14 de febrero de 2019

POR UNA EDUCACIÓN TEOLÓGICA RELEVANTE PARA EL PUEBLO DE DIOS

Martín Ocaña Flores

La educación teológica no debería nunca estar divorciada de la realidad, y por eso tenemos este desafío: construir un puente entre la teología y la vida, (entre la) fe y (el) mundo. 
Carlos Barro[1]

Planteamiento del tema

La exposición lo he intitulado “Por una educación teológica relevante para el pueblo de Dios”.[2]  Me disculpo de forma anticipada dado que en la exposición incluiré algunas experiencias personales que a lo largo de los años me ha dado el Señor. Y aunque no soy un “experto” en educación teológica creo que tengo algo que decir.[3] Debo añadir que soy consciente que mi trabajo pastoral le imprime una perspectiva particular al tema, que espero no la limite sino que la enriquezca.

El tema intenta reflexionar acerca de los desafíos que enfrenta la educación teológica “formal” y que vienen desde diversos espacios y distintos actores sociales. Y aunque hay varias formas de expresar la educación teológica (como la “informal” y la “no formal”, al decir de Rolando Gutiérrez Cortés[4]), creo que de alguna manera se ha de derivar en lo “formal” para darle solidez y proyección a un aspecto fundamental de la misión de la iglesia, que no es otra cosa que la misión de Dios (Missio Dei).  

Educación teológica y sus fundamentos

Hoy son escasos los educadores que creen que la educación teológica debiera estar cerrada al mundo que los rodea. En los últimos cuarenta años ha habido un notable cambio –no sin poca resistencia- en los currículos y en los métodos pedagógicos, entre otros aspectos, de los centros teológicos y que nos da una pauta a proseguir hoy. Una rápida mirada a estos centros en el Perú –cual fuere su orientación teológica- confirma esta aseveración.

Pero proseguir un camino –fortaleciéndolo se espera- siempre implica tener claro algunos puntos respecto a sus bases o fundamentos. No se debe olvidar que la educación siempre es un proceso múltiple[5] cuyo contenido y perspectiva, en este caso, es la teología. Por ello concuerdo con el guatemalteco David Suazo cuando dice que: “Mucho de lo que hoy se hace bajo el nombre de educación teológica no tiene a la persona de Dios en su centro. La educación teológica ha ido incorporando cada vez más profusamente temas y asuntos “terrenales”, y se corre el peligro de que los asuntos “terrenales” ocupen el lugar de Dios.” [6]

Efectivamente, mucho de lo que por ahí dice ser educación teológica más bien debería llamarse “ciencias de la religión”[7],  pues tiene perspectivas y contenidos provenientes de la “antropología de la religión”, de la “sociología de la religión” e incluso de la “filosofía de la religión”. Incluso cualquier observador atento se da cuenta que hoy “la religión” ha desplazado a la teología y hasta la ha suplantado dándole marcos de interpretación (paradigmas) difíciles de aceptar. De hecho, hoy suena mejor y da mayor respetabilidad –en ciertos espacios- presentarse como “estudioso de la religión” que como “teólogo”. Éste hasta ya parece desfasado de la historia. Como ironizaba Rubem Alves: “Buenos tiempos aquellos en que los especialistas en los secretos divinos eran reverenciados y honrados.”[8] 

Entonces si hablamos del fundamento de la educación teológica debemos poner a Dios en su centro. A Dios y su Palabra (la Escritura canónica, es decir los 66 libros). No se puede olvidar además que: (1) La palabra “teología” proviene de “Theos”, “Dios”. Dios que se ha revelado en su Palabra y en Jesucristo; y (2) La “teología” –en tanto disciplina rigurosa y con método- surgió como apologética, como defensa de la fe cristiana en medio de la hostilidad de diversas corrientes filosóficas.[9]  David Suazo prosigue en su comentario: 
    Si la persona de Dios es el contenido fundamental de la educación teológica, la Palabra de Dios es el eje transversal que cruza todo ese contenido. (…) He decidido usar la figura del eje transversal porque me recuerda la forma en que funcionan algunas máquinas. Este eje es la pieza clave que hace que la máquina se mueva y ejecute sus funciones enlazando todas las otras piezas para que éstas también funcionen. La Palabra de Dios no es el barniz que colorea el currículo sino el eje que lo hace funcionar, que le da identidad y propósito.[10]
La reflexión anterior no implica un menosprecio del contexto (“situación”, “realidad”, “cultura”, como quiera llamarlo). Tampoco expresa un abandono de la tarea de construir puentes entre la “teología” y la “vida”. Sí significa que Dios y su Palabra son –y serán- el criterio para discernir el contexto cuales quieran sean sus características y contenidos. El pilar de la Reforma “Sola Escritura” sigue vigente en el siglo XXI. Ésta será la base para construir y cimentar dichos “puentes”. San Agustín (354-430) decía que Dios escribió dos libros: la creación (la naturaleza, el mundo, la historia) y la Biblia. “La Biblia, el segundo libro de Dios, fue escrita para ayudarnos a descifrar el mundo, para devolvernos la mirada de la fe y de la contemplación, y para transformar toda la realidad en una gran revelación de Dios”.[11] 

Dicho esto afirmamos que una tarea mayor para los educadores teológicos es leer los tiempos, discernirlos e interpretarlos. Por ello creo que uno de los mayores desafíos teológicos es y será cómo interpretar la historia pero sin caer en ideologizaciones que opacan el Evangelio de Jesucristo y su mensaje transformador para la humanidad. En ese sentido debemos ser conscientes de hasta dónde una ideología nos puede dictaminar una determinada praxis a costa del mismo Evangelio. En teoría sabemos que nuestra fidelidad es al Evangelio y no a una ideología, pero también sabemos lo difícil que es asumir una ideología de forma autocrítica. En palabras de José Míguez Bonino, a las ideologías hay que someterlas “a una constante revisión crítica, tanto en términos del evangelio mismo cuanto del análisis racional de la realidad”.[12] ¿Qué ideologías están de moda hoy y a su vez se presentan como “ciencia”, y por tanto indiscutibles y aplicables incluso como políticas de Estado?

La iglesia y el Reino de Dios

Sabemos bien que la iglesia es el cuerpo de Cristo. La iglesia no es el Reino de Dios sino su señal, un anticipo (imperfecto) de ella. Pero la iglesia que nació como el movimiento de Jesús el Mesías pronto siguió un camino del que da testimonio el Nuevo Testamento: se fue institucionalizando (cf. Hechos de los apóstoles y particularmente las llamadas “cartas pastorales”). En sí no hay problema alguno en que se institucionalice, a condición que lo institucional no mate el espíritu profético y la práctica solidaria que debe caracterizar a la iglesia.[13]  Pero la iglesia en el cumplimiento de su misión –que se expresa de manera en la proclamación (kerigma), la enseñanza (didaché), el servicio (diakonía), la comunión (koinonía) y la adoración (liturgia)- se organiza para vehiculizar la misión en la perspectiva del Reino de Dios. René Padilla dice:
    El objetivo último de la iglesia es el sometimiento de la totalidad de la vida a la soberanía de Dios de modo que Él sea “todo y en todo”. Ese objetivo provee el marco de referencia de su misión en el mundo. La iglesia no es el Reino de Dios, pero tiene el objetivo inmediato de manifestar el Reino de Dios en el presente, en anticipación del fin, por el poder del Espíritu. La educación teológica no es más que un medio para lograr ese objetivo de la iglesia. Cuando no hay claridad en cuanto a la prioridad del Reino respecto a la iglesia, la educación teológica deja de cumplir su propósito y se constituye en un medio para el entrenamiento de meros funcionarios eclesiásticos.[14]
Efectivamente, la educación teológica es un medio, no un fin en sí misma. Y porque es un medio siempre tiene que estar al servicio de la iglesia en la perspectiva del Reino de Dios. Uno de los peligros o tentaciones es que la educación teológica se autonomice de la iglesia casi bajo cualquier pretexto, e incluso que camine en dirección contraria a ella. Por eso en el IV Congreso Latinoamericano de Evangelización (en Quito, setiembre del 2000), cuando se abordó el tema de “la educación teológica ante el nuevo siglo” una de sus conclusiones fue “Es urgente que la educación teológica se articule con el caminar de las iglesias”.[15] ¿Por qué esta precisión? Por la razón que para fines del siglo pasado mucho de lo que se hacía en ese terreno en América Latina se hacía a espaldas de la iglesia. 

Esto me lleva a hacer algunas preguntas ¿Quiénes articulan la educación teológica? ¿Desde dónde? ¿Acompañando a quiénes? ¿Desde qué fundamento y qué perspectivas? ¿Con qué objetivos y propósitos? Incluso, ¿Con qué recursos? Las preguntas nos desafían a pensar en nuestra praxis educativa. La educación teológica tiene que comenzar en cada iglesia local. Y ahí nos enfrentamos con la primera dificultad: a muchos cristianos –sin importar la edad, sexo, clase social, nivel educativo, etc.- les interesa muy poco prepararse en la Palabra de Dios. ¡Son pocas las iglesias que logran que el 25 % de sus miembros participen en las clases de discipulado y estudio bíblico! Se tiene que entender que “Educar teológicamente es contribuir al esfuerzo de comunicar a las nuevas generaciones el legado doctrinal cristiano, con base en la Palabra escrita de Dios (la Biblia), con atención esmerada a las necesidades del individuo, de la familia y de la iglesia, en interacción amplia y profunda con la realidad cultural y social de la cual somos parte”.[16] 

Este planteamiento de Emilio Núñez me parece fundamental entenderlo. Y digo esto porque la educación teológica, es decir, el esfuerzo de la iglesia (institucional) organizada tiene un horizonte que jamás puede dejar de lado: comunicar la Palabra de Dios respondiendo a todo tipo de necesidades y desafíos que traen o expresan los miembros de la iglesia. ¿En qué áreas de la vida sufren más los cristianos? ¿Qué temas les inquietan? ¿Qué desearían saber de la Palabra para enfrentar los desafíos cotidianos? ¿Les preocupan los temas sociales y políticos? ¿Cuáles específicamente? A todo esto la Palabra de Dios tiene una respuesta, así creemos los cristianos. Pero hay que ofrecerla con mucha inteligencia, de forma articulada y sostenida.

Cuando empecé a estudiar teología en 1980 algunos jóvenes teníamos preguntas como: ¿Los cristianos se pueden casar con incrédulos? ¿Por qué somos tan pocos los evangélicos en el Perú? ¿Estados Unidos es una “nación cristiana” y por eso Dios los bendice tanto? ¿Jesucristo viene ya, como dice el libro La visión de David Wilkerson? ¿Un evangélico puede participar en política? ¿Y por qué mejor no se funda un partido político evangélico? ¿De verdad no pierden la fe los que estudian psicología y filosofía? ¿Hay compatibilidad entre el comunismo y la Biblia? ¿Puede un cristiano ser marxista? ¿Por qué hay terrorismo? ¿Es mala una dictadura militar? ¿La Biblia respalda el uso de la violencia? Debo decir que no siempre la iglesia respondía todas estas preguntas, y tampoco el Seminario. Pero las preguntas ahí estaban, se hacían. Se discutían medio secretamente entre los que teníamos los mismos interrogantes. ¡Educación teológica informal!

Hace algún tiempo alguien me alcanzó un programa bimestral del grupo juvenil de una determinada iglesia. No exagero cuando digo que de los ocho sábados sólo uno tenía un tema bíblico edificante. Primer sábado: tarde de koinonía; segundo sábado: concurso de mascotas; tercer sábado: tarde de postres; cuarto sábado: paseo (desde la mañana); quinto sábado: noche de película; sexto sábado: suspendido por Pijamada en la casa del hermano x; séptimo sábado: culto evangelístico ¡trae tus invitados!; octavo sábado: tarde deportiva. Les aseguro que para este tipo de jóvenes la educación teológica y el esfuerzo de pastores y maestros no valen absolutamente nada. Lo suyo es la diversión, la fiestita, el paseíto, el facebook, jugar dota y ver películas en grupo hasta la madrugada (por no mencionar otras cosas que prefiero omitir).[17] ¡Ni hablar de los cultos de la iglesia, de evangelización o servicio a los necesitados de la comunidad! ¡Eso es para los ociosos, los gringos y los que les sobra la plata y el tiempo! 

Yo sé, como dicen los científicos sociales, que “vivimos en un cambio de época”, pero esto es el colmo. Es totalmente inaceptable desde cualquier punto de vista. Ahora bien, hay un sentido formal de la “educación teológica” el cual quiero subrayar a partir de los comentarios de dos respetables profesores latinoamericanos. El argentino Alberto Roldán sostiene que la educación teológica tiene las siguientes características:
    a) Son deliberados, es decir, intencionados. b) Son sistemáticos. Siguen una cierta metodología y se ajustan o expresan cierto sistema. Eso es inevitable. c) Son sostenidos. No son esporádicos. Se trata de educar sostenidamente. d) La comunidad de fe es el sujeto activo de la educación teológica. e) La meta es: facilitar el desarrollo de estilos de vida cristianos. Esta es la clave que varias veces aparece en el Nuevo Testamento en pasajes como: 1 Pedro 1:18; 2:10ss. y 2 Pedro 3:3 ss., que destacan el estilo de vida que debe caracterizar a los cristianos y cristianas como fruto de la educación en la fe. También Pablo lo destaca en Efesios 4:17-32.[18] 
Por su parte David Suazo comenta:
    En términos generales y amplios la educación teológica es la tarea de la Iglesia enfocada en la formación del pueblo de Dios para el servicio del Reino. En términos más profesionales, la educación teológica es la tarea de la Iglesia enfocada en la formación de su propio liderazgo, lo cual incluye los pastores y otros ministros que servirán principalmente dentro del contexto de la Iglesia local, así como aquellos otros ministros que harán tareas más especializadas como la docencia teológica, el servicio comunitario, la administración de instituciones, etc.[19] 
Efectivamente, quien dice educación teológica dice “formación” el cual necesariamente se traduce en un programa, en un proyecto regulado. Pero es formación del pueblo de Dios y su liderazgo para servir a Dios en la iglesia pero también en el mundo. No es formación sólo para “saber más”, es aprender para servir mejor y para interpretar mejor el mundo en el cual estamos ubicados. “Estilos de vida cristianos”, pues.

Con esto quiero decir que existe cierto academicismo que poco ayuda en el ministerio. Cuando en una institución teológica hay más preocupación por el último grito de la moda teológica el cual hay que repetirlo, y cuando más importan los diplomas que mostrar, entonces hay razones para decir que en dicha “educación” algo se ha desvirtuado. Como dice Juan Stam: “la teología tiene que ser praxeológica sino no es bíblica”. [20] Y la praxis transformadora comienza con el testimonio personal, pasa por la familia, por la iglesia, por el barrio, y por supuesto, se expresa en la sociedad. El educador teológico, como el educando, deben tener un sentido de obediencia y compromiso tal como lo reclama el Evangelio. La santidad y el sacrificio también son para los teólogos. Sus “cartones” no los eximen de ello. Y nada de esto es fácil, a veces puede tener un alto costo. 

Sobre esto último quiero compartir dos experiencias para ilustrarlo. Cuando comencé a estudiar teología los profesores decían en el aula: “tal vez ni les van a pagar en la iglesia”. Creo que ellos, sin darse cuenta, nos desanimaban a continuar estudiando. ¿O tal vez querían mostrarnos que el camino en el ministerio sería duro? Me pregunto si hoy los profesores de los seminarios hablaran en estos términos ¿cuántos quedarían en el aula? Y, por si acaso, la institución donde estudié era muy cara, y yo no tuve beca ni un solo día de los cuatro años del bachillerato. Así que por mi cabeza alguna vez pasó la idea de dejar la teología y dedicarme a otra cosa. Pero en esto hay una enseñanza: quien dice educación teológica debe saber que dice esfuerzo denodado, inseguridad, riesgo, “sacrificio”.

Cuando trabajé por varios años en Sicuani (provincia de Cusco) recién entendí lo que dijo un Obispo asentado en la sierra norte del Perú: “a partir de los 2,000 msnm. la teología no funciona”. Es verdad, lo aprendido en la capital y fuera del país “no funcionaba” a 3,500 mts. Y es que a esa altura a los capitalinos, como mi esposa y yo, no nos funcionaba bien la digestión aparte que nos fatigábamos con rapidez. Bueno hubiera sido sólo eso, las palabras y los conceptos en castellano tampoco funcionaban del todo bien dado el contexto predominantemente quechua. Tuvimos una “crisis cultural” no pequeña en nuestro propio país y que hubo que enfrentar para poder desarrollar el ministerio de la Palabra. ¿Lección? Tome en cuenta la cultura, a las personas y sus formas de pensar y hablar cuando trabaja con ellos pastoralmente y también cuando “hace teología”. Y tómelos muy en serio.

Por una educación teológica relevante

Hay educación teológica en la iglesia local y en el instituto bíblico (como también lo hay en otros espacios). Y la educación cristiana tiene un contenido bíblico-teológico que debe ser transversal a todo lo que hace la iglesia. [21] Eso está fuera de discusión. Ahora bien, ¿Para quiénes será relevante esa educación? Quiero ilustrarlo con una experiencia de René Padilla. Al recordar sus estudios de teología en Estados Unidos –a la luz de su práctica pastoral con jóvenes estudiantes- dice que vio “las limitaciones de la formación que había recibido en Wheaton”. Añade: “descubrí, con desmayo, que estaba equipado para responder preguntas que nadie me hacía”, “carecía de respuestas a las acuciantes preguntas que me hacían los estudiantes”. [22] 

Es decir, la formación teológica que recibió Padilla tal vez fue relevante pero para el contexto de Wheaton (Illinois, Estados Unidos), más no para el ministerio con estudiantes universitarios latinoamericanos. ¡Y es que la teología tampoco “funciona bien” cuando se la estudia a 6,000 kms. de donde provienes o desarrollas un ministerio! ¡Y en otro idioma! Si queremos ser relevantes a la iglesia entonces debemos estudiar investigar y hacer teología con ella, a su lado, con sus preocupaciones y en su idioma. 

¿Cuál será esa educación teológica relevante para nuestro actual contexto? La que es capaz de responder con la Biblia las preguntas e inquietudes que traen los miembros de la Iglesia de su contacto y experiencias con el mundo. Y el “mundo” está en todo lugar: la casa, el mercado, la calle, el centro de estudio, el mundo laboral, la política, las artes, la música, etc. Ejemplo: ¿Qué dice la educación teológica contextual respecto a la evidente corrupción que parece lo ha invadido todo? ¿Qué dice sobre las diversas violencias en los hogares y sobre los feminicidios? ¿Alguna luz puede aportar, a la luz de la Palabra, para discernir cuáles son los roles de los padres y las madres hoy? ¿Y sobre el matrimonio entre homosexuales? ¿Y sobre las llamadas “migraciones”? ¿Tiene una palabra sobre la economía de libre mercado? Sin duda se pueden levantar más preguntas, pero siempre éstas esperarán una respuesta desde la Biblia.

Pero la relevancia de la educación teológica también tiene que ver con la capacidad de hacer propuestas ante esa cultura predominante que es lapostmodernidad”.[23]  Sé que hay mucho que decir sobre esto,[24] pero quiero manifestar tan sólo algunas pocas inquietudes. Sin duda se está pasando muy velozmente de “los grandes relatos” a las “historias particulares”. Hay un giro narrativo que creo nos puede aportar un criterio para leer los relatos de la Biblia a partir de las experiencias concretas de los diversos personajes que allí aparecen. Esto genera, como es evidente, un desafío de carácter hermenéutico, lo que implica que urge desarrollar modelos de lecturas de la Biblia que asuman no sólo nuevas técnicas sino que vean a las personas tal como son en todas sus complejidades, necesidades y sueños.

También, en el contexto donde para algunos no cuentan más los grandes proyectos y esperanzas (políticos y sociales), sí hay espacio para construir una sana criticidaddesde la Palabra de Dios- acerca de lo que está pasando en el mundo actual. Pero la criticidad tiene que evitar, como señalamos antes, la ideologización de la realidad. Emilio Núñez nos dejó un criterio que también hago mío:
    La revelación escrita de Dios se halla muy por encima de toda ideología política como la palabra final de autoridad para la fe y la conducta del cristiano, y que lejos de ser absoluto, todo sistema político es relativo, imperfecto y temporal, y por lo tanto sujeto siempre a cambio; en tanto que la Palabra del Señor permanece para siempre. Dentro del orden de las relatividades humanas, los sistemas políticos tienen su lugar en la sociedad; pero el cristiano no es llamado a darle carácter absoluto a ninguno de dichos sistemas porque lo absoluto se encuentra solamente en Dios. Además, sin pretender una falsa neutralidad política el cristiano debe reservarse siempre el derecho a criticar cualquier sistema político, sea de izquierda o de derecha, a la luz de la Palabra de Dios.[25]
Finalmente, vivimos en una sociedad de muchas precariedades y fragilidades. Entre éstos se cuentan la emocional y la económica. Sin duda, la inestabilidad de la economía, los diversos apresuramientos de la vida y la necesidad de “reconocimiento”, ha hecho que aparezcan diversas ofertas muy tentadoras en el campo de la educación teológica. Así se ofrecen hoy maestrías y doctorados por internet, on line, muchos de ellos sólo con el propósito de ofrecer un producto (el título) completamente al margen de la iglesia y su misión. Es casi como si la teología fuera un pasatiempo, un asunto de moda y que podría ser definitivamente prescindible. 

Esto explica por qué hay tanto teólogo de internet cuya cátedra es el facebook. De ahí que no nos sorprendan las barbaridades que dicen con soltura de huesos y desafiando a los que ellos llaman “los dueños de la verdad”. Hay que decir, con firmeza, que mientras la iglesia esté de pie –y lo ha estado por veinte siglos- habrá mucho que hacer en todo campo, pues la misión es integral y lo implica todo.[26] Todo campo puede ser, por eso, no sólo un campo de misión sino también un espacio fructífero de educación teológica.

A modo de conclusión

Quiero concluir el tema planteado con una reflexión del destacado teólogo Hans Küng: 
    Quien piense poder determinar la “grandeza” de un teólogo por la amplitud de su obra, la influencia de sus palabras o la admiración de las gentes, está haciendo obras del diablo. La grandeza, al menos la de un teólogo cristiano, se mide solamente por el hecho de si a través de su obra resplandece el mensaje cristiano, la Sagrada Escritura, la palabra de Dios. El teólogo ha de ser el primer siervo del logos, de la palabra, y no son sus ideas las que hay que traducir a los hombres de hoy sino la palabra de Dios.[27]
Lo mismo se puede decir de las instituciones teológicas que quieren ser relevantes en el siglo XXI. La “grandeza” y la relevancia no le vienen por la cantidad de diplomados y postgrados que otorguen. Tampoco le vienen por crear cátedras con nombres de famosos teólogos. Ni siquiera le vienen por la cantidad de estudiantes graduados, mucho menos por sus edificios y sus bibliotecas. La relevancia vendrá por la fidelidad a la Palabra de Dios y a Jesús el Mesías que lo renueva todo. Por eso todas nuestras verdades personales e institucionales debemos someterlas a la única verdad que viene de la Biblia, la Palabra de Dios.
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NOTAS PÍE DE PÁGINA

[1] “Educacao teológica e os desafios para uma sociedade em transformacao”, em: M. Kohl & C. Barro, edits., Educacao teológica transformadora. Londrina, Brasil, 2006, p. 183. 
[2] El presente texto es la conferencia que di en el Instituto Superior de Teología de Arequipa (ISTA), de la Iglesia Evangélica Peruana, con ocasión de su 21° aniversario el 8 de febrero del 2019.
[3] En 1983, cuando iba a iniciar el cuarto año en el SEL (hoy USEL) paralelamente ya daba clases en el Instituto Bíblico Nocturno de la IEP (que funcionaba en el templo Maranatha, Lima), en SELADIS (el programa de verano del SEL) acompañando al Dr. Héctor Pina, y fui profesor invitado en el Instituto Bíblico de Sicuani (Cusco). Desde entonces y hasta hoy nunca he dejado la educación teológica “formal”. 
[4] Este autor sostiene que la educación “informal” se da a través de conversaciones, la “no formal” por medio de charlas, conferencias, cursos de capacitación, etc., y la “formal” es la que está graduada cronológica y pedagógicamente. Cf. Educación teológica y acción pastoral en América Latina, hoy. México D.F.: Iglesia Bautista Horeb, 1984, p. 65.
[5] José Míguez Bonino “La mente cristiana frente a las demandas educativas actuales”, en: Varios autores. Presencia cristiana en el mundo académico. Buenos Aires: Kairós, 2001, p. 45.
[6] “La educación teológica y el contexto actual. Hacia una teología de la educación teológica evangélica”, en: Oscar Campos, edit., Teología evangélica para el contexto latinoamericano. Buenos Aires: Kairós, 2004, p. 249.
[7] Cf. F. Diez de Velasco & F. García, edits., El estudio de la religión. Madrid: Trotta, 2012 y Albert Samuel. Para comprender las religiones en nuestro tiempo. Navarra: Verbo Divino, 1989. 
[8] La teología como juego. Buenos Aires: La Aurora, 1982, p. 10.
[9] Y aunque el concepto de “teología” aparece por primera vez en Platón (La República), adquirirá en los siglos II y III su propio rumbo cristiano. La primera “teología” de los Padres de la iglesia será marcadamente cristológica. Cf. Wolfgang Beinert. Introducción a la teología. Barcelona: Herder, 1981, pp. 18-45. 
[10] Suazo “La educación teológica…” pp. 252, 253, 254. Las cursivas son mías.
[11] Citado por Carlos Mesters. Flor sin defensa. Una explicación de la Biblia a partir del pueblo. Bogotá: CLAR, 1987, p. 28. 
[12] La fe en busca de eficacia. Salamanca: Sígueme, 1977, p. 121. En esa misma línea Paul Knitter sostiene que los teólogos deben “evitar que la ideología acabe dominando su teología”. Cf. “Teología e ideología política”, en: Selecciones de Teología Nº 050, 2011, España.
[13] Cf. Pablo Richard. El movimiento de Jesús antes de la Iglesia. Santander: Sal Terrae, 2000.
[14] “Educación teológica y misión de la iglesia”, Misión N° 8, 1984, Buenos Aires. Más ampliamente se aborda el tema en: René Padilla, edit., Nuevas alternativas de educación teológica. Buenos Aires – Grand Rapids, MI: Nueva Creación – William B. Eerdmans Publishing Company, 1986. 
[15] El documento completo se encuentra en: Palabra, Espíritu y Misión. El testimonio evangélico hacia el tercer milenio. Documentos. Buenos Aires: Kairós, 2001, pp. 177-180.
[16] Emilio A. Núñez “Los desafíos del futuro para la educación teológica”, en: Idem., Teología y misión: perspectivas desde América Latina. San José: Visión Mundial, 1995, p. 169. 
[17] Para entender a cierta juventud contemporánea, Cf. Tony Anatrella. El mundo de los jóvenes. ¿Quiénes son? ¿Qué buscan? Jornada Mundial de la Juventud: de Toronto a Colonia. Roma, 10 al 13 de abril, 2003.
[18] “La educación teológica ante los desafíos pluriculturales”, en: ¿Para qué sirve la teología?. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2011, p. 173. Roldán sigue muy de cerca los aportes de Daniel Schipani. De este autor cf. El reino de Dios y el ministerio educativo de la iglesia. Fundamentos y principios de educación cristiana. Miami, FL: Caribe, 1983 y Teología del ministerio educativo. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Nueva Creación, 1993.  Las cursivas son mías.
[19] La función profética de la educación teológica evangélica en América Latina. Barcelona: CLIE, 2012, p. 15.
[20] “Teología, contexto y praxis. Una visión de la tarea teológica”, en: Idem., Haciendo teología en el contexto latinoamericano. Volumen 2. San José: Visión Mundial y otros, 2005, p. 23.
[21] Cf. el interesante ensayo de Samuel Escobar “Hacia una filosofía bíblica de la educación”, en: Andamio II – 1996, Barcelona, pp. 4-25.
[22] “Siervo de la Palabra”, en: Idem., edit., Hacia una teología evangélica latinoamericana. Miami, FL: Caribe – Fraternidad Teológica Latinoamericana, 1984, p. 115.
[23] Hans Küng. Teología para la postmodernidad. Fundamentación ecuménica. Madrid: Alianza Editorial, 1989.
[24] Es útil aún el libro de Antonio Cruz. Postmodernidad. El evangelio ante el desafío del bienestar. Barcelona: CLIE, 1997. Cf. también: José González Ruiz. La iglesia a la intemperie. Reflexiones postmodernas sobre la iglesia. Santander: Sal Terrae, 1986; In Sik Hong. ¿Una iglesia posmoderna? En busca de un modelo de iglesia y misión en la era posmoderna. Buenos Aires: Kairós, 2001; José Egido Serrano. Más que los gorriones. Una invitación posmoderna al cristianismo. Madrid: PPC, 2011 y Enrique Rojas. El hombre light. La importancia de una vida con valores. Madrid: Planeta, 2012, edición ampliada.
[25] Emilio Núñez. Teología de la liberación. Una perspectiva evangélica. Miami, FL: Caribe, 1987, 2ª edición, p. xii (Introducción). Las cursivas son mías.
[26] René Padilla. Misión integral. Ensayos sobre el Reino y la iglesia. Buenos Aires – Grand Rapids, MI: Nueva Creación – William B. Eerdmans, Pub. Co., 1986.
[27] Grandes pensadores cristianos. Madrid: Trotta, 1995, p. 12.



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