Por: Martín Ocaña Flores
Alrededor de este acontecimiento hubo otros hechos que registran Mateo y Marcos. Elizabet, siendo de edad avanzada, llegó a embarazarse del que sería el profeta Juan. Y es que “para Dios no hay nada imposible” (Luc 1:37). Hubo un censo que hizo que la población se movilizara, incluyendo a José (con María embarazada) quienes llegaron a Belén (Luc 2:4). No hallarían un lugar donde alojarse, Jesús nacería en un establo y sería puesto en un pesebre, cubierto con telas (Luc 2:7). El ángel del Señor se apareció a los humildes pastores haciéndoles saber del nacimiento del Mesías (Luc 2:11). Pero también hubo una estrella que orientó a los sabios extranjeros anunciándoles el nacimiento del Rey (Mat 2:2). Éstos buscaron a Herodes quien posteriormente ordenaría una matanza de niños en Belén (Mat 2:16), pero Dios salvó a Jesús (Mat 2:13).
Todo en torno al nacimiento de Jesús nos recuerda el plan de Dios. Había un Kairós determinado (Gal 4:4). Pero una cosa es conocer dicho plan y otra experimentar el sufrimiento concreto de Jesús, María y José. Se vieron cosas milagrosas en torno al nacimiento del Mesías, pero también lo peor del poder político. Los tiranos, cuando ven su trono en peligro, muchas veces actúan con extrema crueldad. La vida de los niños pobres nunca importa (como tampoco de sus padres y madres, que de seguro murieron defendiendo a sus hijos). Hoy, en estos días, pocos son los que recuerdan estos acontecimientos en torno al nacimiento de Jesús. El Salvador ha sido suplantado (por Santa Claus y otros íconos contemporáneos), cuando no vaciado de contenido redentor. Nos toca a los cristianos a hacerlo visible y a proclamarlo.
Pastor: Martín Ocaña Flores