que sin duda eran israelitas, y por eso justamente lo dice). Para Jesús el centurión había mostrado más fe que aquellos que debían sobresalir en fe respecto a las demás naciones que desconocían al Dios verdadero y las Escrituras.
Las palabras de Jesús, sin duda, “rinden homenaje a la fe del centurión, pero anuncian, al mismo tiempo, que la participación de los paganos en el reino de Dios irá acompañada de la exclusión de algunos judíos. (…) Otros creyentes, llegados de Oriente y de Occidente (es decir, de todos los orígenes, paganos y judíos), vendrán a ocupar el puesto que aquellos, por su falta de fe, habrán dejado vacío. Por lo tanto, lo que cuenta realmente ya no es más la distinción entre judíos y gentiles, sino la distinción entre creyentes y no creyentes.” (Armando Levoratti “Evangelio según san Mateo”, en: A. Levoratti, edit., Comentario bíblico latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2007, 2ª edición revisada, pp. 323-324).
Ciertamente en el Reino de los cielos están Abraham, Isaac y Jacob (v. 11). Pero no están en ese Reino por ser “israelitas”. De hecho, esa nación no existía en ese tiempo. Si estaban allí era a causa de su fe. Muchos israelitas del tiempo de Jesús se equivocaban al pensar que por ser de esa nación ya eran “hijos del Reino” (v. 12). Pero al Reino de Dios se entra por la fe en Jesús, y el centurión era una evidencia de ello. El centurión ahora, por su fe, era parte de ese Reino glorioso.
“Ve, y como creíste (epísteusas), te sea hecho” (v. 13)
Para Jesús, sin duda alguna, son importantes las palabras que transmiten fe. Y el centurión tenía palabras de fe fundadas en el poder de Jesús. Conforme a su fe se le hizo. Más exactamente Jesús lo hizo. Para el centurión bastaba una palabra con autoridad de Jesús para que el niño sanara, y así fue. Por eso finaliza el relato diciendo que “fue sanado en aquella misma hora.”
Resulta interesante observar que en esta historia -como en otras más que aparecen en los evangelios- el que recibe el milagro de sanidad no es alguien que ejerce fe, sino otros que interceden con fe por él ante el Señor. Pero ¿no es así acaso hasta el día de hoy?
IDEA CENTRAL DEL TEXTO
Jesús acepta la petición de un militar romano por la sanidad de su criado, un niño, que le servía en casa. Al mostrar el militar una gran fe, por medio de sus palabras, Jesús lo puso como ejemplo de que el Reino de Dios pertenece a los que muestran fe, no importando la nacionalidad que se tenga. Al final Jesús sanó al niño-criado demostrando su gran poder sin necesidad de verlo o tocarlo. Sólo bastaron palabras de fe.
LECCIONES QUE APRENDEMOS
Acerca de Jesús:
Jesús aparece mostrando su cercanía, su solidaridad con el niño-criado enfermo, no importando a quién servía ni dónde estaba. El que haya intercedido por él su patrón el oficial romano, o el que estuviera alojado en su casa, no eran impedimento para que Jesús se interesara en su enfermedad. Jesús nos enseña que debemos vencer los prejuicios -a veces se tiene- sobre personas y lugares “que no merecen la misericordia de Dios”.
Jesús resalta la fe de un hombre que a todas luces era alguien despreciado por su origen pagano, así como por lo que representaba su labor: un militar miembro de las fuerzas romanas de ocupación. Pero la fe en Jesús nadie la puede monopolizar. Si aún el mayor pecador del mundo puede llegar a la fe y ser parte del Reino de Dios, ¿por qué un oficial romano de origen pagano no? Por lo mismo, tenemos que aprender a mirar a las personas como Jesús lo hacía. Jesús aceptaba la fe de todos -valga la redundancia- los que creían.
Jesús muestra su poder sanador tan sólo pronunciando palabras (“Ve, y como creíste, te sea hecho”). A diferencia de la sanidad del leproso (8:2-4), no tuvo que extender la mano o tocar al niño para que recién sane, sino tan sólo hablar al oficial roman0, confirmar sus palabras y darle la orden que vuelva a su casa. El poder de Jesús sorprende porque el milagro llega de la manera menos esperada. ¿Cómo esperamos a Jesús que actúe en nuestras vidas y en la de otros? ¿Lo habremos encasillado a determinadas formas que pensamos no debiera salirse de ellas? Tal vez Jesús nos quiere sorprender de la manera menos esperada con su poder sanador.
Acerca del centurión:
Aunque el relato resalta la gran fe del centurión, hay que resaltar también su gran valor para acercarse a Jesús. Tuvo que tragarse su orgullo de oficial romano al rogar públicamente a Jesús, así como vencer su sentimiento de saberse no digno de pedirle un gran favor (en realidad un milagro). ¿Será que a veces no nos acercamos a Jesús para pedirle favor alguno por temor -o vergüenza- que otros nos vean acercarnos a él? ¿Será que queremos aparentar que nada nos afecta y que nunca sufrimos ni siquiera por aquellos que tenemos en casa? A veces hay demasiado orgullo, tanto que lo único que logra es alejarnos de la fe y de Jesús.
En las palabras de este oficial romano hay una gran lección: muestran no sólo respeto a Jesús sino, sobre todo, sumisión a la autoridad de aquél que puede sanar tan sólo pronunciando palabras. ¿Qué clase de fe es esa? Es una gran fe que se funda en la certeza de quién es realmente Jesús. ¿Nosotros hemos descubierto realmente quién es Jesús? Tal vez es en los momentos difíciles de la vida donde podemos llegar a conocer el verdadero poder de Jesús.
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