A propósito del matrimonio entre homosexuales y otras inmundicias
Ps. Martín Ocaña Flores |
Este artículo tiene su origen en un comentario del facebook. El presidente del CONEP, pastor Enrique Alva, había declarado al diario La República, a propósito del proyecto de ley que busca legalizar el matrimonio homosexual: “No estamos de acuerdo en la unión entre personas del mismo sexo por múltiples razones, entre ellas porque atentaría la conformación de la familia. Nosotros nos regimos por las Sagradas Escrituras y en ellas sólo se consiente la unión y conformación de familias entre heterosexuales. Además, nos preocupa que esta ley, si se llega a aprobar, se convierta de modo coercitivo sobre las iglesias, es decir que las reprima y obligue a unir a parejas homosexuales”, lo cual yo suscribí. Inmediatamente alguien escribió: “No te me vayas al lado neoconservador norteamericano. (…) Cómo puedes darle ‘me gusta’ a la barbaridad que ha escrito Alva en la República!!”.
Me llamó la atención que el comentario viniese de un trabajador de una respetable ONG evangélica y que alguna vez fue pastor. Digo esto por razón que se suponía que algunos temas estaban lo suficientemente claros entre los evangélicos. Al presente parece que ya no. Hoy para algunos es una barbaridad, algo descabellado, un sin sentido, casi una blasfemia, el sostener que los cristianos evangélicos: (1) Nos regimos por la Escritura, es decir por la Biblia; (2) Creemos en el matrimonio heterosexual conforme al plan de Dios; (3) Creemos en la separación de la Iglesia respecto al Estado; y (4) Las iglesias evangélicas que aún se someten a la autoridad de la Biblia no tienen por qué aceptar el matrimonio homosexual, y mucho menos oficiar una boda gay.
Alcaldesa luciendo la bandera gay |
Ahora bien, si Bruce quiere casarse con otro hombre pues que lo haga. Hay países que le ofrecen esa oportunidad. Tiene libertad de hacerlo, es asunto suyo. Lo que no tiene es el derecho de imponer su opción, su forma aberrante de expresar su sexualidad –escudándose en los “derechos humanos” de los LGBT- a una nación que mayoritariamente no acepta ese tipo de matrimonio. Las encuestas a nivel nacional indican que un 73% de peruanos rechazan dicha legalización. Cierto es que por ahí hay 100 firmas de personajes públicos que apoyan ese tipo de unión. Pero Beto Ortiz, Kenji Fujimori, Juan Carlos Ferrando, Tula Rodríguez, Magaly Medina, Tatiana Astengo, entre otros/as, no me van a convencer que “el Estado debe reconocer la realidad y el valor de todas las parejas”. Hasta el laureado Mario Vargas Llosa ha firmado. Sí, el mismo que se casó primero con su tía y luego con una prima. Afortunadamente esos 100 no sin ninguna “minoría significativa”.
¿“Valor de todas las parejas”? ¡Cómo se ha envilecido el lenguaje! ¡Las palabras y los conceptos están siendo rauda y asombrosamente deteriorados en el actual contexto de incertezas orientadas como es la postmodernidad! Hoy todo se está redefiniendo. ¿Qué es una “sociedad moderna” (o postmoderna)? Para algunos es la que ha desvinculado la actividad sexual de la moral, de la ética, de los principios que tenían en alta estima la familia heterosexual y la ha reducido a lo estrictamente biológico-animal. Da lo mismo hoy –en esta propuesta- tener sexo con quien sea, en el lugar que se quiera, con adultos, con menores de edad, con niños o hasta con animales. Eso pertenece a la esfera de la “vida privada”, donde nadie debe opinar sino sólo mirar con complacencia pues todos tienen la razón. “Sociedad panóptica y libre” le llaman a eso.
Por eso no sorprende que en países tan “modernos” como Dinamarca y Holanda –donde el matrimonio homosexual ya está legalizado- ahora algunos congresistas procuren legalizar la pedofilia (sexo con niños y niñas) y la zoofilia-bestialismo (sexo con animales). Dichosamente no han tenido éxito esas propuestas, al menos por el momento. ¿Ese es acaso el modelo de sociedad al que apunta Bruce? Y en Alemania ya no se puede poner en la partida de los niños recién nacidos a qué sexo pertenecen, pues eso se verá con el transcurrir del tiempo dependiendo de la “orientación sexual” que expresen. Hay que decirlo sin ambigüedades: en algunos países europeos hace rato que están legislando inmundicias y pocos cristianos se atreven a señalarlo. De esas “sociedades abiertas”–que el mismo Popper objetaría con repugnancia- es que algunos en el Perú quieren imitar lo peor.
Y por cierto, siempre habrán “académicos” como el doctor Cáceres Velásquez quien sostiene “científicamente” que debemos ser tolerantes con todas las orientaciones y expresiones de sexualidad, pues los seres humanos todavía arrastramos herencias animales, propias de la evolución de las especies, con las que hay que saber convivir. Y como “la vida siempre es compleja e inacabada”, hay quienes preguntan al estilo de Beto Ortiz ¿Quiénes son esos que quieren definir la “moral”? ¿De qué Olimpo han salido? ¿Quién les ha dado autoridad para decretar sobre ese tema? ¿Acaso cada uno no construye su moralidad? ¿Por qué algunos religiosos tienen que decidir lo que haces en tu cama? ¿Quién define cómo se usan los orificios del cuerpo? ¿Por qué debo aceptar las normas de ese libro oscurantista y prehistórico que es la Biblia? Sin duda estamos ante un cinismo que cautiva a algunos que al parecer no estaban tan convencidos de lo que fingían creer.
Que los LGBT procuren confundir grotescamente a todo el mundo eso está más que evidente. Para muestra un botón. Gustavo Santana, uno de sus apologistas, sostiene que: “Normalmente el más machito, y la más femenina, suelen serlo por una necesidad profunda de reafirmación debido a una negación de sus deseos homosexuales encubiertos. (…) La heterosexualidad es un desorden afectivo por el cual el individuo se siente vinculado a sus padres, a sí mismo, a su cuerpo y al de los otros”. (“Políticas Queer. Hacia una teoría de la (a)normalidad”, en: Revista Cuadernos del Ateneo). ¿Quién puede creer eso, y sobre qué base, sino aquellos que buscan reafirmar tan sólo sus prácticas y sus aprioris? Si Norbert Elías hubiera contemplado lo que somos testigos hoy, sin duda, habría añadido un nuevo capítulo a su obra pero con el título de El proceso de des-civilización.
Llama la atención, curiosamente, que algunos cristianos se entusiasmen con las ideas LGBT y deduzcan –a partir de esas “teorías” y otras similares- que según la Biblia Caín y Abel eran hermanos incestuosos, que David y Jonatán fueron una pareja gay, que Noemí y Rut se amaban lésbicamente, y que Jesús y Pablo eran homosexuales reprimidos. A esas –ahora sí- barbaridades se les quiere hacer pasar como una “relectura post-colonial de la Biblia”, como una auténtica –y a la vez indecente- teología gay-queer. Creo que es tiempo que algunos dejen de depender de ciertas “agendas teológicas” que poco aportan a las iglesias y a la extensión del Reino de Dios, y que más bien se preocupen de sus comunidades de fe –si es que participan en ellas- para que sean sal y luz de la tierra. ¿O es que ya hemos olvidado las enseñanzas de Jesús? Tenemos que evitar los errores del viejo liberalismo teológico que leyó la Biblia como cualquier libro, y que procuró desaparecer el pecado y la cruz de Cristo.
Charles Kindleberger y Robert Aliber, refiriéndose a ciertos comportamientos en el terreno de la economía, irónicamente afirman que: “Cuando todos se vuelven locos lo racional es volverse loco también” (Manias, panics and crashes: A history of financial crises. New York: Basic Books, 1989, p. 134), y que bien se puede aplicar al tema en discusión. Bueno pues, los que creemos en la autoridad de la Biblia no vamos a sucumbir a esa chifladura descrita párrafos arriba. Los cristianos evangélicos seguiremos enseñando que “El modelo normativo bíblico para la conducta sexual es el del matrimonio heterosexual: un compromiso mutuo y fiel, de toda una vida, entre dos personas adultas de sexo opuesto. Esto ofrece la oportunidad no sólo de expresión sexual, sino del crecimiento de la confianza mutua, la buena comunicación, la capacidad de negociar las diferencias, y el crecimiento emocional y espiritual de ambos cónyuges. Además, la relación de amor duradera ofrece el entorno estable que es necesario para criar los hijos”. (Art. “Aberración sexual”, en: D. Atkinson & D. Field, edits., Diccionario de ética cristiana y teología pastoral. Barcelona: CLIE – Andamio, 2004, pp. 185-186).
Fernando Ñaupari Buendia |
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